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Una investigadora cordobesa relata la agitada vida de Hernando, hijo natural de Cristóbal Colón

El humanista creó una gran biblioteca de más de 15.000 volúmenes

Pocas vidas tan concentradas, tan rebosantes de pasión intelectual, como la de Hernando Colón, hijo ilegítimo del primer Almirante de la Mar Océana, cosmógrafo, jurista y creador de una biblioteca de más de 15.000 volúmenes. En los 50 años que duró su existencia, Hernando pasó de una casa de labranza a la corte de los reyes de Castilla y Aragón; viajó a América con su padre, pleiteó largamente con la corona, trazó mapas e itinerarios infinitos, recorrió Europa entera buscando libros... Todo esto lo cuenta la investigadora María Dolores López-Mezquita en su primera obra, una breve biografía novelada que rescata del siglo XVI a este oscuro e intenso personaje.

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En Hernando Colón. El hijo cordobés del almirante (Edisur, 2002), López-Mezquita une realidad y ficción, dejando claro cuándo se ciñe a la historia y cuándo la abandona para reconstruir con imaginación lo que no explica ninguna fuente.

El padre del protagonista, Cristóbal Colón, se ganaba el pan vendiendo libros y cartas de marear. Como no había conseguido el apoyo de Juan II de Portugal para su plan de llegar a las Indias por Occidente, recaló en Córdoba, que era desde 1483 sede habitual de la corte castellana, con la esperanza de que los reyes le recibieran. En eso andaba cuando conoció a Beatriz de Arana, una muchacha de 20 años, hija de unos campesinos, cristianos viejos, de Santa María de Trasierra.

Paje

Hernando nació en 1489. Sus padres no llegaron a casarse, porque Colón volvió encumbrado de las recién descubiertas Américas y ya no le convenía el matrimonio con la humilde Beatriz. Así que la dejó, llevándose al niño, que entonces tenía cinco años, y que se crió como paje del príncipe Juan, en Barcelona.

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Cuando su padre, enfermo y castigado por los viajes y las disputas, murió, Hernando sólo tenía 17 años. Su herencia incluyó un reto: el de litigar con la corona en nombre de su familia. Los reyes no estaban dispuestos a conceder a Colón el poder y las riquezas que habían pactado antes del Descubrimiento. América rebosaba más oro del que nadie habría podido soñar. Así, Hernando se convirtió en un jurista de primera fila. 'Siempre defendió a su padre', cuenta María Dolores López-Mezquita, 'compartió con él las desgracias y los triunfos, orgulloso de ser un Colón. Nunca quiso saber nada de su familia materna, de la que hablaba con desprecio. Creo que se avergonzaba de ellos, de su sangre campesina, y de sí mismo'.

Tenía un carácter difícil. Era duro, inteligente, poco diplomático. Fue apartado de los pleitos colombinos por mostrarse inflexible con los representantes de la monarquía. Entonces se concentró en otras cosas; el emperador Carlos V le nombró cosmógrafo oficial y comenzó a elaborar un enorme mapamundi que nunca llegó a completar. En 1517 se puso a redactar una obra colosal sobre la geografía de España... que tampoco culminó, porque el Consejo de Estado la vetó, temiendo que incluyese información peligrosa.

Pero quizás su faceta más brillante fue la de bibliófilo. Cerca de la sevillana Puerta de Goles, Hernando Colón levantó un palacio para albergar su biblioteca. El germen de la colección fueron los 238 libros que heredó de los Colón hacia 1509; luego viajó por toda Europa comprando libros. Francfort, Nuremberg, Colonia, Roma, Venecia; clásicos grecolatinos, filosofía, historia, geografía, náutica, viajes, poesía, música, lenguas... Llegó a reunir 15.000 volúmenes e ideó nuevos procedimientos para clasificarlos.

Testamento

En sus últimos años, a Hernando Colón le faltaban medios para mantener su biblioteca. Se dirigió a Carlos V pidiéndole un patrocinio que no obtuvo. Empezó a preocuparse por el futuro de su colección: temía que se dispersase. En su testamento dejó dicho que su sobrino Luis, tercer almirante, recibiría todos los libros, siempre que dedicase 100.000 maravedíes anuales a su conservación. Si no, la biblioteca iría a la Catedral de Sevilla. Así fue, y a pesar de todo los volúmenes acabaron separados. El Cabildo de la Catedral no cumplió las estrictas órdenes de Hernando Colón. Muchos clérigos se llevaban los libros impunemente; una parte de los fondos fue enviada a El Escorial, para sumarse a la biblioteca de Felipe II; en el XVII la Inquisición destruyó o mutiló unos 600 textos.

Esta historia de desidia llega hasta 1986, año en que se hundió la bóveda de la biblioteca y 1.000 ejemplares resultaron dañados. Hoy sobrevive apenas un tercio de los fondos originales, legado lejano de este Colón de tierra firme.

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