_
_
_
_
_
Tribuna:DEBATE | Jóvenes, noche y alcohol
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No se cambia por decreto

Los adolescentes y jóvenes de hoy consumen alcohol en grupo, de forma compulsiva, buscando colocarse, o encontrar el puntito para comenzar la fiesta (obviamente nocturna y de fin de semana), sin olvidar los que hacen del consumo abusivo uno de los aspectos básicos de la fiesta. Para comprender y actuar sobre este fenómeno hay que huir de dos errores: la simplificación en la explicación y quedarse en las meras propuestas técnicas en las respuestas.

¿Por qué consumen así? Nos limitamos a dos razones de fondo, aplicable al conjunto social una y más específica de los jóvenes, la segunda. En el estudio de la FAD Valores sociales y drogas (E. Megias dir.), recientemente publicado, señalamos que para los adultos 'consumir drogas (y alcohol) resulta casi lo esperable de los jóvenes, hasta el punto de que cuando se habla de los valores de los consumidores se termina hablando de los valores de los jóvenes: tanto en lo que se refiere a los riesgos que se espera que los jóvenes asuman como a la atribución de algunos valores ideales... Es cosa de jóvenes ser aventureros, tener curiosidad, consumir drogas y también ser solidarios, ser altruistas, ser buenos amigos de los jóvenes'. Lógicamente, 'los propios jóvenes se sienten desresponsabilizados de su propio comportamiento pues hacen lo que se espera que hagan...'.

Más información
El 'botellón'
Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Pero los adolescentes y jóvenes se acomodan muy bien en esta situación. Aceptan la 'presión' del grupo de amigos, bajo la forma de rutinización y ritualización (rito de paso básicamente) del beber. Esta chica madrileña de 17 años lo expresa así: 'Aunque no quiera, la gente se pone a beber... Si tú no bebes y ellos beben, van a estar de otro rollo, y tú vas a estar allí diciendo ¡bueno vale!, y quieras o no eso te obliga a beber' (J. Elzo en El silencio de los adolescentes). En ese mismo trabajo he encontrado jóvenes que, al tiempo que participan 'durante el tiempo normativizado' en grupos de voluntariado, son buenos estudiantes y hasta se forman como monitores de drogodependencias, puedan comenzar, lo más naturalmente del mundo, la noche del viernes haciendo botellón (página 118). No entender esto es darse de bruces contra la pared.

El botellón, como lo reflejaba muy bien Carlos Sarabia en EL PAÍS del martes 12 pasado, se explica porque quieren estar juntos, ellos solos sin que nadie les vigile, sabiendo lo que beben, a un precio más económico y pudiendo hablar. Aunque molesten a los vecinos. Pero los adultos hemos priorizado el 'derecho' a divertirse durante la noche sobre el derecho de los vecinos a descansar. La ley que ha anunciado Rajoy pretende, entre otras cosas, abordar este supuesto. Esto me lleva a la segunda cuestión. ¿Qué hacer?

No basta con las políticas instrumentales: prohibir el consumo molesto en las calles y fomentar que los jóvenes se 'escondan' para divertirse (discotecas, sí, y lonjas, garajes..., también), poner autobuses para los desplazamientos, organizar ocios alternativos a altas horas de la noche, controlar la venta de productos a los menores, etcétera. Esto es necesario (inteligentemente planteado), pero absolutamente insuficiente, si no contraproducente, en algunos supuestos. Por una razón de fondo: excluye a la juventud de vivir en sociedad en su tiempo libre. Al contrario, hoy el objetivo finalista básico de toda política de juventud debe ser su integración social, la participación activa de la juventud en la toma de las decisiones sociales. El actual modo de divertirse lo impide radicalmente. En consecuencia, un objetivo prioritario, en una política finalista, debe consistir en lograr que los jóvenes disfruten de su tiempo libre en horas no tan avanzadas de la noche, y las políticas instrumentales, absolutamente necesarias en el corto plazo, deben estar orientadas en el medio y largo plazo a este fin. Disfrutar he dicho, aunque será preciso convencer a jóvenes y adultos, y datos rigurosos hay para ello, de que los que más tarde se van a casa son los que, según señalan ellos mismos, menos disfrutan, sin que los que se queden en casa sean los que más disfruten.

Mi opinión es que la sociedad española no está por esta labor al día de hoy. Nos importa un bledo, además, ser la excepción europea en este punto, como nos recordó Cees Goos, responsable europeo de la OMS durante 17 años, en EL PAÍS del 13 pasado. Comprendo y comparto la preocupación que late en la ley que se propugna, pero dudo muy seriamente de su eficacia si no va acompañada, diría incluso que previamente, con una gigantesca labor de discernimiento, discusión y valoración del fenómeno 'jóvenes-noche-alcohol'. Hago votos para que el reciente congreso que ha organizado el Plan Nacional Sobre Drogas sea el arranque para esta labor, porque, no se olvide, una sociedad no se cambia por decreto.

Javier Elzo es catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_