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Reportaje:EL INCENDIO FORESTAL MÁS TRÁGICO EN 20 AÑOS

Testigos de la tragedia

Una de las hijas del jefe del retén le oyó gritar, mientras hablaban por teléfono: "¡Salid de ahí!". Nunca más volvió a escucharle

Luis Gómez

El incendio de Guadalajara no se ha apagado en la memoria de la gente del lugar. Tardará en hacerlo. Habrá quienes se sigan preguntando durante mucho tiempo cómo es que un hombre como Pedro Almansilla, agente forestal, 54 años, casado, padre de dos hijas, dada su experiencia, sus conocimientos, su dominio del terreno, decidió llevar al retén de Cogolludo hacia ese barranco, hacia el Rincón del Jaral, sin aceptar las sugerencias de quienes desaconsejaron que lo hiciera. Pedro era un hombre demasiado seguro de sí mismo en lo que afecta al monte y a todo lo relacionado con sus alrededores. Allí se crió, "allí le salieron los dientes llevándoles agua a los trabajadores de la repoblación", cuenta un vecino. Pedro era meticuloso en su trabajo, obsesivo en los detalles y duro en el trato cuando la situación lo demandaba. Era un hombre fuerte, bien preparado, sólido, directo. Su timbre de voz sonaba con rotundidad cuando era necesario. Quienes le acompañaban sabían de sobra que no se le escapaba ningún detalle, que quería saber siempre dónde estaba en todo momento cada miembro que participaba bajo sus órdenes en una operación. A Pedro no le tocaba trabajar aquel fin de semana, pero lo hizo porque se había declarado el incendio y él no sabía estar al margen en esas circunstancias. Dejó a su mujer en casa a mediodía y se puso al mando del retén más próximo, como le corresponde a quien es coordinador de zona. No comió. Cada poco tiempo llamaría por teléfono para tranquilizar a la familia. Esa era su costumbre. En la última llamada, desde el Rincón del Jaral convertido en una emboscada de fuego, una de sus hijas le notó asombrado por lo que estaba sucediendo. Dijo que nunca había visto nada igual. De pronto le oyó chillar: "¡Salid de ahí!", "¡salid de ahí!". Y nunca más volvió a escucharle.

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Muchos siguen hablando de Pedro, una semana después de su muerte, como hablan de Luis Solana, de Jesús Juberías, de Sergio Casado, de Jorge Martínez, de Mercedes Vives, la única mujer del retén, homenajeada por 300 vecinos en su pueblo de Humanes, de Julio Ballano, José Ródenas, Marcos Martínez, Alberto Cemillán, Manuel Manteca. Ellos formaban el retén de Cogolludo, a cuyo mando se puso Almansilla. Once muertos siempre serán demasiados en cualquier lugar del mundo, pero en los alrededores de Riba de Saelices, donde la densidad de población es veinticinco veces más baja que la media española, donde se cuentan dos habitantes por kilómetro cuadrado, la desaparición de hombres jóvenes deja un reguero de pena infinita y una amargura que será difícil de hacer desaparecer entre familiares, amigos y conocidos. Los vecinos se preguntan todavía por qué Pedro los llevó a la ratonera. Unos le disculpan, dada la inclemencia de la jornada con vientos de más de 50 kilómetros por hora y un calor sofocante. Otros le critican por adoptar una decisión que se probó errónea. Hay detalles que corren de boca en boca sobre lo que sucedió momentos antes de que el retén entrara en la ratonera, cuando un coche se interpuso a su paso, cuando hubo algunas palabras fuertes, cuando alguien creyó escuchar esa frase de "los valientes son los primeros que mueren" que aún no tiene dueño, pero que circula de pueblo en pueblo como una sentencia. El incendio dejará también ese tipo de secuelas personales además de un paisaje de ceniza donde antes había un territorio deslumbrante.

De aquella escena sólo queda un testigo, Jesús Abad, un contratado de 44 años, encargado de conducir uno de los vehículos autobomba. Serían cerca de las cinco de la tarde del domingo 17 de julio cuando el fuego atacó a los hombres de Pedro Almansilla. Dos horas después, un helicóptero depositó a dos guardias civiles en la zona para que hicieran un reconocimiento de lo sucedido.

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El paisaje había cambiado radicalmente: una hondonada plagada de jaras y salpicada de pinos era ya una pradera humeante, un desierto negro, donde no era difícil orientarse. Uno de los guardias fue informando de lo que veía a su paso: primero, un todoterreno con un cadáver en el asiento trasero, más tarde un segundo todoterreno con tres cadáveres a su alrededor. La sensación que tuvieron es que todos los hombres fueron sorprendidos mientras intentaban huir dada la posición de los vehículos. Un tercer coche daba muestras de haber chocado con un muro de piedra: dos cadáveres quedaban dentro y cuatro fuera. Contaron 11 cadáveres. Se despejó alguna duda acerca de la composición de ese grupo al mando de Almansilla: se había llegado a hablar de la desaparición de 14 hombres, que es el equivalente a dos retenes, por el hecho de que cada retén está formado por siete miembros, además de dos forestales, y este grupo era más numeroso. Aquellos guardias civiles, a quienes el helicóptero dejó en el lugar de los hechos porque debía repostar ofrecieron el primer balance de víctimas, la certificación de que la tragedia era un hecho, de que Riba de Saelices pasaría a la historia por haber sido escenario del incendio con más desgracias personales de los últimos 20 años.

Un incendio que comenzó oficialmente a las 14.50 horas del sábado 16 de julio en un lugar denominado Cueva de los Casares, al que se accede desde el llamado Valle de los Milagros, después de que nueve excursionistas dieran cuenta de unas chuletas en una de las ocho barbacoas de piedra instaladas en el lugar. Antes habían visitado los restos paleolíticos de la cueva, conducidos por Emilio Moreno, 51 años, guía de la zona. Habían llegado desde Madrid en tres automóviles sobre las diez y media de aquella mañana. La visita duró varias horas. Según la versión del guía, les advirtió del peligro de encender lumbre tal y como estaba el día y la sequedad del terreno cuando vio, hacia el mediodía, que ya estaban preparando el fuego. Además, Moreno se había percatado de que se había levantado un fuerte viento. "Los de ciudad se creen que los de pueblo somos muy tontos", razonaba el guía días después ante los medios de comunicación. "De todas formas, yo no tenía autoridad para prohibirles hacer fuego". Uno de los presuntos causantes del incendio, un hombre de 57 años, residente en Madrid y conocedor de la zona según su propia manifestación, ha sido imputado y está a la espera de recibir una citación judicial. Este hombre reconoció parte de los hechos, aunque, en una segunda declaración, acompañado de abogado, habló de haber escuchado una explosión a sus espaldas. Dos días después, la Junta de Castilla-La Mancha dictó un decreto mediante el cual se prohibía encender fuegos incluso en lugares instalados para ello. Demasiado tarde para Riba de Saelices y sus alrededores. Demasiado tarde para el retén de Cogolludo.

Los detalles corren de boca en boca por los pueblos afectados por la catástrofe a la misma velocidad del fuego, porque en el caso de este incendio son numerosos los testigos: está Emilio Moreno que vio, atendió y advirtió a los excursionistas. Están los propios excursionistas, identificados y alguno de los cuales ha prestado declaración. Están quienes vieron moverse a Pedro Almansilla al mando del retén y quienes presenciaron sus intentos de reclutar más gente. Están quienes dicen que escucharon su airada conversación con otros vecinos antes de adentrarse en el barranco del Jaral. Hay quienes escucharon unas explosiones. Está el testigo vivo de aquella expedición al infierno. Precisamente porque todos estuvieron alerta, precisamente porque la gente se conoce en lugares como ese, donde la población escasea y los pueblos no llegan a los 100 ha-

bitantes, será muy difícil convencerles de que se hizo todo lo posible por evitar que el fuego campara a sus anchas durante el sábado y amaneciera el domingo dueño de la situación.

Los vecinos fueron testigos de que durante horas, durante casi todo el sábado, apenas vieron actuar retenes en cantidad suficiente, apenas se pusieron en funcionamiento los medios mecánicos de que dispone la diputación y apenas sobrevolaron la zona medios aéreos: nunca más de un helicóptero y un hidroavión juntos durante el sábado.

En las dos primeras horas, sólo escucharon a un helicóptero, un Kamov del Ministerio de Medio Ambiente que sólo pudo hacer dos descargas porque perdió el depósito de agua, así que, a partir de ese momento, desde Castilla-La Mancha pidieron más medios aéreos a Madrid. Lo hizo el técnico de base de Villares de Jadraque, que se encargaba de la coordinación. Madrid autorizó dos aviones anfibios, dos Canadá-air CL215T, que pueden llegar a soltar hasta 5.500 litros de agua. Uno debía salir de la base de Torrejón (Madrid). El otro de Los Llanos (Albacete). Ambos aviones anfibios pertenecen al Ministerio de Defensa. Sin embargo, el de Los Llanos no despegó por sufrir problemas en el tren de aterrizaje. Castilla-La Mancha dio, entonces, orden a su helicóptero aparcado en Cuenca de integrarse en el operativo, porque en esos momentos sólo se estaba combatiendo el fuego con un hidroavión cuando se había tratado de hacerlo con, al menos, un helicóptero y dos aviones. El helicóptero de Guadalajara intentó volver al incendio, pero seguía teniendo problemas. Se quiso reclutar a dos aviones más de la base de Zaragoza, pero estaban ya en otro incendio. Las nuevas peticiones de helicópteros no tienen éxito. A las 17.45, Medio Ambiente dio salida al ACO desde la base de la Iglesuela, en Toledo. El ACO (Avión de Coordinación y Observación), "es un avión que sobrevuela la zona afectada, que envía fotografías en tiempo real y cuya información permite a los técnicos de Madrid calibrar la entidad real de un incendio", según un experto. "Este aparato se puso en marcha hace años, cuando se convirtió en un vicio por parte de algunas comunidades autónomas el exagerar la magnitud de algunos incendios para solicitar más medios a Madrid. Con ayuda de este avión se puede determinar si las ayudas que se solicitan son adecuadas o no". Llegaran a las conclusiones que llegaran, lo cierto según los documentos (que ejercen también como testigos del incendio) es que aquel sábado sólo resultaron efectivos un helicóptero y un hidroavión. A las nueve de la noche, se hizo el silencio en los cielos. Quedó el sonido inconfundible del fuego devorando pinos. La Guardia Civil había evacuado Ciruelos, Mazarete y Tobillos, cuyos vecinos fueron alojados en Maranchón. A las 7.24 de la mañana siguiente salió el helicóptero de Cuenca y media hora después el de Guadalajara. A los dos aparatos les acompañaron dos hidroaviones, el de Torrejón y el de Los Llanos. No hubo, pues, ninguna variación sobre el plan del sábado salvo el hecho de que el helicóptero y el hidroavión que se habían averiado ahora podían operar. Sin embargo, el de Guadalajara siguió con problemas. A las 11.23 el 112 de Castilla-La Mancha pidió más aviones. Se envió uno desde Zaragoza.

Al mediodía, la situación no había cambiado en los cielos, pero en tierra el fuego avanzaba a toda velocidad. Es entonces cuando Pedro Almansilla trata de seguir reclutando gente sin éxito y decide enfrentarse contra el fuego en el barranco del Jaral, a pesar de que dicen que no lo haga. Es muy difícil discutirle a Pedro en momentos de tensión, donde sabe moverse con mucha autoridad. Por entonces, en tierra tenían una visión un tanto apocalíptica del fuego. "Las piñas salían disparadas y propagaban aún más el fuego. Veíamos animales como jabalíes o venados, convertidos en bolas de fuego que contribuían a extenderlo en su carrera mortal", recuerda un vecino. Los escasos medios aéreos también tenían dificultades por efecto del fuerte calor y del viento. "En esas circunstancias se producen turbulencias terribles", dice un piloto. "El fuego en un minuto recorre más de un kilómetro. Las descargas se hacen a más altura y pierden eficacia".

Horas después, mientras negocian el envío de un tercer avión, la tragedia se ha consumado. Los 14 desaparecidos son 11 muertos confirmados y un superviviente, un testigo de aquello, que informa verbalmente. Un testigo que no dirá más de lo que ya ha dicho.

Un retén de extinción de incendios de la Junta de Castilla-La Mancha preparado para intervenir en Selas, Guadalajara.
Un retén de extinción de incendios de la Junta de Castilla-La Mancha preparado para intervenir en Selas, Guadalajara.CRISTÓBAL MANUEL
Agentes medioambientales combaten el incendio de Guadalajara.
Agentes medioambientales combaten el incendio de Guadalajara.CRISTÓBAL MANUEL

A pie desde el infierno

Jesús Abad salió por su propio pie del infierno y tuvo la calma suficiente, el aplomo dicen quienes le vieron en esos momentos, para informar al 112 del siniestro y de sus consecuencias. De sus labios salió la primera información de la existencia de cadáveres. Llamó a las 17.27 del domingo para avisar del accidente. En una tercera llamada, a las 17.53, advirtió de que había visto tres cadáveres. Jesús sufría quemaduras en el rostro y en los brazos, además de un fuerte golpe en las costillas, pero el instinto le llevó a salir del lugar caminando, con pasmosa tranquilidad, algo ausente quizás, según cuentan algunos testigos: en aquellos primeros momentos, a Jesús le preocupaba haber perdido una cámara digital. Horas después, más tranquilo, acostado en una cama de la séptima planta del hospital de Guadalajara, cubierto su rostro por un vendaje, como si se presentara como un testigo anónimo de lo sucedido, Abad habló para TVE y dijo: "Creo que el huracán de fuego nos vio y dijo: vosotros sois míos. Vino a por nosotros porque estaba muy lejos, estaba muy lejos y de buenas a primeras había un humo negro, ya de llama y empiezas a temer, dices esto ha cambiado, esto se ha vuelto. Y la siguiente vez que volvimos la cabeza asomaban ya las llamas y ya, pues a montar a los coches para salir y no nos dio tiempo, nos enganchó. Hubo una especie de ola gigante, pero de fuego".

Jesús Abad arrancó el camión envuelto en una ola de calor y en medio de la oscuridad del humo. El resto del retén corrió hacia sus vehículos para salir del lugar, pero el fuego actuó como un lanzallamas y abrasó a los vehículos total o parcialmente. Jesús, sin visibilidad, no pudo evitar que su coche autobomba acabara en un barranco y volcara. Ese accidente fue su salvación: escapó por la ventanilla del copiloto y se resguardó debajo del segundo camión, donde el agua que se desprendía del depósito mojó su cuerpo y actuó como protección contra el fuego. Esparcidos por el lugar había seis vehículos, total o parcialmente alcanzados por el fuego y once cadáveres, unos dentro de los coches, otros fuera.

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