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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo
Crónica
Texto informativo con interpretación

El invitado inesperado

Un keniano de 18 años, Kipchoge, se impone a El Guerruj y Bekele en los 5.000 metros

Carlos Arribas

Un keniano de 18 años, imberbe e irreverente, vio la rendija y no lo dudó. Salió de la última curva propulsado por un muelle y, con zancada fácil y ligera, comenzó a acelerar por la calle 2. Por la 1 iba Hicham el Guerruj en busca de la consagración definitiva. Por la 3, el otro duelista, Kenenisa Bekele, en busca de otro golpe de afirmación. Llegada la última recta, los dos parecieron paralizarse, agarrotados por el esfuerzo, congelados en el espacio. Por el medio, por la falla que se había abierto entre los dos que, con su voluntad, habían creado la carrera más intensa, el gran espectáculo del atletismo puro..., entre El Guerruj, que había atacado a falta de 800 metros, y Bekele, que había sido responsable de 3.000 frenéticos, a ritmo de récord mundial, pasó el invitado inesperado, Eliud Kipchoge, otro retoño del valle del Rift. Había estado esperando ese momento toda la carrera.

El etíope se volvió a mirar, a pedir ayuda. Nadie quiso pasar a mantener el ritmo alto
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Mundiales con poco músculo

Los caminos de Bekele -el heredero de Gebrselassie, el ganador de los 10.000 metros más rápidos de unos Mundiales, la prueba en la que los tres etíopes masacraron a sus vecinos del sur, a sus primos kenianos- y El Guerruj -el cuádruple campeón mundial del 1.500, el atleta que sería el mejor fondista de la historia si hubiera ganado unos Juegos Olímpicos, el plusmarquista mundial del 1.500 y la milla (1.609 metros)- se cruzaron en los 5.000 metros de París. Los dos corrieron en la soledad más absoluta, rodeados de atletas que habían cogido un ticket de primera fila para el espectáculo, un ticket con derecho... a cambiar el final.

Era la carrera que daba sentido al atletismo en París, la que hacía soñar a todos los aficionados. Bekele quería un ritmo rápido, una marcha que asfixiara a El Guerruj, que sólo había corrido dos 5.000 en su vida. En los 10.000 los tres etíopes se pusieron de acuerdo y, relevándose, acabaron rápido con las dudas. Pero ayer nadie iba a ayudar a Bekele. Así que el mejor fondista del futuro tuvo que agarrar por la mano su destino y empezar a tirar desde el primer metro. Y, cuando llevaba 3.000, cuando seguía oyendo a sus espaldas el ritmo regular y tranquilo de El Guerruj, cuando oyó que su respiración no se alteraba, cuando vio por las pantallas gigantes que el marroquí no cedía ni un metro, empezó a comprender que su ambición le había traicionado, que su grandeza de miras, que su generosidad, su ansiedad por hacer la mejor marca del mundo..., le habían conducido a un callejón sin salida. A los 3.800 se volvió a mirar, a pedir ayuda a sus compatriotas, a algún otro corredor. Nadie quiso pasar a mantener el ritmo alto. Y Bekele, que no quería suicidarse, se apartó. Sólo entonces se dejó ver, momentáneamente Kipchoge, el tercer keniano, el menos vigilado. Pasó unos centenares de metros, marcó un ritmo falso, y, como el cómico que sale para aligerar los intermedios, o eso parecía, se apartó a 800 metros del final, cuando El Guerruj lanzó su ataque.

Como si los 4.200 metros anteriores, como si los 11 minutos anteriores a un ritmo que había desfondado a algunos de los mejores fondistas del mundo, hubieran sido un calentamiento sin más, como si hubieran sido simplemente los primeros 700 metros de todos sus 1.500 anteriores, El Guerruj atacó a falta de dos vueltas como hizo para ganar el Mundial del 1.500. Y, si entonces tardó 1m 50s en cumplir esos 800 metros, ayer tardó muy poco más: sólo 1m 54s. Pero, si entonces logró que el ácido láctico trepara por las piernas y se instalara en las tripas de sus competidores, ayer sólo valió para que Bekele, el hombre con los mejores 200 últimos metros, se quedara sin aire; sólo sirvió para que, a la salida de la última curva, Kipchoge, a quien nadie vigilaba, encontrara la rendija que no iba a dejar cerrarse. Y, aunque se quedó congelado, paralizado como los corredores de 800 metros que llegan agonizantes a la última recta y parecen garrotes rígidos y acartonados, El Guerruj todavía encontró fuerzas para moverse hasta la última línea, hasta el último suspiro, hasta el lugar en el que finalmente un keniano irreverente se entrometió en el gran duelo de los campeonatos.

Kipchoge luce sus índices con el rostro aún crispado por el esfuerzo.
Kipchoge luce sus índices con el rostro aún crispado por el esfuerzo.REUTERS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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