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Columna
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Machado vuelve

El sonido de la verdad, si es que lo tiene, debe de ser como el rasgueo incesante de la pluma de un gran poeta sobre un sinfín de cuartillas amarillentas. Rumor de fondo de la palabra en el tiempo. Y el arrugarse los papeles desechados, como pisadas que se alejan por la alfombra de hojas secas en el interior del bosque de símbolos. Cosas así llegué a pensar, influido sin duda por la imagen de un Machado, según lo describen sus propias sobrinas, horas y horas emborronando hojas sueltas, la mayoría de las cuales iban a parar al cesto que el poeta se ponía al lado; combatiendo con cigarrillos compulsivos y con tazas de café -hasta diez al día-, la irreparable fuga. Y convencido, como todo buen poeta, de que en aquella pesquisa pocas veces lograría arrancarle algún destello al enigma del mundo.

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De ese naufragio de papeles, la familia Machado fue salvando lo que pudo, en medio de otro naufragio mucho mayor, el de la época más terrible de España. Unas veces son cuadernos con una engañosa apariencia de rigor, meticulosamente escritos al derecho y luego al revés. Caligrafía inglesa, de aspecto comunicativo, pero que de pronto se vuelve ilegible, como afectada por una vibración repentina, acuciada se diría por el vislumbre de algo que era preciso atrapar. Y a continuación una fiebre de tachaduras, que acusan la decepción por no haberlo conseguido, o el borrón de una gota de rabia, la del jacobino que llevaba dentro el bueno de Machado. Muchas cuartillas sueltas hay también, milagrosamente recuperadas. Y entre todas ellas, cantares y poemas repetidos obsesivamente, con el cambio de una sola palabra, una simple coma, versos titubeantes, como en agraz, coplas fallidas, disquisiciones de alta metafísica, notas y cartas de las dos caras de la realidad: la cotidiana (afectos, quejas), y la otra: pensamientos, dudas, cavilaciones.

Encerrado con el maravilloso rompecabezas de los manuscritos que ha comprado Unicaja (en buena hora y antes de que nos los arrebatara la inhibición incomprensible de otras instituciones), he procurado no olvidarme de aquella idea del maestro, en carta a Unamuno: "la belleza no está en el misterio, sino en el deseo de penetrarlo". Claro que mi cometido era mucho más modesto: empezar a poner un poco de orden, si fuera capaz, en las 770 páginas, imagen viva de la "esencial heterogeneidad del ser", que la diosa fortuna había colocado en mis manos. No ha sido más que un primer abordaje, como para saber qué había. Otras mucho más expertas ya se han unido a la tarea, y otras más que vendrán. Y no para el elogio fúnebre, aunque el impulso esta vez haya sido el 65 aniversario de la tragedia de Collioure. Sino para hacerle "un duelo de labores y esperanzas", como el poeta quería con ocasión de la muerte de Giner de los Ríos.

Lo importante es que Machado ha vuelto al paraíso de su infancia, que le dejó aquella herida de luz incurable en la memoria. A Andalucía, contrapunto esencial de sus amores castellanos. Y que se queda en España, en esta hora borrosa, ¿otra vez?, como para avisarnos de que también vuelven a oírse las campanas más que los yunques, las embestidas de los necios más que el fluir discreto y hondo de la verdad.

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