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Reportaje:

La leucemia ataca a Corina Morariu

La tenista norteamericana, de 23 años y una de las grandes especialistas en dobles, lucha contra la grave enfermedad

Carlos Arribas

Corina Morariu tenía 18 años en 1996 cuando Tim Gullikson, ex tenista, magnífico entrenador de tenistas, el hombre que convirtió a un gigante no sobrado de talento, Pete Sampras, en el mejor tenista del mundo, sucumbía a un tumor cerebral y moría a los 44 años. Por entonces, Corina Morariu ya iba para tenista buena, bastante buena. Admiraba a Gullikson y admiraba más aún a su padre, Albin Morariu, emigrante rumano establecido en Detroit, neurólogo de talento y capacidad, el médico que intentó, inútilmente, salvar la vida de Gullikson por todos los medios.

Corina Morariu superó el trauma y se desarrolló como tenista. Jugadora de tamaño mediano tirando a pequeño (1,73 metros y 59 kilos) para los tiempos que corren en el tenis femenino y mediocre en individuales (sólo cuenta con un título en el circuito de la WTA, el de Bol, Croacia, de 1999), enfocó su carrera hacia el doble y se convirtió enseguida en una de las mejores especialistas del mundo. Con su pareja habitual, la norteamericana grande Lindsay Davenport, ganó en 1999 el título de dobles en Wimbledon, la más importante de sus 11 victorias.

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Cinco meses después se casó con su entrenador, Andrew Turcinovich. La felicidad, la rutina, la familia, todo eso... La vida le sonreía y ni siquiera una grave lesión (una rotura de codo en Wimbledon 2000 jugando, precisamente, contra Davenport) la frenó. Cuatro meses después volvió a jugar y ganar. Una vida más. Sus dólares (bastantes), su ránking (alto), sus viajes (muchos), hoteles, comidas de plástico. Una tenista profesional más. Hasta el pasado fin de semana.

Corina participaba en el torneo de Berlín la semana pasada cuando empezó a sentirse mal. Ya en 1997, cuando empezaba, sufrió una infección de riñón que le tuvo de baja varios meses, pero los síntomas que sintió en Alemania la alarmaron. Inmediatamente viajó a Florida (vive en Boca Ratón) para someterse a exámenes médicos. El lunes, la cruda verdad se hizo pública. Un comunicado emitido por sus representantes de la agencia IMG indicaba que Corina Morariu, tenista profesional de 23 años, sufre una extraña forma de leucemia (leucemia promielocítica aguda) y que ya estaba sometida a un tratamiento de quimioterapia por vía oral e intravenosa en un hospital de Florida.

Albin Morariu, el padre neurólogo, y su madre, Radica, también médica, y su hermano Mircea, que asimismo es médico, todos están pegados a ella, trabajando en colaboración con los oncólogos del hospital. Es una lucha parecida a la que entablaron contra el cáncer de cerebro de Gullinkson, aunque todos esperan que tenga un final diferente.

'Corina es una chica dura, muy trabajadora y optimista', proclama su agente David Edges; 'todos deseamos una recuperación rápida'.

Corina, en efecto, ha visto la enfermedad tan de cerca y tan habitualmente en su entorno que sabe que puede derrotarse.Puede inspirarse en la lucha, que vio de cerca, de Gullinkson, pero también tiene en su país otras figuras a quien imitar, otros deportistas que han superado enfermedades en apariencia incurables.

Y la menor no será la de Lance Armstrong, el ciclista a quien se diagnosticó cáncer de testículos en 1996. Los médicos le dieron una esperanza de vida del 20%. Superó la quimioterapia agresiva, superó los peores trances, venció a la enfermedad, reconstruyó su cuerpo desde la miseria de tejidos y tres años después conquistó el Tour. Ahora es el mejor ciclista del mundo y uno de los deportistas más admirados.

Corina Morariu, en Roma 2000.
Corina Morariu, en Roma 2000.AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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