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Una violencia provocada

Enrocado en su error, airado ante el rechazo popular de su alocada hazaña bélica y al borde de un ataque de nervios ante la creciente imagen política y moral de su odiado rival, el presidente del Gobierno español ha entrado en una espiral de violencias verbales y de inefables despropósitos que amenazan con prolongarse, como mínimo, hasta las próximas elecciones municipales y autonómicas. Ya nos tenía acostumbrados el señor Aznar a la intemperancia altiva, a la dialéctica capciosa y marrullera, a la injuria y al golpe bajo como argumentos parlamentarios. Sus declaraciones públicas son un portento de mendacidad y tergiversación continuas, presentadas con esa beatitud inocente y ese acento amanerado que tanta irritación producen a quienes le contemplan y oyen sin dar crédito a la capacidad que el jerarca demuestra a la hora de achacar a sus contrarios las lacras que le son propias. En un bar madrileño, un castizo exclamó a mi vera,oyéndole por televisión : "Tiene un morro que se lo pisa". Cuando así se le pierde el debido respeto a todo un presidente de Gobierno es que éste ha superado con creces el nivel de crítica que el escaldado españolito de a pie (siempre resignado y cortés, pese a todo) suele emplear en un comentario entre amigos.

La última táctica política del dirigente del Partido Popular no va dirigida a moderar o variar su errada estrategia belicosa, como están haciendo Powell o Blair, sino a intentar recuperar votos ya perdidos por culpa del desprestigio que sufre su partido a causa de la impopularidad de quien lo rige. Más solo que la una, el caballero Aznar ha de mantener prietas las filas de sus desmoralizadas huestes mediante burdos recursos de su imaginación nada fértil, nutrida por el imaginario franquista en el que fue educado. Por eso retorna a tópicos que los jóvenes no entienden y que nos harían reír a los veteranos si no evocaran épocas de represión tremenda. Ahora resulta que hay una conspiración (¿judeomasónica?) para expulsar de la normalidad democrática al PP. Ahora es la hora de un nuevo Frente Popular revolucionario que pone en peligro a España. El rojo-separatismo renace gracias a la complicidad de socialistas y nacionalistas vascos o catalanes que quieren reformar una constitución intangible, en su día combatida por el señor Aznar. Un demagogo radical -el Sosoman de los pactos- sería "compañero de viaje" de Sadam Husein y esclavo encadenado a los "comunistas", olvidadas las veces que el presidente del Gobierno recibió cordialmente al dictador iraquí o utilizó al PCE para atenazar al PSOE.

Con la faz imperturbable, el democràtico líder de nuestra extrema derecha considera que su partido es víctima de los ataques de la izquierda más de lo que el pueblo iraquí pueda serlo por los que él mismo ha propiciado con su apoyo a la locura de la Casa Blanca. No enrojece al afirmar algo tan notoriamente falso como que los solidarios con las víctimas de los bombardeos angloamericanos nunca lo han sido con las víctimas de ETA. Al equiparar al PSOE e Izquierda Unida con Batasuna está insinuando causas de ilegalización de estos partidos, cien por cien demócratas, que nos da la razón a los que augurábamos que la famosa ley de partidos se estrenaría con los batasunos y, con el tiempo, podría no detenerse en ellos. En fin, si Aznar ha podido ser comparado con Hitler (o con el Chaplin de El gran dictador) y con Goëring o tachado de ser tan terrorista como ETA, se debe a que el origen de tales exageraciones metafóricas se halla en la calificación aznariana de las protestas populares contra las sedes y los representantes del PP como actos propios del totalitarismo nazi y en la interesada y falsa imputación de esos desmanes a los partidos que combaten contra la guerra.

Es verdad que junto a los grupos violentos, añadidos al final de las manifestaciones pacíficas por desesperanza juvenil o por infiltración provocadora, han surgido en todo el país ciudadanos espontáneos que han expresado su rechazo al partido del señor Aznar de forma airada. Como él mismo ha dicho con razón, eso no había pasado nunca en nuestra democracia y no ocurre ahora en los Estados responsables de la guerra. Pero no se ha preguntado por qué ni ve que la causa no nace de un pobre partido monolítico y sin reflejos personales, excepto en algunos dignísimos discrepantes.

No se puede mostrar durante meses ante la ciudadanía un carácter personal y un talante político como el del señor Aznar, conocidos ya de todos, sin que la nobleza moral de nuestra gente se subleve. No pueden los ministros responsables de la información pública veraz (incluida la televisiva), del medio ambiente, de las obras públicas, etcétera, eludir, minimizar, ocultar evidentes problemas graves que afectan a la población y mentir sobre ellos. No se puede mostrar tanta frialdad ante la hecatombe humana que ensangrienta el Tigris y el Éufrates diciendo, como el Fraga de Franco, que mueren más en las carreteras de Lugo. No se puede provocar la vergüenza propia en una gente que hasta ahora vivía indiferente o no reaccionaba frente a las políticas agresivas, porque esa vergüenza puede proyectarse peligrosamente sobre el chivo expiatorio de un partido, considerado cómplice pasivo de la guerra y al cual se traslada la propia culpabilidad inconscientemente. ¿Cuántos votantes del PP engañados hay entre los violentos? Si los hubiere, ¿no habrán aprendido del estilo agresivo de sus propios mandatarios? Tampoco puede un grupo parlamentario carecer de libertad de conciencia ante una guerra claramente injusta, ilegal e inconstitucional, y abuchear, insultar y no dejar hablar, con miradas de odio, al líder de la oposición. No se puede hacer nada de todo lo dicho sin que la gente acabe estallando de vergüenza y de ira. Sobre todo, cuando no hay excusas ni rectificaciones posteriores, sino, por el contrario, todavía más injurias y calumnias.

No todos los ciudadanos son intelectuales, profesores y escritores que puedan expresar su indignación con la pluma o la palabra, eludiendo educadamente una sanción penal sobre su libertad de expresión. Y es verdad que, como canta la copla, la gente del pueblo tiene su corazoncito y le duele como al que más. Quien ha provocado la guerra de Irak con su colaboración servil y por puro afán de vanagloria ha provocado también la justa ira de un pueblo engañado e indignado. Que se aproveche esa indignación para, de forma recalcitrante, volver a engañar haciéndose la víctima, con vistas a recuperar votos para un poder ya ilegítimo moralmente, es la última y más convincente muestra de la razón que asiste al ciudadano; el cual no debiera en los días próximos caer en esa nueva trampa que se le tiende por quienes acabarán utilizando en su provecho el daño inflingido a sus propias bases. Quienes están llevando esta otra guerra a nuestro país como consecuencia de la que han llevado a Irak son los mismos de siempre. Que los más demócratas les frenen , no en la calle, sino en las urnas y cuanto antes.

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J. A. González Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la UB.

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