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LA REFORMA DEL ESTATUTO CATALÁN
Columna
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Esto no es la guerra de Irak

Josep Ramoneda

Se ha dicho que el Estatuto de Cataluña era para Zapatero lo que la guerra de Irak fue para Aznar. A la vista de la sesión parlamentaria sobre el Estatuto, la principal semejanza entre estos dos acontecimientos es la soledad absoluta del Partido Popular. Y la soledad es un camino que conduce fácilmente a la paranoia y a la irritación. El recurso a la ironía al que tanto apego tiene Mariano Rajoy no ha atemperado en absoluto el tono tremendista de su intervención. Con Rajoy ha cambiado por completo el clima de un debate que tanto los tres representantes del Parlamento catalán como el presidente Zapatero habían conducido con manifiesta voluntad de evitar las tensiones y las provocaciones. Pero a nadie puede sorprender. Hace ya tiempo -por lo menos desde la guerra de Irak- que el Partido Popular vive solo contra todos. Ellos sabrán hasta dónde les puede llevar esta actitud, pero parece que les gusta y la economía del placer es patrimonio exclusivo de cada cual. La fidelidad obsesiva a la consigna hace que el discurso de Rajoy sea muy fácil de resumir: éste es el Estatuto de Zapatero y ésta es una reforma de la Constitución encubierta. Esta sumisión al consignismo, además de obligar al presidente del PP a falsear la realidad de las cosas y a presentar un paisaje apocalíptico que sólo están en la mente de algunos predicadores radiofónicos, ha hecho que quedaran a beneficio de inventario los pasajes más solventes de su discurso, especialmente la crítica al comunitarismo del texto estatutario.

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Rajoy ha decidido ir a la guerra, mientras todos los demás iban en son de paz. En política, las cosas son lo que son más el interés de los partidos. El PP ha visto en el Estatuto catalán una oportunidad de erosionar a Zapatero y todo lo demás queda para ellos en el listado de efectos colaterales. Y, sin embargo, hoy era la oportunidad de hacer un debate de fondo sobre la España plural, que es el espacio que los propios representantes del Parlamento catalán han aceptado como terreno común. Pero Rajoy está donde siempre: una nación, un Estado. Y sobre esta piedra ha construido su ofensiva, anunciando que el ruido acompañará todo el proceso que ahora empieza. El PP tendrá tiempo para reflexionar, porque no es lo mismo quedarse solo hoy que seguir solo cuando el Estatuto se apruebe.

El debate, por tanto, se ha bifurcado desde la intervención de Rajoy. Antes, el presidente Zapatero había hecho la glosa de la España plural y había tratado de dibujar los límites y los requerimientos que ésta exige. Y lo había hecho trazando la línea de correcciones sobre la que tendrá que transitar el debate. Pocas sorpresas en la descripción de los puntos conflictivos: competencias, financiación, respeto a las leyes orgánicas. Y voluntad manifiesta de dejar siempre espacio para la negociación. Todo ello sobre un canto a la confianza en España y en la firmeza de las instituciones. Aunque Zapatero no descendió a los detalles, el intercambio con los representantes de los partidos catalanes prometía una primera oportunidad de medir las posibilidades reales de alcanzar un final feliz. Con la bronca de Rajoy el fantasma del enfrentamiento entre españoles y catalanes ha vuelto al escenario, como si se tratara de demostrar que no es posible un debate tranquilo sobre las reformas territoriales.

Y, sin embargo, en esto estamos. Cataluña ha presentado una propuesta de Estatuto elaborada por un procedimiento democrático, con voluntad de encaje constitucional y con el voto del 90% del Parlamento autónomo. Tenía razón Artur Mas de preguntar: "¿Conocen ustedes una manera mejor de hacerlo? Si eso se rechaza, ¿cómo tendremos que hacerlo la próxima vez?". Es la hora del diálogo y Rajoy ha preferido la confrontación, sin dejar puerta abierta alguna, porque su triple oferta al Gobierno era puro brindis al sol. Quizás Rajoy pensaba en la revancha de la guerra de Irak. Pero se equivoca, porque hay una mayoría constructiva que no le seguirá en su catastrofismo. Y aquí no hay ocupaciones, ni ejércitos, ni víctimas colaterales, sino unas instituciones sólidas capaces de integrar perfectamente una reforma estatutaria democráticamente planteada y de aguantar sin moverse un milímetro discursos como el del señor Rajoy.

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