La radicalidad de un guionista
Filmes como 'El sirviente' revelan su maestría como autor para el cine
Se ha dicho repetidas veces que las obras de Harold Pinter mejoran cuando son adaptadas al cine. O que los textos que él ha escrito directamente para la pantalla adquieren matices nuevos o más penetrantes. Puede que ello sea cierto ya que el mundo creativo de Pinter se expresa a través de sugerencias, de insinuaciones, en ocasiones incluso a través de diálogos de apariencia intrascendente. Baste recordar obras maestras como El sirviente, El mensajero o Accidente, las tres llevadas al cine por Joseph Losey: en ellas, la tragedia está embozada, sin que sus víctimas se aperciban, hasta que finalmente estalla con crudeza. Tal como ocurre en La mujer del teniente francés (Karel Reisz, 1981) o en El riesgo de la traición (David Hugh Jones, 1983), películas por las que fue finalista en los Oscar al mejor guión.
Algunos especialistas observan que la superior calidad de los guiones de Pinter respecto a sus textos teatrales (como, entre otras, El último magnate, de Elia Kazan, o El vigilante, de Clive Donner, basada ésta en su obra teatral El cuidador), estriba en su dificultad para desarrollar diálogos complejos por culpa de su tardío aprendizaje del inglés. Sin embargo, tenía sólo 27 años cuando estrenó su primera obra sobre un escenario (La habitación) y fue reconocido desde entonces como uno de los baluartes de la generación de los Jóvenes Airados. Tres años más tarde fue reclamado por la televisión, para la que escribió diversos guiones originales, y poco después por Losey, que lograría hacer con los guiones de Pinter sus películas más emblemáticas.