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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Debate sobre la guerra

En España existe un amplio consenso sobre la necesidad de dar una respuesta contundente al desafío terrorista, pero una reticencia superior a la otros países europeos a la implicación de España en la respuesta bélica a ese desafío. El pleno parlamentario de ayer en torno a la posición española ante el conflicto, a los 11 días del inicio de los bombardeos sobre Afganistán, era la primera oportunidad para plantear un debate pedagógico sobre esa contradicción, y sobre los problemas de la paz y la guerra en general. El presidente del Gobierno no acertó a suscitarlo.

En las encuestas suele aparecer todo un abanico de prioridades para el gasto público, pero cuando se pregunta qué otros gastos recortar para financiarlas se hace la unanimidad: defensa. La fuerte conciencia del peligro antiterrorista permitiría ahora un debate clarificador sobre la utopía de una seguridad sin asumir el coste humano y económico de una implicación en los conflictos bélicos. Sin embargo, las réplicas de Aznar a las objeciones de la oposición fueron todo menos pedagógicas. Se movieron entre la irritación y el aburrimiento por tener que explicar lo obvio.

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El portavoz de IU quizá sobrepasó el sentido común al sugerir que podría denunciar al presidente ante los tribunales por haber declarado una guerra sin consultar al Parlamento, pero el asunto merecía algo más que sarcasmos. Es cierto que la mención de la Constitución ('Al Rey corresponde, previa autorización de las Cortes Generales, declarar la guerra y hacer la paz') resulta anacrónica: porque cuando se aprobó, España no pertenecía a una alianza militar y porque en los conflictos actuales raramente hay una expresa declaración de guerra; también porque la distinción entre guerra y conflictos como el planteado por el terrorismo internacional ha dejado de ser evidente. Pero la ocasión era inmejorable para explicarlo.

Aznar reconoció que si hubiera un cambio en la aportación española, 'el Gobierno lo comunicaría inmediatamente al Parlamento'; es decir, si se requiriera la participación directa de tropas españolas en la fase de guerra terrestre a punto de iniciarse. Luego la implicación actual es de otra naturaleza, por más que fuera el propio Aznar quien suscitó la confusión al poner tanto énfasis en la aportación bélica de nuestro país.

No puede haber impunidad para Bin Laden y los Estados que le protegen, pero es lógico expresar la preocupación por que la respuesta evite bombardeos sobre poblaciones civiles, y que ya ahora se haga compatible el esfuerzo bélico con propuestas de reconstrucción posterior. Dio la impresión de que a Aznar todo esto le sonaba a música celestial. Tal vez exageró Zapatero al criticar la falta de respuesta a la amenaza de guerra biológica, pero ¿qué habría dicho Aznar -o Ramallo- si un ministro de Sanidad socialista hubiera respondido como lo hizo Celia Villalobos?

Es cierto que algunas críticas y observaciones resultan superficiales, como la de si Bush le va a recibir antes o después que a otros mandatarios, o si el padre llamaba al anterior presidente más que el hijo al actual. Pero el propio Aznar las ha propiciado con esas arrogancias tan habituales como esa de que lo que molesta a sus contradictores es 'que las decisiones no las puedan adoptar ellos'. Ocasión fallida.

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