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Reportaje:Incendios en Galicia

Militares aguerridos en misión en su tierra

Soldados gallegos con experiencia en Bosnia o Afganistán defienden ahora a su propia gente

Álvaro Corcuera

"Gusta estar aquí auxiliando a los españoles; ¡si ayudas a los de fuera qué no harás con los nuestros!". Víctor Loureiro, brigada jefe del retén desplegado por el Ejército en Viascón (Pontevedra), resume el sentir de los militares desplegados en Galicia para terminar con los incendios. Loureiro, como toda la Brigada de Infantería Ligera Aerotransportada, la Brilat, ya está sobre el terreno para ayudar en lo necesario. No apagan el fuego porque no están preparados. "Para todo hay que ser una persona especializada", opina el subteniente Jorge Corrales. Este militar de amplia experiencia matiza, sin embargo, que "ante el peligro de cualquier vida, nunca hay duda, nunca la hubo".

Sobre el terreno, junto a Viascón, Loureiro muestra el trabajo de sus subordinados. Junto a una iglesia tienen instalado el campamento. Allí descansa uno de los tres pelotones que tiene a su cargo. En cada uno de ellos, un jefe y seis soldados. Cuando termina el turno de unos, entran los otros. Así continuamente. Sin descanso. La zona en la que están ardió días atrás pero la tierra todavía emite calor. Sale humo. Primero un poquito, luego más. Al final prende. Un soldado se acerca y lo sofoca a palazos. Es una de las tareas de estos hombres y mujeres. No la única. El Ejército está a disposición de las autoridades civiles. La coordinación con Guardia Civil y Policía es muy buena, según el brigada jefe.

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La presencia militar en la provincia de Pontevedra parece mayor que en los últimos días. Es habitual encontrarse a patrullas por las carreteras. Camiones, todoterrenos y diversa maquinaria del Ejército recorren Galicia. Porque esta tierra le ha declarado la guerra al fuego. La mayor presencia militar indica la gravedad de los incendios. La catástrofe es descomunal. Hay fuego allá donde se mire. Desde el monte, cerca del kilómetro 81 de la carretera nacional que une Ourense y Pontevedra, el brigada Loureiro recuerda el paisaje de días anteriores: "Aquellas montañas no se divisaban del humo que había". Cierto. Toda la provincia ha estado o está cubierta. En Pontevedra y Vigo hay una bruma extraña. Parece que sea pleno invierno, a las siete de la mañana. Pero no. Son las tres de la tarde y estamos en agosto.

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Los militares dicen que la gente les ha acogido muy bien. Aunque estos días en Galicia muchos vecinos se preguntaban cuándo vendrían. Estaban indignados, desesperados. Corrales responde e insiste en dejar clara una cosa: "No es una cuestión de valentía o cobardía, es una cuestión de capacidades". Loureiro le apoya, dice que no pueden entrar en un eucaliptal "porque no sabemos, pero sí en un campo de rastrojos". Para los vecinos que se quejan, cara de comprensión. "Entiendo a la gente cuando se cabrea", asegura el subteniente; "pero hay que decirles que estamos aquí para apoyarles", remata Loureiro.

Estos dos militares, también sus soldados, coinciden en que se trata del mayor operativo militar en años dentro del Estado. "Nunca habíamos hecho un despliegue así", dicen. Son 1.200 soldados en toda Galicia. En sus viajes a Bosnia, Kosovo, Afganistán o Irak, su misión principal era "apoyar a la población civil". Francisco Álvarez es uno de los soldados que acompañan a Corrales a todas partes. Todos le conocen por Vilches, su apellido materno. Nació en Córdoba, aunque hace un tiempo que vive en Galicia con su familia. Está destinado en la Brilat, en Figueirido, muy cerca de Pontevedra. Tiene 23 años, tres dedicados al Ejército, y siente el desastre gallego como suyo. "Es un disgusto", dice con su acento andaluz. Muchos de sus compañeros provienen de Pontevedra, Ourense, A Coruña o Santiago de Compostela. Uno de ellos, muy joven, se cuadra, hace el saludo militar y dice: "Es triste para todos".

Loureiro es un hombre corpulento y moreno. Sonríe frecuentemente y, aunque parece parco en palabras, explica todo con detalle y paciencia. Él también es gallego, y como tal, a veces parece que hable con un aire melancólico. "Galicia es mar y monte, nos están dando una bofetada", exclama triste. Sale a relucir el hundimiento del petrolero Prestige en noviembre de 2002, muy recordado estos días. Lume nunca máis (fuego nunca más) clama en Galicia más fuerte cada segundo. Loureiro evita comparar ambos desastres y la respuesta que se les dio por parte del Ejército. En el camino, Ángel, un vecino que no quiere "ningún protagonismo", interrumpe: "La respuesta ha sido más rápida". Preguntado por su opinión acerca de los incendios, comenta en gallego que en los años cincuenta se hizo una reforestación brutal en ese monte. "Esto antes no era así, aquí pastaban las vacas, era monte abierto y no había árboles; pero durante la dictadura, ya sabe, todo se hacía por narices y las madereras comenzaron a plantar eucaliptos". Sigue hablando y sugiere al soldado: "Si acepta un consejo, allí arriba ya está todo perdido, no hace falta subir

[para apagar rebrotes]".

En el monte hay camiones con aljibes. Transportan agua y están "a la orden" por si fuera necesario. "Ésa es otra de nuestras labores, abastecer de agua a los equipos antiincendios; también transportar material", afirma Loureiro. Además, disponen de una ambulancia y camiones, nunca se sabe si habrá que desalojar un pueblo o atender heridos. Por eso, muchas veces parece que esperen. Su simple presencia también tiene el objetivo de disuadir al pirómano, pero atraparlos es complicado. "No vimos nada estos días", cuentan. Los militares no pueden detener a nadie, aunque sí retener.

El espacio aéreo de Galicia está lleno de hidroaviones y helicópteros. Van y vienen. Cogen agua, descargan, vuelven a llenar sus panzas y a terminar con el fuego. Algunos de esos monstruos del aire son pilotados por personal del Ejército del Aire. Vuelan muy bajo. Como en una guerra, muchos gallegos parecen ya acostumbrados al sonido atronador de estos aparatos.

En tierra, en medio de un monte negro que era verde hace una semana, el subteniente Corrales asegura "Es un honor para nosotros estar aquí". No cabe la menor duda de que es sincero. A buen seguro, se trata de la misión por la que menos distancia ha recorrido. Sólo se encuentra a 19 kilómetros de la base militar de Figueirido. "Estamos contentos de poder ayudar y tristes de que se va un porcentaje de nuestro bosque", afirma.

Si hay algo positivo estos días en Galicia es la unión y solidaridad que se percibe entre todos. No hay nadie que no arrime el hombro. Los primeros, los vecinos, cuyo mérito aumenta cada hora que pasan sin pegar ojo. Tras ellos, todos los demás. Hoy comienza una nueva batalla, aunque la guerra durará todavía unos días. Pero esta misión es la más emotiva. Por ello, dice Corrales, "quizá se trabaje con más ahínco".

Uno de los soldados que participan en las labores de extinción.
Uno de los soldados que participan en las labores de extinción.REUTERS

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Sobre la firma

Álvaro Corcuera
En EL PAÍS desde 2004. Hoy, jefe de sección de Deportes. Anteriormente en Última Hora, El País Semanal, Madrid y Cataluña. Licenciado en Periodismo por la Universitat Ramon Llull y Máster de Periodismo de la Escuela UAM / EL PAÍS, donde es profesor desde 2020. Dirigió 'The Resurrection Club', corto nominado al Premio Goya en 2017.

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