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El enemigo en la sombra

Información y tecnología occidentales, fanatismo islamista y gran capacidad para el secreto caracterizan las acciones de Osama Bin Laden, el hombre al que EE UU culpa del ataque

La CIA enseñó durante la guerra de Afganistán a Osama Bin Laden muchas de las sofisticadas técnicas terroristas que el ominoso millonario saudí está combinando con el fanatismo islamista suicida en su guerra santa contra EE UU. Ahora, la CIA y los otros dos grandes servicios de inteligencia norteamericanos -el FBI y la Agencia Nacional de Seguridad, NSA- se enfrentan al doble reto de proporcionarle a George W. Bush blancos para sus represalias y evitar nuevos ataques antiamericanos. Tras sembrar el terror en el corazón de EE UU con aviones secuestrados convertidos en proyectiles, Bin Laden podría estar planeando acciones con armas químicas, biológicas e incluso nucleares.

EE UU se enfrenta a un enemigo en la sombra, un pequeño, eficaz y anónimo ejército terrorista que ha sido capaz de sortear todos los sistemas de detección, desde el del informador de carne y hueso a la interceptación de conversaciones telefónicas por satélite, pasando por el rastreo de Internet de programas como el sofisticado y polémico Carnivore. El comprensible afán norteamericano por castigar pronto y duramente a los autores del apocalíptico ataque del martes tiene un primer obstáculo de envergadura: identificar el blanco. Aunque las sospechas se centren en Bin Laden, permanece la gran pregunta: ¿dónde está el millonario saudí convertido en caudillo de la yihad (guerra santa)? ¿Cuál es su centro de operaciones, si es que tiene alguno fijo en Afganistán? ¿Quiénes son sus padrinos?

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El fracaso de la CIA, el FBI y la NSA es estrepitoso. Estos servicios de inteligencia llevaban años señalando a Bin Laden como el principal peligro para EE UU y advirtiendo de que el saudí soñaba con una 'gran acción' contra el país al que tantos árabes y musulmanes identifican como el valedor de Israel y su política de represión de las revueltas palestinas. En diciembre de 2000, en vísperas de las celebraciones del nuevo milenio en Nueva York y Washington, el FBI y la CIA hicieron pública la advertencia de que Bin Laden planeaba una sangrienta operación en suelo norteamericano. Se incrementaron las medidas de seguridad y un argelino fue detenido con explosivos en la frontera entre Canadá y el Estado de Washington.

Bin Laden piensa a lo grande, aunque era difícil imaginar que organizase algo como las escenas del fin del mundo de las Torres Gemelas y el Pentágono. Es algo que ha aprendido de los norteamericanos. Fue la CIA la que le enseñó audacia en los años en que el saudí y los estadounidenses fueron aliados en la guerra contra la ocupación soviética de Afganistán. Fue también la CIA la que le instruyó en los trucos de la guerra clandestina: cómo mover el dinero a través de sociedades fantasmas y paraísos fiscales, cómo preparar explosivos, cómo utilizar códigos cifrados para comunicarse con sus agentes y sortear la detección, cómo replegarse a una base segura tras un golpe feroz...

'Bin Laden es un producto de los servicios americanos', declaró ayer en Tribune de Genève Richard Labévière, autor del libro Les dollars de la terreur, les États Unis et les islamistes. El primer contacto se produjo en 1979, cuando el recién licenciado por la Universidad de Yedah entró en contacto con la Embajada norteamericana en Ankara. Con la ayuda de la CIA y los servicios de espionaje de las Fuerzas Armadas de EE UU puso en pie en los primeros años ochenta una red de recogida de fondos y reclutamiento de combatientes para los muyahidin afganos que combatían a los soviéticos. Lo hizo desde Peshawar, una ciudad paquistaní próxima a Afganistán. Parte de esta actividad, germen de la actual red Al Kaeda (La Base) de Bin Laden, se financió con la producción y tráfico de morfina, la base de la heroína.

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La ruptura definitiva entre Bin Laden y sus aliados norteamericanos se produjo en 1990, cuando, en su combate contra el Irak de Sadam Husein, EE UU desplegó tropas en Arabia Saudí, la tierra de los lugares sagrados musulmanes de La Meca y Medina. Pero muy en la línea del moderno integrismo islámico, que digiere con entusiasmo la tecnología occidental y rechaza sus valores laicos y democráticos, Bin Laden, como el Hezbolá libanés y el Hamás palestino, combina las técnicas norteamericanas con el fanatismo de los desesperados de los campos de refugiados y los suburbios pobres del norte de África y Oriente Próximo.

Los servicios de inteligencia norteamericanos creen que sus agentes son palestinos, libaneses, jordanos, egipcios y habitantes de la península Arábiga que igual pueden vivir en las cercanías de Ammán o en el Brooklyn neoyorquino. Son gente que conoce bien EE UU. Y, aunque poseídos por un espíritu kamikaze, por la creencia de que el suicidio en un ataque contra israelíes o norteamericanos es la llave del paraíso, muchos de esos agentes tienen formación técnica y científica. Son informáticos, ingenieros, médicos y hasta pilotos de aviones.

Las primeras investigaciones del FBI indican que los autores de los atentados eran árabes con gran conocimiento de EE UU. Dos de ellos hasta habrían estudiado cómo volar en una escuela privada de Florida. Actuaron, según John Ashcroft, fiscal general de EE UU, en grupos de entre 3 y 6 personas por avión, burlando las medidas de seguridad de los aeropuertos de Boston, Newark y Washington-Dulles y armados con cuchillos e instrumentos para abrir cajas. En el futuro pueden usar otros métodos. Según publicó The New York Times, el pasado enero, las gentes de Bin Laden ya han ensayado en su campamento afgano de Abu Jabab el uso de gases mortíferos contra perros y conejos.

Bin Laden y sus asociados utilizan Internet de modo muy hábil para comunicarse a escala internacional, según informaron la pasada primavera los servicios secretos estadounidenses. No sólo emplean el correo electrónico, evitando escribir palabras que puedan despertar la sospecha de programas de rastreo como Carnivore, sino sobre todo los miles de chats del ciberespacio. En cuanto a teléfonos móviles, usan los de tarjetas prepagadas, que incluso en caso de localización hacen difícil identificar al usuario. Y se desembarazan de esos móviles rápidamente, como si fueran pañuelos de papel.

Esta red mueve mucho dinero, el de la fortuna personal de Bin Laden, cifrada en unos 300 millones de dólares (unos 55.000 millones de pesetas), y el que vaya recaudando. Pero todo el poderío estadounidense no ha podido todavía localizar y desentrañar la tela de araña de sociedades fantasma y cuentas opacas por las que circula ese dinero. Aún más inquietante para la seguridad norteamericana y occidental, Bin Laden tiene buena información. En el caso del ataque con una lancha suicida contra el barco de guerra estadounidense US Cole, en Yemen, Washington imaginó que el soplo provino de algún empleado del puerto de Aden simpatizante con la causa de la guerra santa. Pero eso no despeja la principal incógnita: ¿tiene esta red apoyo de algún servicio secreto estatal? Muchos especialistas así lo creen tras lo ocurrido el martes. ¿Pero de cuál? Desencadenar represalias militares inmediatas es difícil para Bush, porque es difícil que algún Estado haya dejado huellas claras en los audaces ataques suicidas de Nueva York y Washington.

En el verano de 1998, tras los atentados terroristas contra dos de sus embajadas en África, Bill Clinton se enfrentó a un dilema semejante. La CIA y el FBI le adjudicaron de inmediato las matanzas a Bin Laden, pero, cuando en una reunión de su Consejo Nacional de Seguridad el presidente pidió a estas organizaciones y al Pentágono blancos para una represalia, empezaron los problemas.

Como contó The New York Times, la inteligencia estadounidense se vio obligada a facilitarle con rapidez a Clinton dos lugares para bombardear a distancia. Uno fue un campamento guerrillero de Afganistán, vinculado a Bin Laden. Pero el afilado y siniestro jefe terrorista no estaba allí cuando cayeron los proyectiles. El otro fue una factoría próxima a Jartún donde la CIA sospechaba que se fabricaban armas químicas. La CIA tenía esa pista de una muestra de tierra recogida por un colaborador local poco fiable, y el objetivo alcanzado resultó ser una fábrica de productos farmacéuticos que trabajaba con organizaciones humanitarias internacionales.

Franklin D. Roosevelt no tuvo problemas para decidir su respuesta al ataque aeronaval contra la base de Pearl Harbor. Las cosas no son tan fáciles para Bush en esta primera guerra internacional del tercer milenio. EE UU ha sufrido un nuevo Pearl Harbor, y en su propio territorio continental. La respuesta inmediata es crear una amplia coalición internacional, con países de la OTAN y árabes, como en la guerra del Golfo, para una acción bélica que no se limitaría al bombardeo a distancia con misiles Tomahawk, sino que incluiría fuerzas terrestres, empezando por los comandos SEAL de la Marina y la Delta Force de la Infantería.

Osama Bin Laden, el presunto inspirador de los atentados de Nueva York y Washington.
Osama Bin Laden, el presunto inspirador de los atentados de Nueva York y Washington.ROBERT FISK / THE INDEPENDENT

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