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Alto el fuego en Oriente Próximo

Olmert lucha por su futuro

Si el alto el fuego se cumple y el Ejército libanés se despliega en el sur, Israel podría firmar una paz duradera con su vecino

Ehud Olmert tendría las horas contadas como primer ministro si Israel no estuviera en Oriente Próximo, donde la realidad es siempre más complicada de lo que parece. El jefe de la oposición, Benjamín Netanyahu, que se colocó al lado del Gobierno en defensa de la guerra, ni tan siquiera ha esperado a que los soldados israelíes salgan de Líbano para arremeter contra el jefe del Gobierno. Tras acusarle de que no ha logrado con la contienda ni la vuelta de los soldados secuestrados, ni el desarme de Hezbolá -objetivos de la campaña-, Netanyahu afirmó ayer en la sesión parlamentaria convocada para examinar la guerra: "Es nuestro deber decir a la opinión pública la verdad, porque desafortunadamente habrá otra [guerra]".

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Evidentemente, esta es la clave de la permanencia de Olmert en el poder. Si el alto el fuego se cumple y los soldados se retiran ordenadamente de Líbano al tiempo que se despliega el Ejército libanés por el sur, que hasta ahora estaba bajo control de la milicia chií, Israel habrá cumplido el auténtico objetivo de esta guerra: tener como vecino un Gobierno capaz de ejercer su autoridad por todo el país. Líbano se convierte así en candidato a firmar una paz como la que firmaron en su día Egipto y Jordania.

Hasta entonces falta mucho y hoy por hoy Olmert tendrá que rendir cuentas del penoso espectáculo dado con sus órdenes contradictorias y sus continuas dudas, que han llevado a los israelíes a echar claramente en falta el liderazgo de Ariel Sharon, a quien reemplazó al frente del Partido Kadima cuando en enero pasado, el entonces primer ministro sufrió un derrame cerebral que le mantiene en coma. Dos meses después, Olmert ganaba las elecciones, aunque sin una clara mayoría. La coalición gubernamental atraviesa también sus horas más bajas.

Ya antes de que se firmara el alto el fuego se levantaron las voces que exigían dimisión, pero el fuerte impacto que ha producido en los israelíes el desastroso desarrollo de la guerra aconseja un tiempo de reflexión antes de precipitarse aún más en el vacío que actualmente siente el país. La presidenta del Parlamento, Dalia Itzik, se hizo eco ayer de este malestar generalizado, pidió a los diputados que dejaran de lado las luchas partidistas e hizo un llamamiento a la formación de un gobierno de emergencia de unidad nacional.

El debate y las consecuencias de la guerra no han hecho más que comenzar, pero está claro que la agenda política del actual Gobierno ha sufrido un giro de 180º. El alto el fuego no ha resuelto los problemas, pero ha colocado a Líbano en la primera página de la agenda, por delante del plan de retirada parcial de Cisjordania que llevó a Kadima al poder. El plan está ahora congelado y no se vislumbra la más mínima posibilidad de descongelarlo.

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El reforzamiento con el que el primer ministro libanés, Fuad Siniora, ha salido de la crisis es tal vez el mejor apoyo que pueda encontrar Olmert para mantenerse en el puesto. El establecimiento de un diálogo serio y no la habitual toma de decisiones unilaterales, ya sea para entrar en guerra o salirse de ella, puede conducir a la difícil pacificación de la frontera norte y convertirse en la tabla de salvación a la que debe agarrarse el primer ministro israelí.

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