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Reportaje:FÚTBOL | El gran clásico

De la incontinencia verbal al silencio

Laporta ha sufrido un gran desgaste y se ha retirado del escenario para no perjudicar al equipo

Àngels Piñol

Joan Laporta se presentó a las elecciones del Barça en 2003 con un programa electoral que tenía como rimbombante lema "el círculo virtuoso", una figura geométrica imaginaria que quería poner fin a las miserias del postnuñismo encarnado en Joan Gaspart. El esquema eran tan simple que parecía cosa de niños: la rueda giraría si se acertaba en los fichajes -Ronaldinho-, que atraerían de nuevo al público al Camp Nou - el estadio suele rozar el lleno- y se obtendrían recursos para engrasar la economía -los dos primeros cursos generaron beneficios-. El círculo ya ha dejado una Liga, el equipo deslumbra y el próximo año el club empezará a saldar la deuda de más de 200 millones. La fotografía del salto de calidad de la institución es idílica. El negativo, sin embargo, ofrece una imagen desfigurada del propio Laporta. La popularidad del presidente ha caído tan en picado que desapareció del escenario en vísperas del clásico: se desplazó a México y Estados Unidos, en un viaje que según el club estaba pactado desde hace tiempo, y regresó de incógnito el viernes. Un ir y venir que, en cualquier caso, ha resultado saludable para la entidad, tal y como estaba el patio,

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Hombre apasionado, locuaz y tan capaz de pronunciarse sobre un Estatuto de máximos como de instar a Frank Rijkaard a cambiar de táctica, Laporta ha acabado siendo víctima de sus excesos verbales y de una gestualidad a veces de difícil comprensión, como cuando se bajó los pantalones al pasar bajo un detector de metales en el aeropuerto del Prat. "Su imagen ha sufrido un desgaste considerable", admiten sus colaboradores, que le disculpan por la presión de su cargo y la inexperiencia, después de precisar que su intervencionismo en su primer año de mandato obedecía a la necesidad de recuperar la carga simbólica perdida por la entidad. "Había que explicar que el Barça volvía a tener un presidente que sabe expresarse y representar al club como se merece" se recuerda en el consejo.

El intervencionismo de Laporta se entendió cuando el equipo necesitaba del club. Ahora, en cambio, los jugadores no precisan de la palabra del presidente y la entidad le recomienda que no se prodigue, sobre todo porque su mensaje no siempre es bien interpretado. Laporta precisa de un punto de inflexión para solucionar un problema interno y otro externo y, en medio, su silencio ha sido un bálsamo.

El caso Echevarria, directivo y cuñado del presidente que dimitió después de ocultar su filiación a la a la Fundación Franco, constató la falta de cohesión y unidad de la directiva, ya advertida en su día con la salida del vicepresidente Sandro Rosell y de otros cuatro directivos. "Laporta quedó muy tocado" admite un alto empleado del club, "porque la debilidad del consejo ha despertado al nuñismo sociológico y jaleado a socios defraudados por medidas antipopulares", tales como la venta de patrimonio, el aumento de los abonos o el menosprecio al Palau, y también por la política de medias verdades, como el falso acuerdo con el Gobierno chino para publicitar la camiseta. "El problema es que con Laporta se atreve todo el mundo porque no tiene poder político ni financiero. Es un abogado y ha pagado el deterioro que provoca ejercer el poder, algo así como lo que le ha pasado a Zapatero con el Estatuto", inciden personas de su confianza. Laporta ha perdido parte del crédito ganado en las elecciones. Ocurre, sin embargo, que entre quienes le apoyan están varios de los miembros de la candidatura derrotada en las elecciones y que lideraba Lluís Bassat, personas que entienden que el deterioro de Laporta es un golpe al progresismo experimentado por el club frente a sectores más conservadores, que vislumbran elecciones en un año.

En tanto que "patriota catalán", como se define, el silencio de Laporta ha evitado igualmente nuevas manifestaciones contrarias a su política después de la trifulca provocada por el correllengua en el Camp Nou. "En determinados escenarios se ha llegado a tratarle como si fuera el ariete del Estatuto", explica uno de sus directivos. "La intención del club es proyectar con conviccion y firmeza la imagen de Cataluña en el mundo y trasmitir los valores propios del deporte y del Barcelona en particular". Aunque la junta entiende que uno de los papeles del Barça es ser agente activo del catalanismo, Laporta ha preferido ser pasivo para no perjudicar al equipo: "Venimos a ganar. Estamos en un buen momento, pero el Madrid juega en casa". Esas fueron sus únicas palabras al llegar ayer a la capital.

Joan Laporta.
Joan Laporta.VICENS GIMÉNEZ

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