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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las palabras del Rey

Un párrafo del discurso del Rey el lunes en la Universidad de Alcalá de Henares, durante la entrega del Premio Cervantes a Francisco Umbral, ha suscitado agrias críticas, especialmente por parte de nacionalistas vascos y catalanes (aunque no sólo). Las palabras del Monarca, referidas a la lengua castellana, fueron las siguientes: 'Nunca fue la nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano: fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suyo, por voluntad libérrima, el idioma de Cervantes'. La Casa del Rey se ha apresurado a aclarar que dichas palabras se referían a la implantación del castellano en América a partir del siglo XV y no a las diversas lenguas y culturas que configuran la realidad española, por las que la Corona reitera su máximo respeto, al tiempo que recuerda su costumbre de 'no intervenir en debates públicos'. Así ha sido tradicionalmente, y por ello esa parte del discurso, que se prestaba a confusión, ha molestado a muchos ciudadanos y suscitado protestas públicas.

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Basta recordar documentos como la Real Cédula de Aranjuez, de 1768, que sancionaba la obligatoriedad del castellano en el estudio de las humanidades 'dondequiera que no se practique'; a la ley Moyano, de 1857, anunciando que 'la gramática y ortografía de la Academia Española serán texto obligatorio y único para estas materias en la enseñanza pública', o al cambio de patronímicos decretado por las autoridades franquistas, para evidenciar que en España sí ha habido imposición lingüística, etapa que hoy puede darse por felizmente superada. Tampoco en América las cosas procedieron con mayor tolerancia, según recordó ayer mismo en la Casa de las Américas el poeta chileno Raúl Zurita, para quien el idioma castellano 'es el único que poseemos, pero en cuyo origen está la muerte de tantos'. Sin embargo, sí es cierto que nuestra lengua actuó, y sigue actuando, como una koiné: lengua franca de todos los pueblos de América y de España, que es a lo que se refería el Rey.

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Sorprende que con la sensibilidad que ha mostrado Juan Carlos I en esta materia se haya producido este error. Con las elecciones vascas de trasfondo, y precisamente para no alentar la demagogia de quienes advierten de que un cambio de Gobierno daría paso a agresiones al euskera, es preciso ser muy claros respecto a las agresiones efectivas del pasado. Mal servicio han prestado al Monarca quienes elaboran los borradores de sus discursos (el Ministerio de Cultura, en el caso del Premio Cervantes) y cuya responsabilidad política última recae en el Gobierno.

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