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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nueva etapa

El PSOE ha iniciado una nueva etapa con la mirada en el futuro y enterrando sus viejas divisiones. La composición de la nueva Comisión Ejecutiva, avalada ayer por más del 90% de los delegados en el 35º Congreso, confirma la envergadura del cambio emprendido: sólo repiten cuatro personas de la anterior dirección y baja sensiblemente la edad media. Casi todos los nuevos dirigentes del partido son tan desconocidos por la ciudadanía como lo era el propio José Luis Rodríguez Zapatero hace cuatro meses, cuando abrió el proceso que ha conducido a esta gran transformación tras la renuncia de Joaquín Almunia. Una voladura controlada no hubiera funcionado y, en todo caso, los delegados han preferido una apuesta nítidamente renovadora. Junto a los jóvenes dirigentes que han acompañado a Zapatero en su andadura inicial, el nuevo secretario general ha sentado en la ejecutiva a representantes de las organizaciones regionales; algunos de ellos, avalados por recientes éxitos electorales, como el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias, o el de las Baleares, Francesc Antich. La renovación y el reconocimiento de la diversidad territorial aparecen, así, como los dos pilares sobre los que Zapatero quiere construir el denominado "cambio tranquilo", que entronca con el pasado reciente a través del merecido nombramiento de Manuel Chaves como presidente.

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Zapatero logra que el 90% del PSOE apoye una ejecutiva totalmente renovada

El nuevo líder socialista ha demostrado su autoridad desde el primer momento. Ha rechazado el órdago del presidente extremeño, Rodríguez Ibarra, para situarse como vicesecretario general. Los guerristas, cuya fuerza ha disminuido congreso tras congreso, han quedado fuera de una ejecutiva que, pese a ello, ha conseguido más del 90% de los votos, cerrando así la división en dos bloques que creó la contienda a una sola vuelta de Bono y Zapatero. El perdedor apoyó al nuevo líder, que ha invitado a recuperar la esperanza, porque de 1982 ya sólo queda la nostalgia. Le queda una ardua tarea. El movimiento de renovación debe descender a algunos congresos regionales y provinciales difíciles de lidiar. Quedan graves problemas internos por resolver, como la situación del partido en Asturias y Valencia, o la bochornosa pelea de una atomizada Federación Socialista Madrileña. Además, el liderazgo de Bono en Castilla-La Mancha ha salido debilitado de su derrota en el congreso, y se han abierto algunas fisuras entre los socialistas andaluces que requerirán recomposición.

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Incluso con estos costes, el resultado del 35º Congreso no hubiera salido mejor para el PSOE si se hubiera diseñado por ordenador. Sólo con un cambio de tal alcance pueden los socialistas volver a aspirar a gobernar. El resultado debería hacer reflexionar a aquellos que con sus resistencias llevaron tan lejos la crisis del partido. En todo caso, Zapatero necesitará contar con múltiples complicidades para llevar adelante los cambios internos que el partido necesita para abrirse a la nueva sociedad española.

El cambio en la dirección del PSOE llega en un momento de hegemonía política e ideológica de la derecha en España. Las mayorías absolutas son un poderoso imán. A menudo se piensa que la manera de minarlas es acercarse a sus posiciones y planteamientos. Zapatero empezó ayer, en su discurso de clausura, a luchar contra esta idea afirmando la necesidad de fijar, en todos los terrenos en que tiene sentido, una respuesta realmente alternativa al discurso de la derecha. No le será fácil, porque muchos sectores sociales que fueron sensibles a las esperanzas que el PSOE generó en 1982 se sienten ahora gratificados por el discurso del PP.

Zapatero ha apuntado algunas de las cuestiones clave. La radicalización democrática -dentro y fuera del partido-, la idea de una España realmente plural e integrada, la importancia de la ciudad como lugar de articulación política, la voluntad de afrontar la nueva economía sin determinismo económico para impulsar una nueva sociedad, la mejora de la condición de la mujer desde los servicios públicos, la defensa de la laicidad del Estado o una visión solidaria de la inmigración configuran las líneas centrales de un ideario que el nuevo líder socialista se propone desarrollar.

El PSOE necesitaba un cambio profundo para volver a desempeñar el papel que le corresponde en nuestro sistema democrático. Los delegados así lo entendieron. La responsabilidad del nuevo secretario general, de la nueva dirección y del partido entero, como el propio Zapatero ha recordado, es enorme. El PSOE soportaría mal otro descalabro, interno o electoral. De momento, en el congreso de Madrid ha recuperado voz y credibilidad. Aznar y el PP ya no tendrán ante sí a un partido sin liderazgo ni rumbo, sino a un PSOE que ha reencontrado su autoestima y las ganas de ganar.

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