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Crítica:LOS ARGENTINOS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Pesquisas magistrales de Saer

La reciente publicación, en Buenos Aires, de los Cuentos completos (1957-2000) de Juan José Saer (véase el artículo de Nora Catelli en Babelia número 530, 19 de enero de 2002) ha creado el definitivo consenso en torno a su lugar central en la literatura actual en castellano; de él dijo Beatriz Sarlo: 'Uno de los grandes libros de la literatura argentina, pero no sólo de ella'. Editados en sentido cronológico inverso, el tomo se abre con Lugar, su última compilación de narrativa breve, que, como volumen independiente, es uno de los libros que se publican ahora en España. Lo acompañan en el lanzamiento las dos últimas novelas de Saer, La pesquisa y Las nubes, que salieron originalmente en Buenos Aires, en 1994 y 1997.

La pesquisa

Juan José Saer. Muchnik. Barcelona, 2002. 159 páginas. 15,60 euros.

Las nubes

Juan José Saer. Muchnik. Barcelona, 2002. 182 páginas. 15,60 euros.

Lugar

Juan José Saer. Muchnik.

Barcelona, 2002.

189 páginas. 15,60 euros.

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Pero la historia empieza mucho antes, hacia 1968, cuando, con poco más de treinta años, Saer se instala en París y publica, meses después, la novela Cicatrices, su obra maestra de juventud. Vendrían luego 10 novelas más, entre ellas El limonero real (1974) y La ocasión (1986), cinco libros de cuentos, tres de ensayo y uno de poesía; nada ingenuamente titulado El arte de narrar, éste ha ido aumentando a lo largo de sucesivas ediciones. Casi todos los relatos de Saer acontecen en el litoral de la provincia de Santa Fe, donde el ancho río Paraná, al azar de las crecidas y las sequías, hace del suelo un tortuoso collar de islotes surcados por innumerables cursos de agua (durante el viaje en lancha cuyo relato constituye uno de los grandes momentos de La pesquisa piensa Pichón Garay: 'Es casi tan ancho como el Sena a la altura del Pont des Arts y por acá todo el mundo lo llama arroyo'). Esa fangosa ribera que ya no es tierra ni es todavía la terrosa agua del río es una metáfora bastante adecuada para esta obra: una mixtura lenta, obsesiva y minuciosa de paisaje y lengua, cuerpo y memoria, experiencia y ficción, historia y mito. Una composición paradójica y a veces irónica, puesto que la primera inversión de Saer consiste en haberse retirado al centro del mundo: en pasar de la remota provincia al corazón de Europa para, desde la extrañeza, practicar lo que un personaje de Lugar denomina la 'espeleología interna': en su caso, la perpetua reconstrucción de un paisaje, de una forma de vida vinculada a su lugar de origen, que es al mismo tiempo la hechura literaria de esa lengua rural argentina que nadie -desde José Hernández, con la excepción de Zama, la gran novela de Antonio di Benedetto o, de forma más esporádica y en otro registro, de un coetáneo de Saer, Manuel Puig- había sabido escuchar como él.

Por su forma de reconstrucción

infinitesimal de cada uno de los núcleos del relato, el método de Saer es de raigambre proustiana. En cambio, por la manera sorprendida de mirar las cosas, por un narrador que no da nada por supuesto, como si cada acto sucediese por primera vez y fuera el vislumbre de una revelación, el estilo tiene bastante que ver con Faulkner: con el duro y genial azoramiento del primer capítulo de Luz de agosto, por ejemplo, donde toda la tristeza del mundo queda abrazada por el adamismo americano, por la inquieta evidencia de que paisaje y cultura pueden chocar como si fueran dos entidades de parecida densidad. Que Saer consiga retener y dar brillo indeleble a las chispas de esa fricción es una parte de su gran talento; que demuestre cómo esa luz sólo puede brillar mediante el tratamiento artístico de las inflexiones nacionales de una lengua es la esencia de su maestría. Joyce, Carlo Emilio Gadda, Guimarães Rosa, Onetti, el propio Faulkner están en esa constelación: si la gran novela del siglo XIX fue esencialmente metropolitana, en lo más perdurable del XX -el límite está quizá en la invención por Thomas Hardy del alegórico condado de Wessex- no hay auténtica estética de avanzada sin el microscópico conocimiento de un paisaje y de una cultura local.

En Saer, la narración al mismo tiempo describe y celebra el propio procedimiento, es un arte reflexivo, no una forma más o menos pintoresca o espontánea de referir una anécdota. Dice el narrador de Las nubes: 'Nunca sucede nada importante -el nacimiento, la muerte, la vida de todos los días son incoloros y poco interesantes-, pero cuando de verdad sobreviene algo fuera de lo común, parece todavía menos real que una alucinación, y transcurre con la delgadez y la lejanía de un sueño impreciso'. Hay allí un precipitado del elemento nouveau roman, también esencial en su fórmula. Pero mediante ese 'sueño impreciso' que es asimismo la novela, Saer hace en la narración lo que uno de sus maestros -y uno de los grandes nombres secretos de las letras americanas del siglo XX, Juan L. Ortiz- hizo en el verso lírico: la fundación mítica del litoral fluvial argentino. No como continuación u oposición a la inventiva porteña, sino como respuesta al imperativo de dar relieve al desierto pampeano con espejismos subjetivos de la historia, tan rala y chata como la propia llanura. En La pesquisa, Pichón -el álter ego de Saer- se reencuentra con Tomatis, su amigo del alma, que se quedó a vivir en la innombrada ciudad de la que ambos son oriundos, y le refiere, en los intervalos de sus propias averiguaciones acerca de un misterioso manuscrito encontrado, el caso de un asesino múltiple de ancianas en París. Las nubes narra, a través de Pichón, Tomatis y una fórmula también cercana a la del documento hallado casualmente, la fundación en Buenos Aires, poco antes de la revolución de mayo de 1810, de una casa de salud destinada a tratar a enfermos mentales, y del viaje de cinco dementes guiados por un joven médico a través de la llanura, como en una especie de asado western.

Ambas novelas, y el libro de

cuentos, pertenecen a la última fase de la saga saeriana, en la que aparecen en primer plano las ambiguas emociones del americano que, tras muchos años de vivir en Europa, se reencuentra con sus orígenes: está allí, magistralmente tratada, toda la fantasmagoría de los años de ausencia, como en ciertos relatos de Henry James. Pero en tanto Las nubes, con su experimento de injertar un núcleo ficticio en uno de los momentos cruciales de la historia argentina, está en la línea de El entenado (1983) -probablemente la mejor novela de cuantas se han escrito sobre escenas de la conquista de América-, La pesquisa, por su parte adscrita al género policiaco, conecta con Cicatrices.

Por debajo o a los márgenes -pero en las obras cumplidas los márgenes no son nunca insignificantes- de todas esas voces, está también, en estas obras, la gran tradición hispánica: están Cervantes y La Celestina, y la picaresca sin duda. Por eso, y por ser el mejor escritor argentino vivo, es justo que la obra de Saer se publique ahora, de forma orgánica y ordenada, en España.

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