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Columna
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Rato y el FMI, Almunia y la CE

Joaquín Estefanía

Es muy posible que esta semana entrante dos ciudadanos españoles de distinta ideología ocupen posiciones centrales en organismos económicos de primera magnitud. El primero ya es seguro: mañana, Joaquín Almunia participará en Bruselas en su primera reunión del Colegio de Comisarios europeos, como comisario de Asuntos Económicos, sustituyendo al también español Pedro Solbes. Y mañana también, en una reunión no formal del Comité Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional (FMI), se puede dar el paso decisivo para que Rodrigo Rato sea designado director gerente del mismo. Para actuar como tales, ambos deberán desvestirse de sus ropajes nacionales y partidarios.

Rato y Almunia llegan a esas instituciones en momentos muy delicados, necesitadas de una especie de refundación. El FMI cumple este año sus primeros 60 de vida. Nacido tras la II Guerra Mundial, impactado todavía por los efectos de la Gran Depresión de 1929, cada generación ha quedado marcada por alguna experiencia impactante: en los setenta, las crisis del petróleo; en los ochenta, el impago de la deuda externa; en los noventa, las crisis recurrentes en el marco de la globalización que, iniciadas en lugares no centrales del sistema (México, Tailandia, Rusia, Brasil, Argentina...), se contagiaron al planeta entero; en el nuevo siglo, la recesión americana, el estallido de la burbuja tecnológica en las bolsas de valores y los efectos psicológicos depresivos del terrorismo del 11-S.

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En estas últimas décadas -desde que Nixon acabó con el patrón oro y con los mecanismos de Bretton Woods, que vieron nacer al Fondo-, el FMI ha devenido en un prestamista en casos de crisis, a cambio de que los países con problemas acepten implantar su ortodoxia económica (siempre la misma: terapias de choque muy dolorosas para los ciudadanos afectados). El montante comprometido por las instituciones financieras multilaterales y el G-7 en las crisis citadas ha sido muy alto: México, en 1995, 47.000 millones de dólares; Tailandia, en 1997, 17.200 millones; Indonesia, en 1997, 43.200 millones; Corea del Sur, en 1997, 58.400 millones; Rusia, en 1998, 22.700 millones; Brasil, en 1998, 41.000 millones; Turquía, a comienzos de siglo, 31.000 millones; Argentina, 21.000 millones; Brasil, en 2002, 30.400 millones.

Este dinero es pagado por los contribuyentes de los países socios del FMI. Sus principales accionistas son EE UU, con el 17,1% del total; Japón, con el 6,1%; Alemania, con el 6%; Francia, con el 4,96%; Arabia Saudí, con el 3,23%; China, con el 2,95%, o Rusia, con el 2,75%.

A estos problemas -y a la redefinición de la institución a los nuevos tiempos- se deberá aplicar Rato a partir de ahora: prevenir las crisis financieras en lugar de tener que acudir a sanear los países cuando ocurran; agilizar las negociaciones de Argentina con sus acreedores privados por un valor de la deuda de casi 100.000 millones de dólares; decidir qué hacer con los países más pobres del África subsahariana (¿labores sólo de asesoramiento?, ¿condonación de la deuda externa?, ¿concesión de nuevos créditos cuya recuperación será casi imposible?).

Rato se encontrará para ello acompañado por una subdirectora gerente, Anne Krueger, nombrada por Bush y perteneciente al ala más dura del neoliberalismo, y por un economista jefe del Fondo recién llegado, Raghuran Rajim, que hace poco ha publicado un libro titulado Salvar al capitalismo de los capitalistas, en el que defendía la tesis de que los mayores enemigos del sistema no son los sindicatos ni los movimientos altermundialistas, sino los directivos que llevan a cabo todas las acciones necesarias para aniquilar esa competencia en el mercado de la que no cesan de hablar.

Por su parte, Joaquín Almunia llega a las puertas de la Europa de 25 miembros, en plena discusión sobre el monto del presupuesto comunitario, de las perspectivas financieras 2007-2013 -que definirán el alcance y la distribución del fondo de cohesión y los fondos estructurales-, y de la reforma del anquilosado y autodestruido Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Un buen momento.

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