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La fuerza de dejarse la piel

María. Yo siempre la llamé así, María. Coincidíamos en Aviñón, durante el festival. No todos los años, claro está, pero sí bastantes desde que yo empecé a frecuentarlo en 1955. Me la encontraba en el jardín del Hotel Europe, mientras desayunábamos, o bien en la terraza de La Civette, en la plaza de l'Horloge, donde ella solía tomar el aperitivo con Alain Cuny, que la quería mucho, o con algún otro de sus compañeros. Hablábamos siempre en castellano: yo la trataba de usted y ella me tuteaba. Nunca le dije que era crítico de teatro: me presenté con un admirador suyo, un chico de Barcelona al que le agradaba el teatro y se dejaba caer un año sí y el otro también por Aviñón. Me preguntaba por lo que había visto, si me había gustado. Yo le hacía grandes elogios de tal o cual interpretación suya y ella se reía y me decía que exageraba, que, cierto, no había salido mal del todo, pero que se podía mejorar mucho. "Anoche estaba muy nerviosa", me dijo una vez. La Cour d'Honneur le imponía, le imponía mucho.Yo la miraba y la escuchaba con mucho respeto y, he de confesarlo, me sentía intimidado ante aquella mujer. La había visto por primera vez en el cine, en Les enfants du paradis, el gran filme de Carné, uno de los más hermosos del cine francés. Yo era un crío, tenía 9 años, pero me quedó grabada para siempre jamás aquella Nathalie que María interpretaba en la pantalla. Fue su debú en el cine. Creo recordar que Carné cuenta en sus memorias que la chica se ponía la mar de nerviosa cuando escuchaba la palabra "motor", y Carné se veía obligado a parar la filmación y la cogía las manos para tranquilizarla.

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Supe, desde niño, por mis padres, que aquella Nathalie era la hija de don Santiago Casares Quiroga, primer ministro del Gobierno republicano en julio de 1936, cuando estalló la guerra, y eso me impresionaba. Luego, aquella Nathalie se convirtió -así al menos lo contaba mi madre- en el amor imposible de Camus. Mi madre me decía que Nathalie, es decir, María, estaba loca por Gerard Philipe y le daba calabazas a Camus (luego, a la muerte de la mujer de éste, se descubriría la apasionada relación, liaison, entre María y Camus). La hija de Casares Quiroga enamorada de Philipe y deseada por Camus, eso todavía me impresionaba más. Por aquellos años de mi adolescencia, María era para mí un personaje fabuloso de la rive gauche, como podían serlo Sartre o Prevert.

En 1955 descubrí a la actriz. En Aviñón, en La ville, de Claudel, junto a Vilar, Wilson, Cuny y Noiret. A partir de aquel momento, la pequeña Nathalie se convirtió en lo que siempre sería María: una actriz poderosa, con una extraordinaria presencia en el escenario, una mujer con una gran fuerza y una voz maravillosa. La gran trágica del teatro francés de mi juventud, el duende del TNP.

Desde aquel 1955, la he visto y aplaudido en muchos teatros de Francia, pero quisiera recordar en especial dos interpretaciones suyas: Les paravents, de Genet (Théatre de I'Odeon, 1966) y Quai Ouest, de KoItès (Nanterre-Amandiers, 1986). En Les paravents porque era una obra sobre la guerra de Argelia, en un momento muy difícil, con los actores y el público amenazados, agredidos, a diario, por gentes de la extrema derecha, con la policía cruzada de brazos. Allí, en el Odeon, vi yo un día a María parar la representación e increpar a los saboteadores. Estuvo grandiosa: los hizo enmudecer. En la Cécile de Quai Ouest descubrí una María ilusionada por la obra, por el trabajo de Chéreau, como si aquella noche fuese su primera noche de actriz. Luego me confesó que entre Koltès, Chéreau y ella se había establecido una química que no siempre había funcionado con Vilar y el TNP. María era una gran actriz, siempre joven, inteligente, con una gran curiosidad, con ganas de dejarse la piel cada noche sobre el escenario. María, nuestra gran actriz republicana, española y republicana.

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