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Relatos de torturas

Ramón Lobo

Todos los procesados a los que les falta un trozo de oreja pasaron por las dependencias militares de Luba, en el sur de la isla de Bioko. Allí se las cortaron con navajas u hojas de afeitar. Pese a las denuncias de Amnistía Internacional y del relator de derechos humanos de Naciones Unidas para Guinea Ecuatorial, el chileno Alejandro Artucio, altos cargos del Gobierno sostienen que no hubo cortes de orejas. «¿Qué se cree, que somos caníbales? (...) Aquí hay mucha gente con defectos en las orejas y en otras partes del cuerpo», aseguran.Según las declaraciones de decenas de testigos ajenos al juicio, las torturas se sucedían a partir de las doce la noche. Al reo se le arrancaba de su celda, un habitáculo sin camastro ni colchón de un metro por uno y medio, y se le golpeaba allí donde los demás presos pudieran oír sus gritos. Eso ablandó muchas de las declaraciones. «Firmé para que no me pegarán más» o «ellos me dictaban lo que tenía que decir», revelan ahora en la vista.

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Muchos de los procesados que calzan chanclas de plástico tienen los pulgares de los pies con una muesca rectangular encima de la uña. Varios admiten haber sido torturados con descargas eléctricas o golpes en la espalda o en la cara. Otro de los detenidos rela tó ayer ante el tribunal militar que le hicieron beber su propia orina.

Las cinco mujeres fueron forzadas a desnudarse por completo. Domiciliana, la novia de Alex que acaba de cumplir veinte años, sufrió tocamientos pero no violaciones. A otra le quemaron el púbis con un cigarrillo. A todas las hicieron nadar en medio del lodo y restregarse en él.

«No nos dan más que una comida al día», protesta ahora Martín Puyé, portavoz del MAIB y procesado como encubridor. «Y es arroz con escamas de pescado». Otros han denunciado abusos policiales contra sus familias, a las que se ha invitado a aportar cantidades de dinero para lograr la libertad de sus parientes.

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