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EL CONFLICTO EN ORIENTE PRÓXIMO
Columna
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Por qué no es inútil la cumbre

El presidente de la Autoridad Palestina, Yasir Arafat, no ha viajado a Beirut para discutir con los representantes de la Liga Árabe la oferta saudí de paz porque Ariel Sharon le exigía que hiciera de muñeco de ventrílocuo, con el propio primer ministro encarnando al artista que habla con el estómago. Está de moda decir, de otro lado, tanto en medios palestinos como israelíes, que hay poco de nuevo en la idea promovida por el príncipe heredero de Arabia Saudí, Abdalá, de acuerdo con la cual el mundo árabe establecería relaciones plenas con el Estado de Israel a cambio de la retirada total de los territorios ocupados.

Arafat, por su parte, devalúa también la originalidad de la propuesta diciendo que ya en 1981 el rey saudí Fahd -aún en el trono- había ofrecido otro tanto, cuando en el artículo 7 del plan de Fez hablaba del reconocimiento 'de todos los Estados de la zona', lo que incluía tácitamente a Israel. Pero era ésa una propuesta vergonzante, en la que no estaba claro que se pretendiera, como ahora, la implicación de todo el mundo árabe. Y el Rais se queda, indiferente, en su encierro palestino de Ramala porque sabe de sobra que la oferta no va a hacerse nunca realidad.

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Sharon y la práctica totalidad del espectro político israelí afirman también que no es nueva la idea, aunque en su caso es porque les aterra lo nuevo y sólo aspiran a aferrarse a lo viejo, que es la retención de parte de los territorios conquistados en 1967. Con más ingenio, Shlomo Avineri, historiador del sionismo, argumenta su no, gracias diciendo que ya se ha experimentado lo que es una normalización de relaciones con el mundo árabe en el caso de la paz con Egipto, que, si llevó consigo el fin del estado de guerra, no ha aportado, en cambio, una auténtica relación bilateral en ningún orden de cosas. Ha sido la paz fría. Y el presidente egipcio, Hosni Mubarak, tampoco está en Beirut por esa misma inutilidad del viaje, además de para no favorecer el éxito del régimen de Riad, que, con la aprobación de su oferta, podría resucitar políticamente, tras la gravísima implicación de ciudadanos saudíes en la masacre del 11 de septiembre. Pero la propuesta de Riad , aunque fracase, no es por ello menos importante.

En su austeridad de líneas, propia de un románico de la diplomacia, la idea saudí ofrece lo que siempre había pedido Israel: todo por todo; plenitud de relaciones, totalidad de retirada, absoluto reconocimiento de su legitimidad en Oriente Próximo. Y, por si fuera poco, a propuesta del Estado Guardián de los Santos Lugares del Islam. Es como si el Gran Rabino ortodoxo de Jerusalén descubriera, de repente, que los palestinos tienen también derecho a su país. Por esa sola razón ya vale la pena que haya cumbre en Beirut, y así queden claras las posiciones de las partes.

El documento final, sin embargo, habrá que examinarlo con lupa. Voces proisraelíes argumentan que el término normalización en árabe puede acarrear connotaciones negativas, hasta el punto de que no implique el tipo de responsabilides mutuas que la paz entre Estados -como entre Francia y España- entrañaría. Y ello enlaza directamente con los argumentos del citado Shlomo Avineri.

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Israel querría, como consecuencia de la paz, apoderarse del cotarro económico y tecnológico de Oriente Próximo, que es lo que ocurriría si se produjera un acuerdo entre potencias por fin amigadas -como Francia y Alemania- en vez de una paz propia de la resignación, aunque no necesariamente por ello menos cierta. Y eso no es hoy aceptable para ningún Estado de Oriente Próximo.

El Cairo congela relaciones con Jerusalén porque la cooperación pública con quien no quiere una paz justa en Palestina es hombre muerto en el mundo árabe; porque Israel trata inicuamente a la Autoridad Nacional de Arafat, negociando con una mano y llenando de colonos el territorio que negocia con la otra; y porque quiere únicamente la paz de la victoria, renunciando a cualquier tentativa de reconciliación. Pero, por ese mismo motivo, el Estado sionista no puede obtener hoy ni una victoria que vaya a reconocer el mundo entero ni una reconciliación que permita asegurar la presencia del judío allí donde solía.

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