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Reportaje:

"Me han acusado de misógino"

El cineasta y dramaturgo Neil LaBute dirige la nueva versión de 'The wicker man'

Pesadilla pagana a plena luz, la película The wicker man, dirigida en 1973 por Robin Hardy con guión de Anthony Shaffer, se ha ganado una justa fama de título de culto. Auténtica rareza en el contexto del terror británico, se convirtió en la película favorita de Johnny Ramone, que, un buen día, se la proyectó a Nicolas Cage. El actor se ha convertido en el motor del remake que ahora llega a nuestras pantallas, firmado por Neil LaBute (Detroit, 1963). Un trabajo que los incondicionales del original consideran poco menos que un sacrilegio.

"Como escritor y director, nunca sabes cuándo va a llegarte la inspiración", confiaba LaBute en el festival de Sitges, donde presentó la película; "me hallaba en un cruce de caminos y surgió la oportunidad de hacer esta nueva versión de una película adorada por una minoría de incondicionales y desconocida para el gran público. Me pareció una buena idea aceptar el proyecto".

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La colmena de LaBute

En la nueva The wicker man, Nicolas Cage es un policía californiano con trauma a cuestas. La llamada de socorro de una antigua novia, cuya hija ha desaparecido en una enigmática isla al noroeste del Pacífico, podría abrirle las puertas de la redención... o de un infierno de perfiles matriarcales y un tanto new age. "En la película no hay ningún monstruo o asesino en serie", continúa el director, "si la primera versión hablaba de un choque entre religiones -el mundo pagano enfrentado al católico-, yo quise trasladar el conflicto al terreno del género: al choque primario entre hombre y mujer. Quise abordar temas de política sexual, abordando una visión perturbadora del concepto de matriarcado. Como consecuencia de ello, me han acusado de misógino".

A lo largo de su carrera, merced a trabajos como En compañía de hombres y Amigos y vecinos, LaBute también fue acusado de misántropo: "¿Cómo podría reconocer que soy, efectivamente, misántropo? Tendré que defenderme de alguna manera porque, de lo contrario, puede dar la impresión de que no me importa lo que opine la gente. Reconozco que mi visión del mundo puede parecer cínica, pero me preocupa más mi trabajo que las etiquetas que puedan adjudicarme", aclara el realizador.

The wicker man -como, años antes, Posesión (2002), con Gwyneth Paltrow y Aaron Eckhart- revela a un LaBute dispuesto a alternar sus inquietudes autorales con la intención de convertirse en profesional del cine permeable a los encargos. Autor de obras teatrales como Gorda -que sigue representándose en Madrid- y del libro de relatos Momentos de placer -editado en castellano por Lumen-, el cineasta, de confesión mormona y convicción chandalista, ha ido dibujando en sus obras más personales un paisaje moral regido por la crueldad cotidiana: "En la sociedad americana contemporánea hay un elemento rector que es el egoísmo. El ser humano sólo se preocupa por sí mismo. En mis obras suelo utilizar el mundo de los negocios como telón de fondo, porque es un buen contexto para desnudar a los personajes. La obsesión de vender, comprar y crear traza un territorio hostil para las relaciones equilibradas. Lo único que mueve al individuo es el impulso de garantizarse la propia satisfacción personal", explica LaBute.

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