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Reportaje:LA CRISIS COLOMBIANA

El año decisivo de Álvaro Uribe

La lucha contra los vicios políticos y la pobreza serán los dos nuevos frentes del mandatario

Si en Colombia existiera la cresta de la ola, Álvaro Uribe estaría hoy cabalgando sobre ella. Pero Colombia es un surf lleno de remolinos, en el que el atleta más avezado se halla siempre a punto de naufragio.

Con una cota de popularidad de más del 70%, una caída de la criminalidad mortal de un 23%, una mayor presencia del Estado en zonas que fueron durante años de la guerrilla, y la presunta desmovilización de los paramilitares prevista de aquí a 2005, el presidente colombiano sólo tiene un gran enemigo: el tiempo.

Su segundo año comenzará, a efectos reales, el próximo 26 de octubre, con la celebración de un referéndum de vastas e indecisas proporciones, en el que lo esencial es que Uribe alcance los seis millones de votos -un cuarto del electorado- para que su reforma no sufra contratiempos. Pero, aun ganando su arriesgada apuesta -de lo que está plenamente convencido, aunque con prudencia diga lo contrario- un ominoso conjunto de factores cerca a la presidencia.

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El crecimiento económico, que, para lo que aquí valgan las estadísticas, se cifra en más de un 3,5%, no sólo no le alcanza al ciudadano, sino que las clases medias parecen abocadas a un deterioro progresivo de su capacidad de supervivencia con la ampliación, el año próximo, de la necesidad de declarar la renta hasta los ingresos más bajos de los profesionales, cuyo apoyo es el que más opinión crea; y de igual modo, con la extensión del IVA a todas las transacciones para el 1 de enero de 2005. Todo ello, unido a la marcha de un doble proceso: de guerra contra las FARC y de paz y asentamiento con los paras, aun asumiendo que prospere la lucha contra el crimen y el narco, será lo que determine el éxito o el fracaso del presidente Uribe.

Si la guerrilla parece hoy algo contenida, su derrota nadie piensa que sea para mañana; si igualmente es posible que los paras Castaño y Mancuso hayan hecho una apuesta estratégica por la paz, ha tenido que ser también a un alto precio. Uribe habrá de convencer a Washington de que no haya extradición para los jefes de una atroz contraguerrilla, amén de extender una impunidad de hecho a la gran mayoría de sus secuaces para que la desmovilización se haga realidad.

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A medida que el frente del orden público mejore, si lo hace, la atención del pueblo colombiano se centrará entonces en la batalla económica. Los vasos comunicantes de la victoria y la derrota llenan así un recipiente con lo que en el otro vacían.

El propio presidente no ignora la fragilidad de todo lo hasta ahora conseguido, y apenas disimula su incomodidad con el Congreso, que para él es la vieja política; su impaciencia con el Ejército, al que trata como si fuera su psicoanalista; con la Administración local, de la que espera una respuesta ágil e intachable a un centralismo en expansión; y su ira contra el régimen chavista en Venezuela, con el que no se excluye la posibilidad de ruptura, aunque el jefe del Estado no quiera decir ni palabra de ello.

Álvaro Uribe Vélez, sostenido fervorosamente por los medios de comunicación, la burguesía comercial, mucho de las clases medias y gran parte del común restante, no resistiría, sin embargo, un nuevo desencanto de una sociedad para la que, una presidencia tras otra, se han acumulado los desastres. Por eso nos hallamos ante un año decisivo. El esforzado presidente tiene confianza, pese a todo, en que puede seguir dominando la ola; en que puede cabalgar Colombia.

Álvaro Uribe, en el centro, y la ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, en un acto militar el pasado 7 de agosto.
Álvaro Uribe, en el centro, y la ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, en un acto militar el pasado 7 de agosto.EFE

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