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Salvajismo en el fútbol

Comienza la Liga y vuelve la violencia en los estadios y aledaños. El curso pasado despedimos la temporada con el vandalismo en el Bernabéu, la grave agresión a un reportero gráfico y los enfrentamientos en la madrileña Cibeles, incluidos dos disparos a un furgón de la policía. Se reanudó la competición y en el primer derby, Sevilla-Betis, ya hemos visto enfrentamientos, navajas, brutal agresión a un vigilante privado de seguridad y salto al campo para agredir al portero del equipo rival. A continuación las instituciones hablan del endurecimiento de medidas y recuerdan el compromiso contra la violencia en el deporte que permitirá endurecer las sanciones a partir (¡!) del próximo 1 de enero.

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No obstante, como la mayoría de la ciudadanía, me siento escéptico, aunque mejor esas medidas que nada, pero mucho me temo que no se producirá el demandado giro de los verdaderos aficionados al fútbol que acabe definitivamente con la violencia en los estadios. Y no se va a producir porque los clubes no quieren cerrar las puertas a sus ultras, que son el origen del problema violento. En todo este tiempo, desde que se firmó el citado compromiso, ni un solo directivo ha anunciado la finalización del apoyo más que evidente que otorgan los clubes a sus ultras respectivos. Nadie quiere prescindir de ellos y apuestan, con poca sensatez, todavía, por domesticar el monstruo pese al coste de civismo que supone para toda la sociedad.

Pero para atajar esta maligna y expansiva violencia es preciso ir a su raíz. Y si existen espacios reservados para ultras, verdaderos viveros de intolerancia, donde la cultura de grada alimenta el odio compulsivo al rival, los símbolos antidemocráticos, la aceptación de la violencia como factor de autoafirmación e identidad, anonimato y cierta impunidad; si todavía se facilitan entradas y apoyos financieros para que esos grupos viajen otorgándoles el papel de puño de acero en defensa de los colores del equipo; y si encima se permite el proselitismo y la actividad de grupos racistas, violentos o separatistas que en el magma ultra se mueven a sus anchas, es de temer que las anunciadas medidas tampoco van a servir para erradicar el problema.

Mientras tanto, la sociedad seguirá sufriendo su vandalismo, pagando con sus impuestos facturas millonarias de sus destrozos o de los costes de seguridad que generan y en muchas ocasiones padeciendo terribles agresiones, incluso la desgracia irreparable de la pérdida de una vida a manos de un fanático criminal. En la larga historia del fútbol, la animación deportiva protagonizada por las verdaderas peñas de aficionados nunca necesitó recurrir a estas conductas que ensucian nuestro deporte. A los dirigentes de los clubes, además de responsabilidad, hay que señalarles la enorme deuda moral que tienen con su afición y especialmente con la sociedad española.

Esteban Ibarra es presidente del Movimiento contra la Intolerancia.

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