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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Fría, pálida ilustración

La desgarrada y enloquecida narrativa de James Ellroy ya había dejado honda huella en el cine criminal, al menos en dos ocasiones (Cop, 1988, de James B. Harris, y sobre todo L.A. Confidential, 1995, de Curtis Hanson), antes de que un tanto desangelado De Palma la emprendiera con la que tal vez es la más personal de sus novelas, aquella en la que un episodio real, el asesinato y mutilación atroces de una aspirante a actriz en 1946, le obsesionara tanto por ser el propio escritor hijo de una mujer asesinada. Nada falta en la trama para hacerla atractiva: un submundo de vicio y corrupción, el dinero ganado deprisa, aunque pisando cadáveres; un triángulo compuesto por dos policías que, como todos los personajes de la función, hacen trampas y no siempre dicen la verdad, y una atractiva, mujer con pasado muy poco ortodoxo.

LA DALIA NEGRA

Dirección: Brian de Palma. Intérpretes: Josh Hartnett, Scarlett Johansson, Aaron Eckhart, Hilary Swank, Mia Kirshner. Género: criminal. Estados Unidos. 121 minutos.

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La fiebre scarlett

Mucho sabemos de Ellroy: que es un misógino importante, que sus personajes se mueven siempre en el límite sutil que separa ley y delito, que sus pasiones a menudo los desbordan; que es capaz de idear estructuras narrativas de género que sobrepasan holgadamente los estándares habituales, gracias a la torrencialidad narrativa y a su pericia para mantener en tensión al respetable. Curtis Hanson lo supo entender muy bien: se trata de poner a los personajes en el disparadero, dejar que se comporten como juguetes en manos del destino; hacer que los hados les pierdan en el laberinto de unos sentimientos sencillamente desbocados.

Nada de todo esto está en el filme de De Palma. Excesivamente frío, dotado de una voz en off que molesta más que informa, el filme se resiente de aspectos técnicos (un guión que no explota a fondo todos los resortes en sus manos: véase el progresivo oscurecimiento del personaje central que interpreta Scarlett Johansson), pero también de una extraña asepsia al contar cosas tan rotundas como traiciones, corrupción policial, asesinatos, tráfico de películas clandestinas.

Demasiado atenazado por la necesidad de narrar convincentemente una trama densa, el director se limita a cumplir con el encargo, y poco más. Le falta al filme el grado de locura que su trama pide a gritos; le falta pura y simplemente vida. De ahí que lo que al final veamos sea sólo la pálida ilustración de un referente poderoso, en la que quedan en evidencia algunos de los yerros del original (el lesbianismo visto como un vicio deleznable, sin ir más lejos), y en que resulta objetable incluso hasta los actores elegidos para darle consistencia.

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