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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuevo perfil

José Montilla, que hoy se convertirá en el cuarto presidente de la actual Generalitat de Cataluña, desgranó ayer un discurso como candidato con notable contenido social, del que quedaron apeados los grandes gestos identitarios. El programa trata de huir de lo que ha sido una constante en los últimos 20 años. Montilla tomó distancias con cualquier idea de una presidencia mesiánica y, al tiempo, trató de fijar un perfil diferenciado respecto a su antecesor, el también socialista Pasqual Maragall.

Aun haciendo un reconocimiento a la labor de éste -el primero de forma tan pública y notoria- , Montilla subrayó las diferencias y se ahorró cualquier autocrítica respecto al papel de su partido en la pasada legislatura. Si en el debate de investidura de Maragall -hace tres años- el todavía presidente de la Generalitat dejó a un lado el discurso escrito, el presidente entrante se limitó a la lectura estricta de su texto. Nada de sobresaltos; todo por la pauta. Montilla aludió al patriotismo pragmático de los derechos y los deberes vinculando la Cataluña del nuevo Estatuto a la España plural y, por supuesto, con Europa. Sobre sus palabras gravitó la intención de cerrar los contenciosos abiertos con la tramitación del Estatut, que tan hondas heridas ha dejado entre las sociedades española y catalana.

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"Cataluña no necesita recordar obsesivamente su marcada personalidad nacional; lo que Cataluña necesita hoy es una acción de Gobierno eficiente", subrayó el futuro presidente, que en el lado positivo de la balanza invitó a CiU a participar en un pacto por la inmigración. Habrá que ver si Montilla, al igual que en la lectura del discurso de ayer, es capaz de mantener el guión que ha trazado para su propio Gabinete, y evitar las turbulencias que vivió el tripartito en su nuevo Ejecutivo. De momento, en contraste con lo que sucedió con el Gobierno de Maragall, todavía no se conoce el nombre de muchos de los nuevos cargos. Montilla ha impuesto su autoridad y piensa hacerlos públicos la próxima semana. Cierto es, como asegura la oposición, que en otros terrenos no ha ejercido esa autoridad y ha aparcado los asuntos que le enfrentan con sus aliados: la interconexión eléctrica con Francia y las infraestructuras viarias alrededor del área metropolitana de Barcelona.

La andadura apenas ha comenzado, pero es un síntoma premonitorio que desde CiU se acuse al futuro presidente de convertirse más en presidente de una autonomía o de una diputación que "de una nación que busca un lugar en el mundo". Nada puede halagar más al próximo presidente y a la madurez del autogobierno de Cataluña, que debe centrarse ante todo en la gestión al servicio de los ciudadanos y no en buscar esencias nacionales por el cosmos. Enric Prat de la Riba, presidente de la Mancomunitat de Catalunya y de la Diputación de Barcelona en el primer tercio del siglo XX, tan ensalzado por Jordi Pujol -también por su aportación doctrinal-, es sobre todo recordado por haber sentado las bases de la Cataluña del siglo XX con la red de carreteras, la extensión de las líneas telefónicas y su política cultural y de formación profesional.

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