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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Integral de Brahams

Antes de abordar la integral de las sonatas para violín y viola de Brahms, Pinchas Zukerman ofreció como aperitivo el delicioso Sonatensatz (tiempo de sonata) en do menor, una obra póstuma bastante menos conocida que las otras cinco. De ellas, tres se escribieron originalmente para violín, mientras que las otras dos fueron compuestas para clarinete y piano, aunque luego el propio Brahms las transcribiría para viola y -también- para violín: el clarinete y la viola son dos instrumentos que el compositor de Hamburgo amaba profundamente, y a los que otorgó espacios muy destacados en su producción.

La Sonata para violín y piano núm. 1 sirvió para clarificar las coordenadas en que Zukerman y Neikrug iban a moverse a lo largo de las dos sesiones en que se ofreció este ciclo y que ya se habían apuntado en el Sonatensatz: una desbordante exhibición de poderío por parte de los dos intérpretes, que utilizaron una amplia gama dinámica, y un fraseo que combinaba la delicadeza y el énfasis. Énfasis que, curiosamente, iba parejo con cierta frialdad interpretativa. Las líneas estructurales parecían estar muy claras, el diseño de las frases trazado al milímetro, las secciones de los diferentes movimientos ensambladas con corrección, y la afinación del violín prácticamente impecable. Pinchas Zukerman utilizó un generoso vibrato que en el op. 120 se trasladó también a la viola. En el Adagio consiguió unos bonitos momentos donde el tiempo parecía que se hubiera detenido, y al último movimiento le dio, como corresponde, un tono más ligero.

Ciclo de Cámara y Solistas

Integral de las sonatas de Brahms para violín y piano y para viola y piano. Pinchas Zukerman, violín y viola. Marc Neikrug, piano. Palau de la Música. Valencia, 7 y 8 de abril de 2003

Al abordar la Sonata para viola en fa menor, el sonido más apagado de este instrumento amortiguó lo que para algunos era un exceso de vibrato. El timbre resultó aterciopelado en el primer Allegro, el Andante se hizo con contención y elegancia y, en los dos últimos movimientos, continuó plasmándose la buena compenetración entre el arco y el piano. Zukerman y Neikrug llevan muchos años tocando juntos, y el ajuste, no sólo métrico, sino también de enfoque, lo revela. Quizá por ello, la responsabilidad de eso que en jazz se llama falta de feeling corresponde también al pianista.

En la segunda sesión, con el Opus 100, 108 y 120/2, la interpretación circuló por derroteros parecidos a la primera, aunque hubo, puntualmente, pasajes mucho más logrados: la exposición del tema inicial del primer Allegro, las intervenciones más líricas de la viola en el Andante con moto, los exquisitos cambios de dinámica del violín en el Allegro alla breve del op. 108, o los variados colores que Zukerman sacó a su instrumento en el Adagio de esa misma sonata.. Concluyó esta integral de Brahms con un bis de alguien especialmente estimado por él: Robert Schumann. Una integral que, pese a la excelencia de los intérpretes y de las obras, no sacudió demasiado -estas cosas pasan a veces- el corazón de los oyentes.

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