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Reportaje:El rastro de la dictadura en Madrid

Breve topografía de la clandestinidad

En numerosos enclaves del Madrid del franquismo se libró una oposición secreta y también abierta, pese a la represión policial

Describir una topografía de la clandestinidad en el Madrid de la última fase del franquismo requiere situar, en el horizonte simbólico de sus protagonistas, al norte, el ideal europeísta; al este, el impulso revolucionario de cuño marxista, soviético o chino; al oeste, el liberalismo anglosajón; y al sur, la referencia ética de la clase trabajadora, con el eje Vallecas-Entrevías como emblema ético, al cual desplazó sus reales el jesuita y ex confesor de Franco José María Llanos, tras Mariano Gamo, uno de los primeros curas comunistas en Madrid.

En el centro de la ciudad se aposentaba el poder, con hitos como la Secretaría General del Movimiento, la sede del partido único, en la calle de Alcalá, 44; los sindicatos verticales, en el paseo del Prado, frente al museo; el Ministerio del Ejército, en la plaza de Cibeles y en la Puerta del Sol, la Dirección General de Seguridad, que alojaba también a la Brigada Político Social, la policía política franquista, en cuyo seno, según reveló Simón Sánchez Montero, un submarino del PCE informaba a este partido clandestino puntualmente de las detenciones de sus militantes.

Al 'pub' Dickens, con clientela de izquierda, se le conocía como 'La hoz y el Martini'
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¿Adiós al callejero franquista?

Resulta aún hoy chocante recordar que casi todos los coches de la policía secreta de aquella etapa presentaban dos variantes: o bien estaban matriculados con números de la serie 920.000 o bien con placas de provincias como Teruel, Segovia o Cuenca, con cinco cifras y siempre modelos de Seat 1430, de color negro. Todo ello decía bastante poco de su secretismo, como el Ford Mercury con el cual los hombres de Saturnino Yagüe, jefe de la Social, como así se llamaba a la brigada, alardeaban de su poder, golpeando desde dentro las puertas del largo automóvil, cuando en la calle de la Princesa, cercana ya a la Universitaria, se gestaba un salto. Tal era la denominación de una manifestación aparentemente espontánea, pero con piquetes de autodefensa, montada por los grupos de oposición al régimen. Tras la acción, sus miembros, vulnerando todas las pautas de la lucha clandestina, solían parar en el Cleo, el único bar donde resultaba posible escuchar Me and Bobby McGee, de Kris Kristopherson, interpretada por Janis Joplin, o en otra taberna de Argüelles, El Gatuperio, donde la máquina de discos albergaba Wah, wah, del ex beatle George Harrison. Los progres mayores, con ingresos, paraban en un pub situado frente al diario Madrid, pero en la calle del General Pardiñas, llamado Dickens, cuya clientela, generalmente de izquierda, lo denominaba La hoz y el Martini.

Ignorándose mutuamente, la principal revista fascista de entonces, Fuerza Nueva, impulsada por el notario Blas Piñar, tenía su domicilio en la calle de Núñez de Balboa, en la misma manzana del barrio de Salamanca donde se encontraba la redacción de la revista Gaceta de Derecho Social, una publicación filocomunista de contenidos antifascistas y sociales muy avanzados.

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El facherío, los viscerales e imprevisibles Guerrilleros de Cristo Rey, solían frecuentar el bar Roma, en la esquina de la calle de Serrano con la de Ayala, no lejos de la sede de la agencia estatal informativa Efe -efe de Franco, se decía entonces en ambientes rojos-. Y, en ocasiones, no se arredraban a la hora de lucir allí, ante todos, sus camisas azules, sus boinas rojas con borlón dorado, correajes y botas altas, exhibiendo incluso alguna vez pistolas o guanteletes que luego empleaban en la Facultad de Derecho. Este centro universitario lo codiciaban como feudo propio, pero, en la práctica, tal hegemonía se la arrebató progresivamente la organización comunista del PCE, que entonces dirigía Enrique Curiel. En su motocicleta Mini Marcelino, de color amarillo, se realizó más de un traslado de la anhelada propa; con ese término se definía la prensa clandestina que, con extraordinaria puntualidad, se encargaban de distribuir los aparatos de los partidos. La cosa era arriesgada porque la distribución, incluso la mera tenencia de un ejemplar de prensa como Hora de Madrid o Mundo Obrero, podía implicar penas de entre tres y siete años de prisión, que, con suerte, se cumplirían en Madrid, en la cárcel masculina de Carabanchel, en la cercanía del máximo líder obrero, Marcelino Camacho, allí encarcelado, o en la prisión femenina de Yeserías, junto al río, tras pasar por Las Salesas, sede del Tribunal de Orden Público; era éste un organismo judicial para reprimir a obreros, estudiantes y cuantos se opusieran al franquismo; se hallaba en Bárbara de Braganza.

Era tanta la inquina del régimen de Franco al movimiento estudiantil que cuando, a fines de los años sesenta, fue creada la Universidad Autónoma buscó su emplazamiento en Canto Blanco, junto a la División Acorazada asentada en El Goloso.

En la Universidad de Madrid, los estudiantes considerados más peligrosos por su activismo político eran fichados y vigilados por una unidad militar especial, que informaba de sus expedientes y, al llegar a la edad del servicio en filas, eran enviados sin remisión a batallones disciplinarios en el Sáhara, Melilla, Ceuta, Alhucemas o al peñón de las Chafarinas. Estas tareas policiales encomendadas al Ejército causaban rechazo entre los mejores profesionales de la milicia.

Entre las victorias políticas que el movimiento estudiantil cosechó entonces figura un boicoteo de los exámenes finales de junio en todo el distrito universitario, convocado para expulsar a la policía de las aulas, que ocuparon durante tres años facultad por facultad. Los estudiantes, no sin un tributo enorme en penas de cárcel y multas, lograron la salida de la policía.

Una de las anécdotas más pintorescas de aquel tiempo clandestino la protagonizó un dirigente del Comité Universitario del PCE de nombre Leopoldo. En plena campaña de agitación para boicotear los exámenes, con la policía pisándole los talones, pidió abandonar la lucha. "¿Con qué motivo?", le preguntó el Comité Central: "Para buscar el Santo Grial", respondió.

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