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Reportaje:

El ritmo más duro de Cuba

Seis años después del éxito de 'Solas', Benito Zambrano estrena película, 'Habana blues'; un retrato de Cuba a través de sus jóvenes más rebeldes, los músicos de grupos 'underground' como Escape, Free Hole Negro y Porno Para Ricardo, que mezclan política, sexo, 'reggae' y rock.

Cocoman tiene 30 años y no se llama Cocoman. Su verdadero nombre es Luis Alberto Figueras, y está cansado: cansado de que la policía le pare en La Habana por ser negro y rastafari, cansado de que le humillen y le digan "jinetero"; harto del racismo en su país, de la doble moral, de los obstáculos que encuentra para sacar adelante su proyecto musical y su grupo de reggae Tierra Verde.

Porno Para Ricardo es una de las pocas bandas punkis que existen en Cuba. Sus letras hablan de política y de sexo, defienden el derecho de todos a elegir "no ser tipos normales". El batería del grupo, Luis David, es profesor de informática en la Universidad de La Habana. Óscar, el bajista, estudió ingeniería, pero no se graduó. Ciro toca la guitarra y es licenciado en matemáticas: "Terminé el año pasado, y me hubiera gustado quedarme trabajando en la Facultad, pero la UJC [Unión de Jóvenes Comunistas] planteó que yo no era fiable porque me la paso hablando mal del Gobierno". El director y cantante de Porno Para Ricardo, Gorki Águila, tiene 36 años y lleva dos en la cárcel; dicen sus amigos que le tendieron "una trampa" con un par de pastillas para acusarle de tráfico de drogas.

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El grupo de metal hardcore Escape tiene una canción, de título Cuba en rebelión, que dice: "No puedo pensar en libertad de expresión, mi lengua me traiciona. / Este pueblo trata de resistir, / somos los instrumentos del Gobierno, / no tenemos miedo a cambios inevitables, / terminemos con el sufrimiento de inocentes, / no vamos a morir por sus manos, ya que sobreviviremos a este odio. / Cuba en rebelión".

Escape, el grupo de Cocoman y Porno Para Ricardo son tres de las más de mil bandas underground que existen en la isla y que graban y ofrecen conciertos al margen de las instituciones y empresas estatales. Cerca de un millar de estas agrupaciones hacen hip-hop y rap; unas decenas, rock en sus diversas variantes, y menos de diez en todo el país cultivan el reggae; hay además cientos de trovadores por cuenta propia.

Aproximadamente medio centenar de estos grupos pasaron el año pasado ante los ojos (en vivo o en vídeo) del músico y arreglista cubano Juan Antonio Leyva, productor musical y responsable del casting de Habana blues, el segundo largometraje del director andaluz Benito Zambrano, recién estrenado en España.

"Ellos representan la otra cara de la música cubana. Son grupos que no tienen subvenciones ni apoyo oficial, que trabajan con recursos ínfimos; que no viven de la música, sino para la música, y proyectan en la música su forma de vivir", afirma Leyva. "Ensayan donde pueden, en sus casas o en casas de amigos; graban en estudios piratas, algunos montados incluso en baños acolchados con cartones de huevos; su música se conoce por casetes que la gente se pasa de mano en mano, y, cuando hacen un concierto, la única publicidad es el boca a boca".

Es la música menos conocida, la que no tiene ninguna promoción, pero que es parte de la vida diaria del cubano. "De eso trata también la película", afirma Benito Zambrano.

Habana blues cuenta la historia de Ruy y Tito (los actores Alberto Yoel y Roberto Álvarez), dos jóvenes que hacen música underground en la Cuba de hoy y que luchan por sacar adelante su proyecto. Las peripecias que les ocurren, incluido el conflicto de intereses que se produce al conocer a una productora española que les pone ante el dilema de cambiar su idea original y hacerla más comercial si quieren firmar un contrato y salir del país, sirven de trama para contar una historia que es la de Cuba y sus contradicciones, y sobre todo la de la juventud más contestataria y menos integrada (ya sea porque no ha querido o porque no ha podido integrarse).

El guión lo escribió Zambrano poco después de terminar de estudiar en la Escuela de Cine y Televisión de La Habana, en 1994. "Era una deuda que tenía con la gente que conocí; gente vital, creadora, con mucho deseo de hacer bien su trabajo y de triunfar; gente que no se achica ante las dificultades y que se sobrepone a ellas con dignidad".

La cita es en casa de Ciro, que vive frente al zoológico: "Cuando llegues a la jaula de las hienas preguntas por mí". Efectivamente, donde ahora reposan los animales carroñeros, todo el mundo le conoce. Esta noche hay una fiesta, están invitados amigos de la universidad. Empiezan poniendo rock de los años sesenta y música retro. El ambiente se va caldeando, la gente trae ron callejero y otros alcoholes duros -nada más-, y cuando la olla está bien caliente empiezan a tocar. La cocina-sala-comedor tiene nueve metros de longitud, diez a lo más. La batería está al lado del fregadero, y allí, entre vasos y cacharros, están los demás del grupo; al fondo, un centenar de fans. Suena Felación, uno de los temas de Habana blues.

"La idea siempre ha sido divertirnos y divertir", explica Ciro. "Nos burlamos de lo que no nos gusta, incluido el sistema". ¿Las letras? "Hablamos de problemas sociales, de política y luego mucho singar [follar]". Tienen grabado un disco artesanal que se llama Rock para las masas cárnicas, pura irreverencia. Tiene 22 canciones, y una de ellas, La Internacional, describe un supuesto desfile de rockeros en la plaza de la Revolución un Primero de Mayo. "Bueno, no todo son canciones: hay un tema que son risotadas, sonaderas de mocos, resoplidos y esas cosas", explica Luis David.

La mayoría de estas agrupaciones underground no están adscritas a ninguna institución ni empresa musical del Estado, pero sí pertenecen a la Asociación Hermanos Saiz (AHS), que bajo el paraguas de la UJC promueve a los jóvenes creadores. La AHS programa festivales de rap y rock, presta sus transportes y el audio para algunos conciertos, y permite a estos grupos tener cierta cobertura oficial, indispensable para que cualquier proyecto independiente sobreviva en Cuba.

Desde que Gorki cayó preso, la AHS no les ha vuelto a llamar. Aquello ocurrió hace dos años, durante el festival de rock de Pinar del Río. Según sus compañeros, fue "una trampa". "Le cogieron con dos pacos [Parkisonil] y le acusaron de haber vendido una anfetamina el día anterior a una chica, cosa que era falsa. Le echaron cuatro años de cárcel por tráfico".

Su caso es duro, aunque no representativo. Otros grupos tienen letras fuertes y no ha ocurrido nada, si bien es cierto que el talante, la irreverencia y los mensajes de Gorki molestaban de forma especial. Ciro hace el siguiente balance: "La verdad es que aquí uno no tiene futuro. Ni personal, ni profesional… Bueno, sexualmente sí: resingarnos todos".

Como la mayoría de los artistas underground, Cocoman no ha estudiado música en ninguna escuela de arte. Lo suyo viene de dentro. Es rastafari y toda su vida está dedicada al reggae. Hace reggae roots, pero introduciendo instrumentos y elementos cubanos que le dan una sonoridad muy especial a su grupo, Tierra Verde. Uno de los temas de los que está satisfecho es Aleluyah, una alabanza a Dios en la que ha incluido tumbadoras, percusión afrocubana y hasta una gaita. Otra canción, Cuba, expresa su deseo de que lo bueno de su país no se corrompa "y se convierta en lo peor"; la melodía incluye el Toque a degüello del ejército mambí, que en el siglo XIX luchó por la independencia de Cuba.

"Nuestra música es una llamada al pueblo de Cuba para que siga el camino rastafari, para que la luz ilumine a la juventud, que está perdida y sólo está pensando en ropita y cosas plásticas", dice Coco. Su carisma es indiscutible, y ha llamado la atención de conocidos intérpretes de reggae de Jamaica.

Cocoman y Wilmer Castillo, percusionista del grupo, padecen los mismos problemas que el resto de los músicos underground. "No puedes cobrar por los conciertos porque no perteneces a una empresa del Estado. No puedes pertenecer a una empresa si no has estudiado en una escuela de arte. Y entrar a una escuela es difícil, más a una determinada edad. Encima, ahora las compañías musicales no aceptan nuevos proyectos", comentan.

A partir de ahí, todo son problemas: conseguir un local para ensayar, organizar un concierto -"tienes que pagar tú el transporte, la comida, conseguir el audio"-, y no digamos grabar un disco. Por suerte, la AHS les ayuda con algunas cosas, y sobre todo les da una cobertura institucional. "En nuestro caso es vital porque somos negros y rastas, y aunque no se reconozca, aquí hay un racismo increíble", dicen ambos. "Nos paran casi a diario. Si estamos hablando con un extranjero, dicen que es acoso al turismo. A cada rato nos llevan a la unidad de policía". Wilmer comenta que les salva que su padre, Pausides Castillo, es mayor de la Policía Nacional Revolucionaria. En más de una ocasión ha tenido que sacarles de la comisaría. "Es un hombre al que le molesta la injusticia, y baila y toca rumba; es como nosotros. Nunca ha admitido que se nos trate mal por gusto".

Cocoman tiene un discurso pacifista. En muchas de sus canciones habla de lo importante que es superar el racismo y que blancos y negros se traten como hermanos. Es un hombre que no odia, pero exige que le respeten y que se reconozca su talento.

El director de Escape, Alejandro Padrón, de 26 años, asegura que no van a tener problemas por la letra de Cuba en rebelión. "Todo es según como se interprete. Sostengo que la canción dice que el pueblo cubano está cansado del bloqueo norteamericano y de sus leyes, que fomentan la emigración ilegal. Si no hubiese ese bloqueo podríamos estar en una empresa del Estado y cobrar. Somos tan patriotas como cualquiera".

Escape, creado en 2000, canta en inglés. Sus letras son duras. "Hablan de los problemas de la juventud y del país: la emigración, el hambre, la miseria, el racismo, las drogas", dice Edward, el cantante. "No tenemos nada que esconder, sólo nos expresamos, no decimos mentiras. Nuestra música es como nuestra vida. No nos interesa ser virtuosos, sino el mensaje". Su casa, muy cerca del Malecón, es tan humilde como su agrupación. "Para tocar hay que hacer miles de inventos: algunos hierven las cuerdas usadas del bajo con luz brillante [un combustible para cocinar], y de este modo duran un concierto más. Todo aquí es caro: un par de baquetas en la tienda cuestan 20 dólares; un parche para un bombo, 30. Nosotros no ganamos nada, no podemos cobrar. Cada concierto nos cuesta dinero".

Gracias a los derechos de autor de Cuba en rebelión, el grupo ha podido comprar dos amplificadores de guitarra y un pedal multiefectos. Alejandro lo tiene claro: "Hay que sacrificarse, pero merece la pena: hacemos lo que nos gusta".

Escape y los grupos de rock de La Habana tuvieron durante años en el Patio de María, espacio propiciado por María Gattorno, el único lugar donde reunirse y tocar sistemáticamente. Pero el año pasado fue cerrado por las autoridades, se dijo que por "quejas de los vecinos" y por "problemas de droga". Ahora los grupos sólo pueden ir allí a ensayar, como Free Hole Negro, otro de los que aparecen en el filme Habana blues.

Free Hole Negro es un caso singular. Después de seis años haciendo conciertos subterráneos y trabajando duro, sus músicos se han ganado un espacio y cierto reconocimiento social. Hace un tiempo, una empresa musical del Estado admitió al grupo en su catálogo, y sus canciones llenas de ironía son programadas por la radio y por la televisión. Se trata de un proyecto rompedor, que mezcla hip-hop, jazz, trip-hop, dibujos animados, vídeo, rap y ritmos guaguancó y guaracha, entre otros elementos. Ellos mismos se autoclasifican como free-hop. Acaban de editar su primer disco, Superfinos negros, que lanzarán este mes en España. La canción que da título al cd es la que interpretan en la película: "Todos los negros finos / nos hemos reunido / y hemos decidido / no tocar más rumba". Pero cuando están cantando esto, de fondo suena un guaguancó. "Lo nuestro es una propuesta de transgresión estética; quitar las máscaras, romper paredes con todo lo que hace de un hombre un ser social", dice su director musical, Lester, quien estudió mecánica naval y trabajó durante tres años en una brigada de submarinos de la marina de guerra.

"Estos grupos y otros como Tribal, o los raperos Kumar y Telmaris, fueron seleccionados para la película, pero hay muchos más que tienen talento y son representativos de la música cubana underground", asegura Leyva, que hizo los arreglos de la banda sonora del filme. Leyva había colaborado antes con algunas de estas agrupaciones, y considera que muchas -no todas- tienen calidad sobrada y merecen apoyo oficial.

Igual piensa el músico y cantante X Alfonso, que le ha puesto voz a Ruy, el protagonista de Habana blues, y ha sido autor de las letras y la música de la banda sonora junto a Descemer Bueno, Kelvis Ochoa, Dayan Abad, Enrique Ferrer y José Luis Garrido. X Alfonso dice que desde un principio se sintió identificado con la historia que cuenta la película, pues, asegura, es su propia historia y la del grupo de rock Habana, que él contribuyó a fundar y que hizo furor en Cuba en los años noventa. La mayoría de sus integrantes, por cierto, se marcharon a México hace años y allí grabaron un disco bastante comercial.

X Alfonso compuso para el filme Blues para una Habana dormida, el tema central, cuya estrofa final se lamenta: "Y tengo que dejarte ir, poniendo el mar entre los dos, / pagando el precio de otros que viven de la contradicción. / Otra familia que quedó marcada por la separación, / cómo luchar con ese sol, con la política y con Dios".

'Habana blues', la nueva película de Benito Zambrano, se proyecta en cines de toda España.

Los protagonistas de la película 'Habana Blues'.
Los protagonistas de la película 'Habana Blues'.IMÁGENES DE LA PELÍCULA 'HABANA BLUES' (MAESTRANZA FILMS)

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