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21ª y última etapa | VUELTA 2001
Columna
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Un ciclista en el círculo mediático

Después de tres semanas de vete a saber tú cuántas pedaladas, el cansancio empieza a pesar más que el recuerdo. Pero, en fin, mientras rumiamos la insuficiente tregua que concedemos al músculo, sí que es cierto que vienen a la cabeza con más espontaneidad las vivencias acumuladas.

Como buen debutante y como buen observador, a pesar de mis carencias, me he dejado impresionar por las grandezas de la Vuelta. No tanto por sus miserias, que las hay, pero ésas, la verdad, no dejan de ser las mismas de siempre. Las grandezas son, en cambio, nuevas, grandezas de medios sobre todo, luchas encarnizadas de grupos mediáticos o (tan lejos no llego) incluso políticos.

Afortunadamente, aunque no tanto para nuestro bolsillo, el mundo de los ases del balón y sus eternas luchas, barullos y polémicas queda lejos del horizonte del circo del pedal, pero no falta aquí quien se empeña en emparejarlo. Entre corredores, como amigos que somos, aunque (ya lo siento) les pese a algunos, no se ha parado de hacer chistes con estas guerras estériles. Aquí el me han dicho que éste ha dicho y tú qué tienes que decir a esto no funciona. Porque las horas en el pelotón son muchas y las conversaciones muchas veces muy largas, aunque a veces haya que interrumpirlas bruscamente por un inesperado ataque. Pero se retoman en el hotel, la salida o cualquier punto kilométrico de la piel del toro, pues ocasiones para coincidir no escasean. Y, ya se sabe, no hay mejor terapia para los malentendidos que el hablarlos, ¿no?

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Luego, están las luchas fratricidas por ser los primeros, casi como la nuestra, pero no en la meta, sino inmediatamente después. Guerras verduleras, como dicen algunos, por el protagonismo de las alcachofas. Guerras incluso civiles, en las que el rival puede ser tu propio hermano. Cámara contra cámara, micrófono que golpea, grabadora que vuela, cable que cruza sospechosamente cerca de las rodillas... Menos mal que nuestros masajistas sitúan estratégicamente nuestras trincheras móviles (especie de autobuses) en las que, con un poco de suerte y valentía, podemos refugiarnos del fuego cruzado.

Esto veo y, aunque directamente no lo siento, también corro el riesgo, como todo bicho viviente, de verme alcanzado por la metralla. Pero está empeñada la fortuna en hacernos salir indemnes. Así que seguiremos adelante, que el espectáculo debe continuar.

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