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Crónica:VUELTA 2002 17ª etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

La estrategia de la tensión

Kelme, ONCE-Eroski y Coast buscan asustar a Heras antes de La Covatilla

Carlos Arribas

La intimidación comienza en la salida, cuando se firma, se toma un café, se huye de los periodistas o se charla bajo el tibio sol de Benavente. Sopla viento. Fresco. Del norte. Algo es algo. Habrá historia, porque en estas etapas de llanura, de páramos descarnados, de viento sin obstáculos, siempre hay historia, pero no tiene por qué ser matadora. Sin embargo, las miradas matan. Los osos del Kelme, los grandes rodadores, altivos; los especialistas del ONCE-Eroski, los del Coast. Es la estrategia de la tensión. La función comienza pronto. Después de las miradas, el segundo elemento, los platos, macizos, brillantes, nuevos, enormes, paellas de contrarreloj, el plato que echó de menos Flecha en su ataque a un kilómetro de la meta, 54, 55 dientes. Lo que más teme un escalador. Lo que más debería de temer Roberto Heras, el líder, el huérfano, el chaval que no tiene equipo, desvalido. El bejarano, el escalador que hoy llega a su terreno, a La Covatilla, a su última oportunidad para abrir más grande el hueco que tiene con Aitor González y demás, es el objetivo de la campaña. Se trata de que no duerma, se trata de desgastarlo, de agotarlo, de fabricarle pesadillas, escenarios en los que él esté siempre solo, en la noche, rodeado de lobos. Pero Heras, el líder, les mira de frente, les sonríe y les dice: 'Mirad como tiemblo'.

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El día anterior, en Pajares, le aislaron, le dejaron solo, y no le remataron cuando le tenían a punto de caramelo. Se portaron como esos asesinos sádicos, que hacen saber a la víctima que está muerta, pero que retrasan la ejecución. Y hasta respetaron, extrañamente, su pinchazo. Ayer, en la Ruta de la Plata, dirección sur, tierras del pan y del vino, Zamora y Salamanca, entre todos los abusones del 54 le organizaron un festín de abanicos, algunos en avituallamiento, algunos en parada técnica. Heras sufrió para coger las ruedas, para no cerrarse en las cunetas, para no cortarse, sus equipiers desperdigados por ahí. No le remataron. Quizás no pudieron. Quizás no hubo el viento suficiente. Quizás no le puedan ya rematar, que hoy llega La Covatilla, territorio Heras.

A Heras, que es de Béjar, todo lo que rodea a La Covatilla, ese puerto desconocido que la Vuelta se ha sacado de la manga, le gusta. Le gusta porque nace en Béjar la carretera que serpentea por la sierra de Candelario durante 10 kilómetros, que asciende al 8% de media hasta 2.010 metros, hasta la estación de esquí modesta; le gusta porque de sus faldas se cuelga Candelario, el pueblo hermoso, el pueblo donde se casó en agosto, donde alquiló una casa, donde ha montado su campamento base de entrenamientos. Le gusta porque ya pensando sólo en ciclista le recuerda a la Joux Plane, su puerto fetiche en el Tour, el lugar en el que dejó clavado a Armstrong hace un par de años. Le gusta La Covatilla y sólo le pide una cosa, que le conceda al menos un minuto, que cuando ataque desde abajo, desde el hotel de su amigo Cubino, le deje ir solo, le deje ganar tiempo, le regale esos 60 segundos que le permitan llegar a Madrid, a la contrarreloj del domingo, con una cara que no sea la de cordero degollado. Y aunque teme que la estrategia de la tensión desemboque finalmente en la acción, aunque sabe que en los puertos que salpican la carretera desde Hervás, Honduras, Tornavacas, Tremedal, la pinza del Kelme (Sevilla, el que alimenta el hambre de venganza, Aitor) entrará en funcionamiento, también intuye que no estará solo, que el factor Casero, que el factor Beloki, que el factor Simoni jugarán a su favor.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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