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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vuelo nocturno

El hecho de que más de medio centenar de niños o adolescentes rusos, en camino hacia unas vacaciones soñadas en España, figuren entre las 71 víctimas añade dolor y estupor al choque a gran altura, en cielo alemán y en plena noche, entre un Tupolev 154 de pasajeros y un Boeing 757 de carga de la firma DHL. Las recobradas cajas negras de la primera aeronave darán presumiblemente las claves de una tragedia sobre la que se han empezado a cruzar acusaciones: mientras las autoridades aeronáuticas rusas apuntan a la responsabilidad de los controladores, éstos sugieren un inexplicable comportamiento del comandante del Tupolev.

Según los controladores suizos de Skyguide, encargados del tráfico en la zona fronteriza entre Alemania y Suiza, el avión alquilado de la Bashkirian Airlines recibió hasta tres avisos progresivamente apremiantes para que variara su rumbo descendiendo. Parece que sólo al final comenzó a hacerlo, cuando ya el Boeing hacía lo propio, alertado por su radar de colisión, para intentar esquivar un impacto por entonces inevitable. Los responsables rusos han salido al paso de las eventuales dificultades de comprensión de las órdenes del control aéreo de Zúrich, al señalar que el piloto del Tupolev -un avión de 1995 equipado con un sistema de navegación moderno- hablaba inglés y tenía gran experiencia.

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Los Tupolev 154, aparatos de diseño antiguo pero fiables según los expertos, son la espina dorsal de la aviación civil rusa y se han visto envueltos en numerosos accidentes, el último en febrero sobre Teherán. La seguridad aérea precaria es una constante en Rusia desde que la desintegración de la URSS en 1991 alumbrase centenares de flotas minúsculas -como ésta de la República autónoma musulmana de donde procedían los niños fallecidos-, sin recursos y con un servicio de mantenimiento y tripulaciones a tono con su escasa capacidad económica. Pero aun con todos estos elementos a la vista, el choque sobre el lago Constanza es un accidente estadísticamente muy raro, cuyo antecedente parecido más inmediato se remonta a 1996, en la India. La experiencia muestra la extrema dificultad de que dos aviones modernos colisionen a 11.000 metros de altura, a una hora de escasísimo tráfico y sobre una de las zonas teóricamente mejor atendidas de Europa.

Por eso, y especulaciones aparte (se manejan desde malentendidos entre metros y pies hasta un paso incierto del control alemán al suizo), urge una explicación solvente del aparente cúmulo de fatalidades que ha provocado la catástrofe y conmovido los albores del verano.

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