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Reportaje:LA CAPTURA DE SADAM | El perfil del dictador

El caudillo que gaseó a su propio pueblo

Obsesionado por Stalin, Sadam Husein cometió el error de provocar varias guerras que acabaron con su régimen

Desde que llegó al poder, en 1979, Sadam Husein ha intentado, a su manera, hacer historia. La empezó incluso a hacer antes de llegar a la cúspide, cuando concentró en sus manos un poder sin precedentes como vicepresidente, hombre fuerte de un régimen que encabezaba formalmente su tío Ahmed Hassan al Baqr. Ese año le empujó pacíficamente de la jefatura del Estado y del mando supremo del partido Baaz para sustituirle en todos sus cargos. Para consolidarse entonces en la cima, para asentar una autoridad indiscutible, Sadam se inventó un compló. El 12 de julio de 1979 fue detenido Husein Mashadi, secretario general del Consejo del Mando de la Revolución, y torturado hasta que confesó conspirar por cuenta de Siria.

Tras la guerra del Golfo ordenó una represión que costó la vida a 30.000 personas
Como el dictador soviético, desde el principio su método de gobierno fue el terror
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Seis días después, Sadam convocó a 360 dignatarios del Baaz. De detrás de la cortina de la sala de conferencias apareció demacrado el secretario general, quien relató su traición ante un auditorio conmovido. Mashadi reveló los nombres de sus 60 cómplices, todos ellos presentes, a los que unos guardias armados detenían en cuanto los pronunciaba el delator.

Sobre el estrado, el dictador vertía lágrimas de cocodrilo. Días después, todos los supuestos conjurados fueron ejecutados. Para que el escarmiento surtiese efecto, el vídeo en el que había sido grabada la delación de Mashadi fue distribuido a las secciones regionales del Baaz.

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Aquella primera gran purga del nuevo presidente fue, como otras muchas ejecuciones que había ordenado antes, de corte estalinista. A sus 42 años, Sadam tenía, según Said Aburish, autor de su biografía (Sadam Husein: la política de la venganza), un solo maestro contemporáneo, Stalin, cuyas obras había devorado. Como el dictador georgiano, su método para gobernar ha sido el terror.

Lo empezó a practicar en 1963 cuando los baazistas y sus compañeros de viaje derrocaron al general Abdelkarim Kasem. Sadam ejerció entonces de investigador en Fellahee y Mutakafee, dos campamentos de detención de presos políticos, donde arrancaba confesiones de sus adversarios. "Interrogando a la gente en esos campamentos, recurrió a la tortura y, como cualquiera que llevase a cabo esa actividad, eliminó físicamente a las personas", afirmó Aburish en una entrevista con la televisión PBS. En aquella década turbulenta de los sesenta, en la que las intentonas se sucedían al ritmo de las estaciones, Sadam no tardó, sin embargo, en dejar de ser verdugo para convertirse en ajusticiado. En 1964 fue, a su vez, torturado antes de ser trasladado a la cárcel de Tagi, de la que se escapó en 1966. Llevó entonces la vida aciaga del militante clandestino hasta que el golpe de Estado de Al Baqr le permitió salir a la luz. En 1969, su tío le hará nombrar vicesecretario general del Consejo del Mando de la Revolución.

Consolidada su autoridad presidencial, de puertas para adentro, en 1979, Sadam inició al año siguiente su expansión regional. El viejo vecino persa, en manos de un régimen islamista, el del ayatolá Jomeini, que podía resultar atractivo para la mayoría chií en Irak, fue el primer objetivo en 1980. Temerosos de que la revolución islámica de Teherán contagiase a su entorno, naciones occidentales alentaron al dictador iraquí a ir a la guerra.

Aquello que iba a ser un paseo militar se convirtió en una hecatombe. Lejos de derrumbarse, el Ejército iraní, purgado tras la caída del sha, aguantó la embestida e incluso la utilización de armas químicas por parte del enemigo. La guerra de trincheras concluyó en tablas, pero con un cuarto de millón de muertos del lado iraquí. Sadam hacía historia, pero era la de una derrota.

La propaganda baazista siempre se jactó de haber vencido a Jomeini, pero los ciudadanos sabían que se había derramado demasiada sangre como para que aquello fuese un triunfo. La invasión de Kuwait, dos años después del fin de la contienda con Irán, fue, ante todo, una huida hacia delante de un Sadam ansioso por apuntarse un gran tanto. De paso se adueñaba también del petróleo del emirato y amedrentaba, además, a unas monarquías del Golfo que despreciaba.

La jugada también le salió mal. George Bush, el padre del actual presidente norteamericano, nucleó en torno a EE UU la mayor coalición de la historia para expulsarle de Kuwait. La paliza infligida al dictador fue contundente -unos 100.000 soldados muertos y 13.000 civiles-, pero prácticamente se paró en la frontera iraquí. Por eso, de nuevo, la propaganda baazista pudo argumentar que había ganado. Por mucho que se empeñase, Sadam seguía escribiendo una historia plagada de descalabros sangrientos.

Le quedaba aún por protagonizar un último capítulo de violencia a gran escala. Tras la liberación del emirato, kurdos en el norte y chiíes en el sur se sublevaron contra el dictador. Aún tambaleante tras su expulsión de Kuwait, el Ejército de Sadam logró aplastar la doble rebelión. Contra los kurdos echó mano, por segunda vez, de armas químicas. Su represión despiadada costó la vida a unas 30.000 personas, incluidos unos 5.000 kurdos gaseados, según la demógrafa norteamericana Beth Osborne Daponte.

"Es un régimen totalitario que se apoya y sobrevive gracias al terror interno", explicaba, en otra entrevista con PBS, Frank Anderson, el que estaba hace una década al frente de la dirección de la CIA para Oriente Próximo. A causa de ese terror despiadado fracasaron todos los atentados para acabar con la vida de Sadam.

A medida que cosechaba descalabros, Sadam fue modificando los pilares de su régimen para preservar su estabilidad. Poco a poco, el Baaz, ese partido nacionalista con un barniz socializante, se fue convirtiendo en un cascarón vacío mientras el poder era asumido por el clan de Tikrit, miembros del grupo de los familiares del dictador.

La ideología también fue cambiando. Para estar a tono con un entorno en el que los islamistas avanzan, Sadam hizo desde los noventa invocaciones a Alá, amplió la formación religiosa en las escuelas e incluso mandó reescribir la biografía de Michel Aflak, el cristiano sirio que fundó el Baaz. La nueva versión sostiene que se convirtió al islam poco antes de su muerte.

Megalómano y mal informado por unos colaboradores que se esforzaban por endulzarle las malas noticias, Sadam no ha sido consciente del calibre de los fracasos cosechados, del desastre que para Irak, un país que llegó a ser próspero comparado con su entorno, han supuesto sus casi 24 años de reinado, las dos terceras partes como presidente. Un dato, entre otros muchos, ilustra el hundimiento de Irak a lo largo del último cuarto de siglo. En 1979, la renta per cápita de los iraquíes era de 12.000 dólares, según ha calculado Robert Barro, un economista de la Universidad de Harvard. Superaba con creces a la de España. Ahora es de 3.000 dólares, la quinta parte de la española.

Pese a todo, es posible que Sadam pensase hasta el último momento que iba a derrotar a Estados Unidos, no militarmente, sino políticamente. En vísperas de la guerra del Golfo de 1991, el presidente le dijo a Joseph Wilson, un diplomático estadounidense de alto rango que le visitó, que después de Vietnam EE UU se había convertido en una sociedad que no podría soportar 10.000 víctimas. Sólo 293 estadounidenses resultaron entonces muertos, la mitad en accidentes o por fuego amigo. ¿Se pensaba que ahora, en territorio iraquí, le podría infligir muchas más bajas y obligarle a retirarse?

Cuando en las últimas horas se resistía a ser capturado por las fuerzas de ocupación de Irak, Sadam debía más bien complacerse recordando fugazmente la trayectoria del hijo de un modesto labrador de Auja, una aldea cerca de Tikrit, erigido en adalid del nacionalismo árabe. Ese descendiente de campesinos libraba una batalla a la superpotencia imperialista que quedará grabada con letras de oro en los libros de historia. Hasta el último momento, el dictador estuvo pendiente de su imagen física y política. Su última imagen, con pinta de vagabundo, capturado sin disparar un tiro, quiebra la imagen que Sadam se había empeñado en construir de sí mismo durante 30 años de poder y terror.

SCIAMMARELLA

Un autodidacta formado en la calle

Sadam nació hace 66 años en una familia de campesinos. Su padre murió, según la biografía oficial, o se marchó, según algunos de sus detractores, poco antes de que su madre diese a luz. Ella fue la que empezó a inculcarle el virus del nacionalismo, contándole cómo algunos de sus familiares habían resistido al colonialismo otomano y británico.

La labor la continuó su tío Khairalá Tulfa, un maestro de escuela en cuya casa de Bagdad se instaló Sadam a los 10 años. Se había mostrado deseoso de aprender a leer y escribir, algo que la mayoría de los niños de Auja, su pueblo, no hacían.

Acabó el bachillerato en El Cairo, donde se vio obligado a exiliarse en 1959 y donde empezó también unos estudios de Derecho que acabará, cum laude, cuando ya era presidente de Irak.

La ebullición nacionalista en el Egipto gobernado por Gamal Abdel Naser sirvió también para reforzar las convicciones ideológicas del futuro presidente. Mucho más que las aulas, la verdadera escuela de este autodidacto con enormes lagunas culturales -habla un árabe pobretón- fue, sin embargo, la calle o los garajes oscuros en los que conspiraban los militantes del partido Baaz, entonces en la clandestinidad.

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