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180 piezas resumen la fascinación de los libros móviles desde el siglo XVI

Exposición en el Espacio Social de Caja Madrid en Barcelona

Es un verdadero descubrimiento. Hasta el 29 de abril, el Espacio Cultural de Caja Madrid en Barcelona (plaza de Cataluña, 9) presenta, en el marco del Año del Libro, un conjunto de 180 libros móviles, desplegables, tridimensionales y animados procedentes de diversos países y épocas, que pertenecen a la más importante colección de España, reunida por los palentinos Ana María Ortega y Álvaro Gutiérrez. Lejos de configurarse como un producto destinado exclusivamente al público infantil, los libros abarcan los temas más variados, empezando por arquitectura y medicina, hasta personajes famosos, teatro y cine e incluso religión y erotismo.

Lo que acomuna a todos es la voluntad de superar su destino bidimensional a través de mecanismos que generan efectos de movimientos, profundidad y transformación de imágenes, con ingeniosas obras de papiroflexia, cuerdas y gomas. Técnicas que, en las dos últimas décadas, han ido incorporando objetos, efectos holográficos y recursos cada vez más sofisticados, como luz y sonido generados por microchips, texturas inéditas y olores. "Además de destacar su valor artístico y artesanal, la exposición pretende contar la historia del libro desplegable, su tipología y sus sistemas de fabricación, ya que se trata de máquinas refinadas, que requieren siempre un proceso de montaje manual", señala Álvaro Gutiérrez.

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El recorrido empieza con uno de los ejemplares más antiguos que se conocen: un facsímil de una antología de la obra de Ramón Llull del siglo XVI, conservada en la Biblioteca de El Escorial, que emplea discos rotatorios para explicar la existencia de Dios a través de la numerología. La primera disciplina en aprovechar las posibilidades de este formato fue la medicina y no fue hasta el siglo XVIII cuando los libros móviles descubrieron el público infantil, que se convertiría en su principal destinatario.

Solapas intercambiables

Los ejemplares de estas primeras épocas utilizan en su mayoría solapas intercambiables y lengüetas que accionan mecanismos móviles, como Harlequinades, de 1765, del editor londinense Robert Sayer, o The toilet, un libro de contenido moralizante destinado al tocador de la hija de su autor, William Grimaldi. La muestra da fe de la pasión que desató en Francia, Inglaterra y Alemania, hasta que la Primera Guerra Mundial determinara un paro en la producción. La actividad editorial se reanudó a finales de los años veinte y en 1932, la estadounidense Blue Ribbon Press acuñó el termino pop-up, que se sigue utilizando internacionalmente y que ha sido introducido en la terminología informática para definir aquellas, a menudo fastidiosas, ventanas que se abren automáticamente sobre las páginas web.

En 1967, con la publicación del Index Book, de Andy Warhol, el libro móvil entra en el mundo del arte contemporáneo. Junto al escritor y al ilustrador aparece la figura del ingeniero de papel, responsable de los mecanismos que permiten a la imagen hacerse tridimensional para volver a su condición original al cerrarse el libro. A pesar de ser relativamente recientes, muchas obras son muy raras, como el libro-objeto del espectáculo Sol solets, de Comediants de 1984, o algunas ediciones limitadas a 20 ejemplares de las estrellas contemporáneas: el neoyorquino Robert Sabuda, cuyo triunfo de colores y recursos contrasta con la poética sencillez del japonés Katsumi Komagata y Jan Pienkowski, autor del superventas Haunted house (4 millones de ejemplares vendidos) y de la Hospedería Botticelli, un libro carrusel (que se abre a 360 grados) de una destartalada posada que contiene todas las obras maestras de la historia del arte.

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