_
_
_
_
_
Reportaje:

Visibles y combativas

Un libro de historias personales explica las vidas diversas de cincuenta gitanas de diferentes edades y plenamente integradas

Sus madres y abuelas iniciaron una tímida "revolución silenciosa" de puertas para adentro en el mundo gitano. Abrieron pequeñas rendijas en un interior en penumbra marcado por la sumisión al marido, las sucesivas alegrías de traer hijos al mundo y el llanto estático y negro de los lutos interminables. Ellas, las hijas y nietas, han dejado de ser, simplemente, invisibles. María del Carmen Carrillo es concejal en el ayuntamiento de Jaén; Gracia Jiménez es médica; Carmen Santiago Reyes y Carmen María Fernández Lucas, abogadas; Ana Giménez Adelantado, profesora de la universidad Jaume I de Castellón; Isabel Jiménez Cenizo, maestra; Elvira Jiménez Heredia, monja misionera que ha pasado 17 años formando niñas y jóvenes en Guinea. Y junto a ellas empresarias, trabajadoras sociales, farmacéuticas. Y algo nuevo: poetas, pintoras, músicas que viven de un arte hasta hace poco burgués y mayoritariamente masculino, y no sólo de los pies, el cante, o el flamenco, tradición que también continúan otras.

Éstas son algunas de las cincuenta gitanas plenamente integradas en la sociedad que revelan las alegrías y tristezas que jalonan sus vidas en un libro coeditado por la Fundación del Secretariado General Gitano y el Instituto de la Mujer. Son vidas estimulantes, labradas por el esfuerzo y la superación, en las que la doble discriminación sufrida por ser mujeres y gitanas no ha puesto límites a su ambición de aprender.

"Gitana". "¿Y qué? ¡Y tú paya!". La abogada Carmen María Fernández, escuchó a menudo este apelativo en el colegio. Hija de un ingeniero químico y una enfermera, su entorno valoraba el estudio. Pero en el colegio las niñas la insultaban apelando al estereotipo. Ahora, ya letrada, más de una vez ha tenido que llamar la atención en algún juicio por alusiones a su etnia. Y hasta a una juez que comentó que no iba a permitir un comportamiento de gitanos le replicó: "Señoría, la letrada que está en el estrado lo es y considero que mi comportamiento es impecable".

Gitana, gitana, gitana... Para ellas esta palabra, socialmente pervertida, es una de sus señas de identidad más valoradas. Pero no la única. Para Ana Giménez ser gitana es una condición diversa, "porque lo que significa para mí puede tener un sentido completamente distinto para otra mujer". En ese sentido, hablar de la mujer gitana "es una abstracción" que el libro ayuda a matizar y concretar.

Algunas de estas mujeres proceden de familias de clase media que han podido llevar a sus niños a colegios privados, o que aprecian la cultura: la alfabetización familiar se remonta al menos a los abuelos. Otras, sin embargo, no se han librado de una infancia chabolista. María Amaya, trabajadora social que prepara su licenciatura en antropología, vivió los primeros meses de su vida en una barraca de un barrio de Barcelona. María José J. Cortiñas, ahora diplomada en Trabajo Social, creció cerca de una década en una chabola: su madre le enseñó a leer y ella sorbía con avidez los periódicos y papeles que veía en el suelo. Empezó a estudiar a una edad tardía, a los 12 años, y pudo recuperar el nivel gracias a una profesora jubilada a la que acompañaba en sus paseos a cambio de que le diera clases. "Si este libro ayuda a otras doy por bien empleado el esfuerzo por desvincularme de aspectos de mi tradición que para mí eran una opresión y al mismo tiempo abrazar valores que me son más esenciales", afirma Isabel Jiménez. Ella, intelectual y reflexiva, representa la vanguardia. Pero "todavía son más las que no que las que sí", recuerda la empresaria y bailaora Ana Salido. Les queda mucho por hacer y por negociar con sus hombres gitanos para conseguir la la igualdad.

Arriba, de izquierda a derecha, Carmen Jiménez, la concejala Mary Carmen Carrillo Losada, Ana Santiago y Elvira J. Heredia. Abajo, Beatriz Carrillo de los Reyes, presidenta de la Asociación de Mujeres Universitarias, e Isabel Jiménez.
Arriba, de izquierda a derecha, Carmen Jiménez, la concejala Mary Carmen Carrillo Losada, Ana Santiago y Elvira J. Heredia. Abajo, Beatriz Carrillo de los Reyes, presidenta de la Asociación de Mujeres Universitarias, e Isabel Jiménez.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_