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Tribuna:Elecciones 3 de marzo
Tribuna
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Derechazo

Enrique Gil Calvo

Conforme declina la campaña, el ruido de las perturbaciones amenaza con distorsionarla por entero, anulando cualquier dimensión reflexiva que pudiera haber tenido. Me refiero a los efectos desatados por la escalada electoralista de los asesinos, que ha cogido a contrapié a la clase política haciéndole perder los nervios, impulsándola a echarse los trastos a la cabeza y obligándola de improviso a Judicializar un problema político a destiempo. Es cierto que la campaña ya estaba judicializada antes de nacer, a causa del empeño socialista en forzar la mano al juez Móner anunciando la inclusión de Barrionuevo en sus listas sin que hubiese aún auto de procesamiento. Pero la consecuencia de todo ello ha sido la desaparición en los debates de cualquier contenido político, siempre suplantado por un rosario de improperios, sospechas, venganzas y agravios comparativos.Claro que, al margen de provocaciones externas, la campaña ya carecía por sí misma de suficiente interés político, dada la saturación producida tras dos largos años de crispada precampaña, que crearon un exasperado cansancio ante la reiteración de los mismos argumentos mil veces repetidos. Pero creo sobre todo que la pérdida de interés político, se debe a la expectativa de derrota que se anuncia para el partido en el poder, en clara profecía que amenaza don causar su propio autocumplimiento. A diferencia de la campaña del 93, cuando existía mucha incertidumbre porque las encuestas pronosticaban un empate muy reñido, hoy, en cambio, ya no hay incertidumbre alguna, ni, por tanto, expectación, suspense ni apasionamiento.

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De ahí que nos produzca indiferencia que ya no haya debates televisados entre los dos principales candidatos: y si los hubiera, probablemente nos dejarían fríos. ¿¡Qué interés puede tener una competición en la que ya se sabe de antemano, quién va a ser su vencedor? De hecho, las únicas incógnitas políticas que quedan por despejar son, fundamentalmente, tres. La menos importante es averiguar si IU logrará distanciarse de CiU: único y modesto sorpasso al alcance de Anguita. Y, el mejor síntoma,, aunque parezca anecdótico, será que alguien como López Garrido saque su escaño, a fin, de que pueda participar en la futura reconstrucción de la izquierda.

La segunda incógnita a despejar, mucho más importante, es la votación que obtenga Herri Batasuna, de la que depende la suerte futura de la lucha antiterrorista, que pasa necesariamente por privar a ETA de su base social. En este sentido, lo lógico sena que descendiese mucho el voto abertzale: no sólo por el último magnicidio, sino porque la intifada de Jarrai no puede tener premio electoral, ya que no hay sociedad civil que resista el impune destrozo de su propio orden interno. Un descenso por debajo del 10% sería muy esperanzador, por el efecto psicológico de pasar a un solo dígito de, apoyo a ETA. Pero es imposible todavía estimar en qué sentido influirá el actual procedimiento de Garzón contra la Mesa Nacional de HB, dada la legitimidad alcanzada tras su esclarecimiento del caso GAL En fin, la gran incógnita es si el PP obtendrá mayoría absoluta, pues, de ser así, nos espera no un mero traspaso de poder, sino lo que parece mucho peor: una revolución conservadora, al estilo del republicanismo yanqui. En efecto, aparte de otras cuestiones (como su dudosa política anti-ETA y el rancio tufillo a moralina casticista), el programa del PP es concluyente: economía del lado de la oferta (o reaganomics), don recorte de la progresividad de los impuestos y liberalización del suelo, la sanidad y las pensiones. Lo cual supone un cambio de sistema que no se sabe si la economía española estará en condiciones de superar. Por eso resulta tan lamentable que no haya habido en la campana auténtico debate de programas políticos. Pues, Parafraseando a González cuando en el referéndum de la OTAN se preguntaba "¿quién gestionará el no?", también ante el 3-M podemos decir: ¿quién gestionará la lucha contra el derechazo de Aznar?

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