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LA VISITA DEL PAPA | Canonizaciones en Madrid

El Papa encarga a España "evangelizar" la UE

Juan Pablo II insta a los españoles a hacer valer sus "raíces cristianas" en la construcción europea

Con una misa multitudinaria celebrada, de nuevo, a pleno sol, el Papa se despidió ayer de los españoles, pidiéndoles con energía: "¡No rompáis con vuestra raíces cristianas!" Lo hizo durante la única y fundamental ceremonia de la jornada, dedicada a la canonización de cinco beatos españoles, que congregó en la Plaza de Colón de Madrid a centenares de miles de personas, hasta un millón según la Delegación del Gobierno en la Comunidad de Madrid.

"España, evangelizada. España evangelizadora. Ése es el camino", dijo en el Papa en un breve añadido a la homilía, en el que pidió al país que haga valer sus raíces cristianas en la construcción europea.

El Papa demostró ayer con sus palabras hasta qué punto cuenta con el Gobierno español para que sea incluida en la Constitución europea, que se prepara en estos momentos, una mención clara a los orígenes cristianos del Viejo Continente. Es una antigua obsesión del Pontífice, que tropieza con la fuerte oposición de los Gobiernos francés y holandés, profundamente laicos.

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"España ha sabido ofrecer a América su evangelización y después a otras partes del mundo", dijo Karol Wojtyla. Como "constructores de Europa y solidarios con el resto del mundo", añadió, "no olvidéis la labor de evangelización en el futuro, como ya se hizo en el pasado".

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A punto de cumplir 83 años, Juan Pablo II aguantó con tenacidad dos horas de ceremonia, pese a que su expresión era, en algunos momentos, de enorme padecimiento físico, como cuando se obstinó en permanecer de pie durante la lectura del Evangelio.

A la plaza de Colón, convertida en una gigantesca iglesia al aire libre, el Papa llegó a las 10 de la mañana, a bordo del papamóvil. Visto en la distancia, el vehículo parecía una urna transparente flotando entre el gentío. De nuevo, gracias al tronomóvi

l, Karol Wojtyla ganó el altar y fue depositado delicadamente en otro trono blanco.

Para entonces, habían tomado ya posiciones las autoridades. Los reyes, don Juan Carlos y doña Sofía, en sendos sillones en un extremo de la tribuna; el presidente del Gobierno, José María Aznar; los del Congreso y el Senado, Luisa Fernanda Rudi y Juan José Lucas, respectivamente; y el del Tribunal Supremo, Francisco Hernando, y del Constitucional, Manuel Jiménez de Parga. Todos con sus respectivas parejas. En el otro extremo, tomaron asiento más de 130 cardenales y obispos. El arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela, agradeció al Papa su quinta visita a España con unas palabras en la que subrayó el entusiasmo de los católicos por su figura. "Ven en Vuestra Santidad al defensor más firme e inquebrantable del hombre, de cada ser humano, defensor del derecho a la vida frente a toda agresión que la amenaza, especialmente frente a la violencia terrorista", dijo.

Wojtyla, envuelto en una casulla dorada, a ratos reclinado en su trono, seguía absorto el desarrollo de la misa, sin poder ver con sus propios ojos las dimensiones de la multitud debido a la extraña posición del altar, orientando inexplicablemente hacia la tribuna de autoridades, ocupada por miembros de la familia real, la reina Fabiola de Bélgica, el alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano; 10 ministros, ocho presidentes de comunidades autónomas, el secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, y el portavoz del PNV en el Congreso, Iñaki Anasagasti, entre otros.

Después de que el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, leyera las biografías (no demasiado resumidas) de los cinco beatos -Pedro Poveda, José María Rubio, Genoveva Torres, Ángela de la Cruz y Maravillas de Jesús-, el Papa pronunció las palabras rituales de proclamación de su santidad.

Más tarde, en la homilía, el Pontífice hizo una síntesis de los méritos de cada uno, y al mencionar al jesuita José María Rubio recordó su aportación a la preparación espiritual de muchos cristianos, "que luego morirían mártires durante la persecución religiosa en España". Esa fue toda la mención a la Guerra Civil, porque al referirse al Padre Poveda, fusilado en 1936, se limitó a señalar que culminó "su existencia con la corona del martirio".

El Papa puso de ejemplo a los nuevos cinco santos, tres mujeres de diferentes extracción social, -Genoveva Torres, huérfana pobrísima; Maravillas de Jesús, hija del marqués de Pidal, y la sevillana Ángela de la Cruz, de origen modesto-, y dos sacerdotes. "Os invito a pedir conmigo que en esta tierra sigan floreciendo santos", dijo Wojtyla. Un fruto posible, añadió "si las comunidades eclesiales mantienen fidelidad al Evangelio", y si "la familia sabe permanecer unida".

Antes de concluir la misa, a los sones de una Salve rociera, el Pontífice, visiblemente satisfecho por las multitudes reunidas en torno a él en todos los actos de la visita, se despidió de España y de Madrid, en particular, con palabras elogiosos a su pasado y fe en su futuro católico.

Se le vio levantar los brazos en un gesto de afecto cuando se acercaron los Reyes a saludarle, en el que sería el penúltimo encuentro antes de regresar a Roma. Wojtyla recibió en la sacristía, colocada bajo la tribuna, al líder socialista, Rodríguez Zapatero y, por la tarde, a don Juan Carlos y doña Sofía en la Nunciatura, donde compartió el almuerzo con la jerarquía eclesiástica española.

También se despidió el Papa de Aznar y las autoridades que habían seguido la misa sobre el estrado. Esta vez, tanto el presidente del Gobierno como Ana Botella se arrodillaron ante el Pontífice, igual que las demás personalidades. El Papa regresó a la Nunciatura a bordo del papamóvil entre las aclamaciones. Al filo de las siete de la tarde despegaba el avión de Iberia que le devolvió a Roma con el séquito vaticano. La satisfacción en el entorno era palpable. El Papa había triunfado.

Aspecto del altar instalado en la plaza de Colón, de Madrid, para la celebración por Juan Pablo II de la misa de canonizaciones.
Aspecto del altar instalado en la plaza de Colón, de Madrid, para la celebración por Juan Pablo II de la misa de canonizaciones.

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