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Liga de Campeones | FÚTBOL
Columna
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Adiós al síndrome Capello

Santiago Segurola

Hay ciertos partidos que sólo están protagonizados por un equipo, con independencia del resultado. Éste fue uno de ellos. El Roma actuó de convidado a una función que manifestó las mejores cualidades y algunas de las graves carencias del Madrid, que jugó un partido inolvidable por el prestigio de su rival y por ciertas connotaciones añadidas, como la presencia de Fabio Capello al frente del equipo italiano. Durante los últimos años, Capello ha figurado a los ojos del madridismo como el entrenador de referencia, circunstancia alentada por el propio técnico y sus corifeos. Este síndrome ha persistido por encima del tiempo y de los sucesivos entrenadores que ha tenido el Madrid. Ayer se terminó el síndrome de Estocolmo. El Madrid aplastó al Roma con un juego hermoso y lleno de carácter.

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Por enésima ocasión en la Copa de Europa, el Madrid confirmó que no se deja intimidar ni por los rivales, ni por los escenarios. Juega sin complejos, con una beligerancia en los partidos que muchas veces se echa de menos cuando compite en la Liga española. No se puede explicar de otra manera la actuación de un equipo que tuvo varias ocasiones clarísimas de gol y que superó al Roma con las armas que tanto detesta Capello: el fútbol elaborado, pero no banal, y la posesión de la pelota como argumento de superioridad sobre el rival.

Nada de lo que se suponía en el Roma tuvo valor. No superó al Madrid ni por organización, ni por su capacidad de presión, ni por la trascendencia de sus mejores futbolistas. Sólo Totti desestabilizó el sistema defensivo madridista, con alguna aportación de Cafú, que aprovechó la inconsistencia de McManaman para progresar por la banda derecha en el primer tramo del partido. Luego el Madrid comenzó a tirar del hilo y el Roma desapareció sin dejar rastro hasta que Karanka cometió un error inexplicable en el penalti, que sacó al equipo italiano de su estupor. El partido, que hasta entonces había sido un monólogo, se convirtió en un pequeño calvario para el Madrid.

Esa acción explica también las carencias de un equipo con una defensa sin firmeza. Karanka se vio superado, como en otras ocasiones, por la trascendencia del partido. A su alrededor se generó una inseguridad que provocó un efecto contagioso. A Casillas, que resultó decisivo en dos acciones mano a mano, se le vio inquieto, con dudas en el fútbol aéreo y con problemas en el juego con el pie. Hierro sostuvo el chiringuito con oficio, serenidad y capacidad para mover la pelota. A día de hoy, está muchos cuerpos por encima del resto de los centrales madridistas.

La noche tuvo sus héroes. El impacto de Roberto Carlos sobre el juego de ataque fue indiscutible. Su presencia en el juego fue mayor y más decisiva que la de Cafú en las filas rivales. Makele y Flavio salieron de su última mediocridad para imponerse a Emerson y Asunçao. Pero los protagonistas del encuentro fueron Figo, Raúl y Guti. Se les puede reprochar sus concesiones en cuatro ocasiones frente al portero. No es habitual en jugadores que se distinguen por su facilidad para resolver situaciones de este tipo. Pero no hay duda de que ellos dominaron el encuentro de principio a fin.

Nadie pudo detener a Figo, cuya importancia en el Madrid es capital. No sólo es un maravilloso futbolista, sino uno que tiene un tremendo efecto de intimidación sobre sus adversarios. Es valiente, profundo y dañino. Su actuación en Roma sólo puede definirse como colosal. Lo mismo cabe decir de Raúl, blanco indetectable para los defensas del equipo italiano. Y con Guti ocurrió algo que viene de lejos: se trata de un jugador de primera línea, más dotado para el fútbol que cualquier otro del Madrid -incluidas las estrellas-, pero incapaz de trasladar al día a día lo mucho que hizo frente al Roma.

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