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CRISIS EN LA COMUNIDAD DE MADRID
Columna
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Tuneladores

Enrique Gil Calvo

Entre todo el barullo mediático que se ha montado con el actual escándalo político, destaca un hecho sustancial: a los socialistas les han robado las elecciones, y todo lo demás es accesorio. Es verdad que Simancas sólo había ganado a duras penas el partido. Pero lo había ganado, y ahora se lo están robando con trampas y juego sucio. Además no se lo han robado sólo a ellos, pues también se lo robaron a sus socios minoritarios así como a todos los electores, sobre todo a quienes les votamos y ahora somos víctimas anónimas del masivo latrocinio. Lo cual es muy grave en una democracia electoral de tan baja calidad como la nuestra, donde la única forma que hay de controlar al poder es participando en comicios de ciento a viento. Pero si encima nos roban las elecciones anulando su resultado, entonces apaga y vámonos, pues la cacicada es tan vergonzosa que dan ganas de tirar la toalla y no volver a votar nunca más.

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A la gente se le revuelven las tripas, estupefacta por la desfachatez de los estafadores, que se saben encubiertos por la agradecida tolerancia de los beneficiarios del atraco. Porque ésa es otra: ¿a quién beneficia el robo de urnas? Está muy claro que a los tuneladores. Tanto a los tuneladores que excavan pasarelas de unos partidos políticos a otros, cobrando peaje por el tráfico de influencias inmobiliarias que circula por sus vasos comunicantes, como a los tuneladores que excavan el subsuelo para encarecer el precio del metro cuadrado edificable -por algo la trama denunciada operaba en el área del Metrosur-. Pues el telón de fondo de esta farsa fraudulenta es la colusiva connivencia que aflora entre la Administración pública de este posfranquista Estado de obras, que expropia el suelo público para subastarlo por parcelas al mejor postor, y las mafias caciquiles que desde cada localidad sobreexplotan semejante desamortización.

Justo cuando nos disponemos a celebrar los 25 años de Constitución. ¡Qué sarcasmo! Si algo le olía a podrido a Hamlet en Dinamarca, lo que hoy huele a podrido en las democracias latinas es todo, pues no hay nadie que escape indemne a la pestilencia que reina en Italia, en Argentina, en Francia..., y, desde luego, en España, pues también en esto vamos aquí a más. El volumen del juego sucio político no ha hecho más que crecer de González a Aznar, y a este paso las cosas aún pueden empeorar todavía más, pues cuando éste se retire a gobernar desde la sombra, Menem palidecerá de envidia. Y lo malo no es el latrocinio de la corrupción política, pues aún parece peor su inmunidad jurídica: su impunidad penal. Si la clase política de las democracias latinas carece de escrúpulos -o de complejos, según eufemismo de Aznar- es porque se sabe intocable, pues su blindaje institucional le confiere licencia para defraudar.

Así ha venido ocurriendo a lo largo de la historia, desde que el clientelismo de la antigüedad latina se tradujo en el caciquismo oligárquico, que hoy sobrevive como mafioso populismo encubierto bajo el camuflaje de una democracia de fachada, sin que parezca haber forma de acabar con él por mucha ingeniería constitucional que se ponga en ello. Pero además del defecto congénito que hemos heredado del clientelismo latino, ahora se añade otro defecto adquirido mucho más reciente. Me refiero a la moda del desarme fiscal.

Antaño, la política socialista o democristiana se financiaba en Europa con sólidos impuestos directos, que constituía pecado de lesa democracia no pagar. Pero desde que la codicia liberal se ha impuesto como estilo de vida, nadie quiere pagar impuestos, y la política debe recurrir a otros métodos para financiarse. Por desgracia, en democracia todo lo que no son impuestos termina por ser corrupción: como la especulación inmobiliaria que financia a los ayuntamientos. Por eso hay que ser pesimistas, pues todo irá a peor mientras nuestros gobernantes sigan corrompiéndonos con rebajas de impuestos para que así consintamos tácitamente su propia corrupción.

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