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57º FESTIVAL DE CANNES

Los más guapos de la vieja y sudorosa Grecia

Brad Pitt presenta 'Troya' rodeado de guardaespaldas y con un espectacular equipo de bellezas

Con su voz profunda, su sonrisa más seductora y más corto todavía de palabras que de pelo, Brad Pitt presentó ayer en Cannes la espectacular, dispendiosa (150 kilos de presupuesto) y realmente agitada y turbulenta Troya. El pequeño actor estadounidense llegó investido del poder que le da haber interpretado a Aquiles, pero rodeado por dos parejas de guardaespaldas el doble de grandes que él, con la expresión satisfecha del que ha cobrado de salario el 10% del coste total y acompañado por el cartel de actores-modelo que le rondan por las faldas en esta especie de Iliada digital, laicista (los míticos dioses griegos no aparecen), antibelicista por la vía del hiperrealismo y, según denunció un periodista en la rueda de prensa, quizá también algo homófoba, ya que de los célebres homosexuales griegos tampoco hay noticias.

Para Brad Pitt, "los temas que trataba Homero están hoy en todos los periódicos"
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Rodada en Malta y en México, con un caballo de madera de 13 metros de alto y 11 toneladas de peso como eje central, dirigida por el alemán Wolfgang Petersen (ese simpático seguidor de la Escuela de Francfort que perpetró la poética Air Force One) y escrita por un guionista joven, David Benioff, que ha sintetizado en 120 folios y 2.35 horas de metraje lo que al pobre Homero le costó escribir casi media vida, Troya reúne a un largo y excelso equipo de celebridades y bellezas, a cientos de extras reales sin cara y a miles de soldados sin alma, creados por ordenador.

O más, porque cuando alguien preguntó cuánta tecnología digital se había empleado en el rodaje de las batallas y el incendio de la bella Troya (que por cierto se hizo con gas propano), Petersen contó que no podía asegurarlo, ya que dejó de llevar la cuenta el día en que se quejó de una toma determinada porque se notaba mucho que aquellos extras no eran reales sino virtuales: "Yo veía en la imagen a unos tipos medio parados, haciendo todos lo mismo, el mismo movimiento torpe, así que se lo dije a los de efectos especiales. Ellos me dijeron que los que yo creía que eran virtuales eran reales, y al revés, que lo que pasaba es que hacía tanto calor que los extras humanos no podían ni moverse mientras que los robots no paraban de dar saltos".

Autor más épico que ético, Petersen se defiende con habilidad tanto en la pantalla como en directo. Primero dice que ningún autor ha sabido narrar los horrores de la guerra con la precisión poética de Homero. Luego agrega que, aparte de eso, también era "un gran escritor de entretenimiento". Más tarde, cuando se le reprocha la ausencia de dioses y homosexuales, arguye que sólo han tomado la Iliada como inspiración, cuenta que su voluntad de realismo total exigía sacar de la pantalla a la mitología ("la gente se reiría si viera aparecer a los dioses manipulando a los humanos"), que han hecho una reinterpretación de la obra para potenciar la humanidad de los personajes. Y remata: "Si Homero estuviera aquí hoy y nos viera, creo que sonreiría. Al fin y al cabo, él también interpretó cosas que pasaron 600 años antes".

Sonrientes y limpísimos después de haber vertido sangre, sudor y lágrimas durante los seis meses que duró el rodaje, con Petersen y el magnético Pitt aparecieron ayer en el festival el forzudo barbudo Éric Bana, muy propio en su papel de Héctor después de hacer de Hulk; la insuperable Saffron Burrows, una Andrómaca que además de ser inglesa y musa de Mike Figgis es una tía valiente y no se cortó al criticar a "los que mantienen viva la eterna y fútil estupidez de la guerra"; el príncipe troyano de Canterbury Orlando Bloom (un Paris que ayer celebró el primer día de sol en Cannes disfrazándose de pirata poniéndose en la cabeza una de esas bragas Quicksilver que se llevan en la nieve); la casi muda Diane Kruger, una Helena mona y gélidamente correcta; la animosa y etérea australiana Rose Byrne (Briseis), el gran Brian Cox, un Agamenón curtido en las praderas de Escocia; y Sean Bean, un Ulises que ha triunfado con El señor de los anillos y que, como Blendan Gleeson (Menelas), también surge de la inacabable escuela británica de actores todoterreno.

Así que los únicos que no comparecieron fueron los legendarios veteranos y aquí sólo secundarios de lujo Julie Christie (Tetis) y Peter O'Toole (Priamo). Fuera porque la arruga ya no es bella o porque su participación en esta megaproducción es puramente alimenticia, el caso es que nadie pareció echarles de menos, aunque la conversación con las estrellas se fue diluyendo en un mar de vaguedades más o menos previsibles, hasta caer en un silencio de plomo cuando una periodista inquirió a los actores por los libros que habían leído para prepararse.

Pitt se escabulló diciendo que la historia le interesa mucho porque "todo lo que sucede ahora ha sucedido antes"; añadió que "los temas que trataba Homero están hoy en todos los periódicos: la gente sigue muriendo y el mundo sigue siendo destruido por las guerras", y animó a encontrar lo más positivo de sus obras: "Él busca la humanidad del mundo, es un idealista que cree que todos queremos lo mismo; superar el odio y el resentimiento que se nos impone". Animado por su líder, Orlando Bloom dijo que el reto de su papel fue extraer la parte humana del personaje. Menos mal que andaba por allí Saffon Burrows, que dijo: "Cuando uno interpreta a un personaje así, siente casi que tiene una parte de los derechos de autor de ese personaje. Pero leyendo los poemas de Yeats uno se da cuenta también de lo poco que aporta. Ésa es una de las ventajas de haber hecho Troya".

Brad Pitt y Jennifer Aniston, durante la sesión de gala del Festival de Cannes.

/ REUTERS
Brad Pitt y Jennifer Aniston, durante la sesión de gala del Festival de Cannes. / REUTERS

Vuelven los aires de la 'movida'

Los golfos de Cannes y otros españoles andaban ayer recuperándose del festolón Almodóvar, un memorable derroche de lujo y esplendor castizo que acabó con varias cosechas de Veuve Cliquot y de paso trajo al festival el espíritu cachondo y desinhibido de la movida. A la fiesta se accedía en un barco, para embarcar te enchufaban un benjamín con pitorro de plástico adaptado al morro (será el botijo francés), y al llegar al destino (menos de media milla de intrépida travesía) te regalaban una pulsera-recuerdo, te hinchaban de jamón y luego, te ahogaban en mares de champán.

La sala estaba decorada con los bocetos que hizo Juan Gatti antes de llegar al cartel definitivo de La mala educación. Fuera había una playita artificial y dos barcazas tiraron fuegos artificiales a granel; después, salió Almodóvar al escenario a presentar la actuación de Javier Cámara y las Diabéticas Aceleradas (Pep y Joan), que hicieron un repaso en play back sangrante a la banda sonora de Alberto Iglesias con algunos añadidos: Quizás, quizás, Moon River, Ne me quittes pas, Piensa en mí, Un año de amor, un brillante mix max de Rafaella Carrà...

Cuando apareció la Terremoto de Alcorcón, maravillosa y rotunda, el local se venía abajo haciendo la coreografía con Love is in the air. Victoria Abril y Almodóvar subieron a bailar, Leonor Watling cantó a capella un trozo del Big spender (mientras Almodóvar se frotaba contra el escenario)...

Al regreso, sentados alegres en la popa (que diría Sánchez-Dragó), los mareos eran dignos del Cabo de Hornos. Por allí estuvieron Laetitia Casta, Kathleen Turner, Quentin Tarantino, Sofia Coppola y Jean Paul Gaultier, entre otros cientos. Pero dados los niveles de euforia, igual eran sus dobles.

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