_
_
_
_
_

A la caza de una sombra en el cielo

ENVIADA ESPECIAL"¡Sí, va a ser difícil! Perseguiremos una sombra que se mueve a un kilómetro por segundo. Cuando la veamos sobre el horizonte faltará un minuto y medio para el contacto total". ¿Una secuencia de la Guerra de las galaxias? No, son las palabras emocionadas del astrónomo irlandés Leo Metcalfe, de la Agencia Europea del Espacio (ESA), al subir al avión desde el que trata de ver el último eclipse total del milenio. Otro astrónomo, tres técnicos audiovisuales y esta enviada especial de EL PAÍS escuchamos sus instrucciones en el aeropuerto de Shannon, en la costa oeste de Irlanda.

A las 9.30, una cortina de densas nubes amenaza con censurar el espectáculo a los observadores en tierra. Falta media hora para despegar. El piloto, Peter, lee un documento: WestAir, la compañía propietaria del avión, no se hace responsable en caso de "sufrimiento, dolor, heridas o cualquier tipo de daño" derivado de la observación del eclipse.

Más información
Poca oscuridad, mucha imaginación
Los druidas y las profecías de Paco Rabanne
Europa se detiene al paso del "Sol Negro"
Millones de personas celebran la fiesta del "Sol Negro"

Como astronautas

En realidad, salvado el ocular, el máximo riesgo de la aventura es el del mareo: el plan de vuelo incluye un afilado giro en el aire de hasta 90 grados en el que la fuerza de gravedad se sentirá el doble de lo normal (2 G), sólo un tercio menos que la que sufren los astronautas en un despegue del transbordador espacial. Y eso ocurrirá a las 11.03, unos instantes antes de que el eclipse sea total, así que el que no aguante perderá sus dos minutos de gloria, los dos minutos que dura la totalidad del eclipse, con su impresionante anillo de diamantes: el aro luminoso en torno a la Luna. Despegamos a las 10.11, hora local. Llueve. Los prados verdes irlandeses se acaban, y ya entre las nubes alguien grita: "La fase parcial ha empezado". La Luna y el Sol acaban de darse el primer beso, que enseguida se convertirá en una larga mordida circular de ella a él. "¡Ey!, poneos las famosas gafas", advierte Metcalfe. A sus 40 años lleva para siempre en el ojo derecho la marca del eclipse que vio en Chile en 1994: "Me quedé embelesado y seguramente por eso me quemé la retina. No me pasará esta vez".Por encima de las nubes, el cielo está azul. Volamos a 29.000 pies, y ya está claro que la visibilidad será completa. En las ventanas del Hawker Siddely 125, avión para ocho pasajeros y tres tripulantes, nos apiñamos en las ventanas. Faltan 15 minutos para la totalidad, y el avión empieza su primer giro para enfrentarse a la sombra. "Tenemos un avión delante y otro detrás. Debe de haber varios en la zona, todos a lo mismo", dice la azafata, Dolores. Uno de los cámaras pide "estabilidad, por favor. La imagen del eclipse baila en los monitores". Brian McBreen, el astrónomo de la Universidad de Dublín, grita: "¡Veo la sombra acercarse!". Él tiene 57 años y apenas recuerda su primer eclipse, hace dos décadas. "Éste será el primero de verdad. ¿Que por qué quería venir? Creo que hay que ver para creer. Puedes leer un libro miles de veces, pero jamás será como ver lo que estamos viendo".

A las 10.59, el cielo ya no es azul, sino negruzco. A las nubes les ha salido una cresta oscura, como olas en un mar de algodón que se vuelve gris, y más gris... Llega el segundo y definitivo giro. Gritos. El horizonte de nubes se inclina. Resistimos, gafas en ristre. 11.03. "¡Mirad ahora! ¡Aguantad ahí quietos! Chicos, ¿tenéis los filtros bien? ¡Preparados! ¡Quedan segundos para la totalidad! ¡El anillo de diamantes... y ahí está la corona!".

Venus, en el horizonte

De repente no se ve nada. Fuera las gafas: el sol está rodeado de un anillo brillantísimo -el de diamantes- que se desvanece en unos segundos, y aparece la corona, la atmósfera del Sol, sólo apreciable cuando se cubre el disco solar. Se ve como un halo blanquecino, vaporoso, siempre en movimiento. El cielo está negro y el planeta Venus brilla sobre el horizonte. A esta cronista se le olvida cerrar la boca. Habla Dolores: "Increíble". Metcalfe suspira. Silencio. Y un minuto después, el mismo ritual, mientras la Luna se separa del Sol. El cielo se aclara poco a poco de nuevo y aparece una botella de champaña."Encontramos el eclipse total exactamente a 50 grados norte, 11 grados oeste", explica el piloto a la vuelta. "El giro fuerte ha sido de 60 grados, he tratado de suavizarlo". Fergus, su copiloto, recuerda después haber visto las luces de otro avión durante el eclipse total. No es raro: "Había unos 30 aviones, incluidos dos Concordes, en nuestra misma ruta a distintas alturas". Alguien cae en la cuenta de que, con la emoción, nadie midió cuánto pudo prolongarse el eclipse. Uno de los cámaras repasa su grabación, han sido dos minutos y cinco segundos, pero a nadie le importa no haber alcanzado los dos minutos y medio previstos. "Ha sido más bonito todavía de lo que me esperaba", dice Metcalfe.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_