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LA POSGUERRA DE IRAK
Columna
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Vietnam, Somalia, Irak

Guillermo Altares

Cuando Francis Ford Coppola quiso resumir en Apocalypse now el poderío bélico de Estados Unidos en Vietnam, eligió la formación de helicópteros del Séptimo de Caballería Alada que machacaba un pueblo bajo la música de La cabalgata de las walkirias, al mando del coronel Kilgore (Robert Duvall), famoso por aquella frase de "no hay nada como el olor del napalm por las mañanas". El gran cronista de aquel conflicto, Michael Herr, escribe: "Los helicópteros, la gente saltando de los helicópteros, gente tan enamorada de ellos que habrían corrido a subirse otra vez sin que nadie les presionase. Helicópteros elevándose rectos desde pequeños espacios de selva despejados, descendiendo cabeceantes sobre azoteas urbanas, cajas de raciones y de municiones tiradas desde el aire, la carga de los muertos y de los heridos". "Me venía a la memoria el primer viaje en helicóptero", escribe Manu Leguineche en La guerra de todos nosotros, cuando comienza a desgranar sus recuerdos del conflicto.

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Vietnam fue la guerra de los pájaros. Los helicópteros fueron el gran invento de aquel conflicto: por su rapidez, por su capacidad para entrar con suministros en la selva y salir con las bajas o para realizar ataques relámpago y volver a una base segura. Pero también eran vulnerables: no sólo a los morteros, las granadas o la artillería, a veces los vietcong los derribaban cuando, al acercarse a la selva para aterrizar, soltaban de golpe una palmera que habían atado previamente y caían en llamas sobre los árboles. A lo largo de los años y de las guerras, fueron perfeccionándose, más seguros, más letales, y continúan siendo un elemento esencial para la infantería estadounidense. Cada compañía de la III División de Infantería, la que invadió Irak, tenía 36 carros de combate y tres helicópteros Apache de apoyo que iban abriendo camino. Sus efectos podían comprobarse después de la invasión: tanques, piezas de artillería, camiones iraquíes... achicharrados en todas las carreteras del país. Los Chinook, destinados al transporte de tropas y reconocibles por su tamaño y sus dos hélices, eran siempre más discretos: no tienen las placas de acero que protegen a los helicópteros de asalto Apache o Black Hawk.

Pero los de asalto, como pudo comprobarse hace 10 años en Somalia, también tienen sus puntos débiles, a pesar de su blindaje y su rapidez. Con una granada RPG disparada contra el rotor de cola de uno de ellos el 3 de octubre de 1993 comenzó el mayor desastre militar que Estados Unidos vivió en aquella década. Fue en Somalia, durante la intervención humanitaria contra los señores de la guerra, y la última película de Ridley Scott, Black Hawk derribado, recordó aquel incidente, en el que murieron 18 soldados de EE UU y que forzó la retirada de Washington de aquel país del cuerno de África. Pero el símbolo quedó: unos guerrilleros desorganizados, sin armamento pesado, fueron capaces de derribar el símbolo de la máquina de guerra de EE UU. Como los vietcong y las palmeras.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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