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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Amenaza norcoreana

LA DECISIÓN de Corea del Norte de retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) supone una grave amenaza a la estabilidad no sólo de la península extremooriental, sino también mundial. Al apostar por la libertad para desarrollar armas nucleares, el régimen de Pyongyang sube un peldaño más en su escalada de tensión, tras anunciar la puesta en funcionamiento de una central nuclear que produce uranio enriquecido y expulsar a los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA). Al convertirse en el primer país que abandona el TNP de los 188 firmantes debilita un pilar básico del orden mundial. Su aviso de que considerará "declaración de guerra" toda sanción en su contra es belicoso y a la vez revela su desesperación.

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Es necesario detener esta dinámica endiablada. Si lo que trata Kim Yong Il es de romper su aislamiento internacional, lograr el reconocimiento oficial de su país y reanudar las entregas de petróleo que EE UU ha interrumpido, aún hay terreno para negociar. Pero debe saber que no puede amenazar, salvo que busque el suicidio, con el uso de armas atómicas o con el amago de su fabricación (aunque la CIA estima que Corea del Norte posee ya dos cabezas nucleares). No le va a resultar fácil a Washington buscar una salida que no sea percibida como una cesión, aunque sea parcial, a este chantaje nuclear, menos aún cuando EE UU aumenta sus preparativos para una eventual acción militar contra Irak. A la vez, lo ocurrido pone de manifiesto el error de la política de Bush hacia Pyongyang. Clinton la centró en la no nuclearización de Corea del Norte a cambio de no forzar un cambio del régimen. Con su discurso sobre el eje del mal, Bush planteó acabar con el régimen sin haberse asegurado su no nuclearización.

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La alarma ha sonado en el mundo entero, a comenzar por Seúl, que, sin minimizar la gravedad del paso dado por el Norte, considera constructivo seguir adelante con las conversaciones para restablecer las comunicaciones por tierra entre las dos partes de este país dividido y explorar así las verdaderas intenciones del Norte.

El inamistoso gesto norcoreano, que ya insinuó en 1993, ha vuelto a poner sobre el tapete la proliferación de armas nucleares. Incluso Irak es parte del TNP, firmado en 1968 y ampliado indefinidamente en 1995, que obliga, bajo supervisión de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), a no fabricar este tipo de armamento. Una obligación general, salvo para las cinco potencias entonces nuclearizadas, EE UU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido, que se comprometieron por este Tratado a reducir sus arsenales y a "llegar a un acuerdo de desarme nuclear general y completo bajo supervisión internacional", lo que evidentemente no han cumplido. Es significativo que no suscribieran el TNP, fruto de la primera fase de distensión de la guerra fría, los tres países que, desde entonces se sabe fehacientemente que se han dotado de armamento atómico: India, Pakistán e Israel.

El golpe llega en unos momentos de debilidad del muro de contención de la proliferación. EE UU decidió meses atrás no ratificar el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares, y varios países están desarrollando cohetes de largo alcance capaces de llevar cargas nucleares. El último, el Agni, probado el jueves por India. EE UU tiene razón al considerar la proliferación de armas de destrucción masiva como una de las grandes amenazas de estos tiempos. Pero la doctrina Bush ganaría si se propusiera avanzar hacia una desnuclearización lo más amplia posible y no rechazara las armas de destrucción masiva sólo cuando están en manos de "Estados hostiles y terroristas". En todo caso, incluso si fuera una finta para provocar una negociación diplomática, Corea del Norte ha puesto en marcha una dinámica sumamente peligrosa.

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