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El desafío iraní
Columna
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Ahmadineyad y el Holocausto

Que Mahmud Ahmadineyad quiere "borrar a Israel del mapa" no constituye noticia. Raro es el discurso del presidente iraní que no incluye una referencia a la destrucción del Estado judío. Ya se sabe. Si no existiera Israel, suníes y chiíes celebrarían juegos florales todas las semanas en Ramadi, Faluya, Bagdad y Basora; Hamás y Al Fatah acordarían amistosamente la creación de un Gobierno de unidad nacional para discutir la constitución de un Estado palestino; Fuad Siniora nombraría al líder de Hezbolá, vicepresidente de Líbano e, incluso, India y Pakistán resolverían amistosamente el asunto de Cachemira. Pero, como cargarse a Israel directamente resulta todavía complicado, hay que empezar por demoler los principios sobre los que, según el dirigente de Irán, se asienta su derecho a la existencia como Estado. ¡Impúgnese esa legitimidad y se acabará cuestionando la implantación de Israel en Palestina! Muerto el perro, se acabó la rabia. Esta es la filosofía que subyace tras la convocatoria de una vergonzosa conferencia sobre el Holocausto, uno de los genocidios más ampliamente documentados de toda la historia, que, con el patrocinio y el apoyo entusiasta del Gobierno iraní, se ha celebrado en Teherán la pasada semana.

¿Dónde están las condenas del mundo musulmán, desde gobiernos a la Liga Árabe?
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Entre los asistentes a tan magno acontecimiento se encontraban encomiables defensores de los derechos humanos como el antiguo líder del Ku Klux Klan norteamericano, David Duke, y los seudo-historiadores Fredrick Töben y Robert Faurisson, conocidos por su negación del genocidio nazi. Naturalmente, en la exposición que pretendía demostrar que el Holocausto sólo fue un mito inventado por Occidente, figuraban profusamente los trabajos del británico David Irving, condenado en Austria por su contumaz defensa de la inexistencia del exterminio de los judíos durante el nazismo. Y, como marionetas del régimen iraní, se desplazó a Teherán un grupo de rabinos ultraortodoxos, que, por razones bíblicas, se niegan a reconocer al Estado de Israel porque, según sus creencias, Israel sólo podrá ser una realidad cuando se produzca la llegada del Mesías.

Como no era para menos, la mascarada de Teherán fue condenada de forma contundente por todos los países democráticos occidentales. Pero, ¿dónde están las condenas del mundo musulmán, desde los Gobiernos a las organizaciones que los agrupan internacionalmente, como la Liga Árabe o la Organización de Países Islámicos? Brillaron por su ausencia porque contra Israel, todo vale. La única denuncia pública visible ha sido formulada por una mujer musulmana, la ex diputada holandesa Ayaan Hirsi Ali, condenada a muerte por los radicales islámicos por haber escrito el guión de la película Sumisión sobre el papel de la mujer en el mundo islámico, película que le costó la vida al director Theo van Gogh.

En un reciente artículo publicado en The New York Times, Hirsi Ali se pregunta por qué no se ha producido reacción alguna en el mundo musulmán ante el despropósito montado por Ahmadineyad. Y la respuesta es que la mayoría de los musulmanes simplemente desconoce el Holocausto porque nunca se les han enseñado en las escuelas. "Es más", escribe Hirsi Ali, "a la mayoría de nosotros [los musulmanes] se nos prepara para desear un Holocausto de judíos". La conclusión de la autora de Infiel, una autobiografía apasionante, es que "durante generaciones los dirigentes de los regímenes de muchos países musulmanes han estado alimentando a sus poblaciones con una dieta similar a la utilizada por los nazis para describir a los judíos, alimañas que deben ser tratados como tales". Los trágicos resultados de esa dieta se vieron en la Europa de los años treinta y los cuarenta. Por lo que parece, a Ahmadineyad le gustaría llegar en la actualidad a una conclusión semejante, según se deduce de su intervención en la clausura de la reunión que nos ocupa. "La Unión Soviética desapareció y ese es el destino que le espera al régimen sionista. La humanidad será [entonces] libre". Esperanzadoras palabras de un líder que, además, aspira al desarrollo de la energía nuclear con un programa de enriquecimiento de uranio y plutonio, cuya finalidad última no puede ser otra que el acceso al arma atómica. No es de extrañar que, ante este panorama, el primer ministro israelí, Ehud Olmert, cometiera hace unos días el desliz de admitir ante el mundo, por primera vez, que Israel posee armamento nuclear. Un apunte final. Entre los mudos ante el lamentable espectáculo montado en Teherán se encuentra uno de los expertos reclutados para elaborar el proyecto de la Alianza de Civilizaciones, el ex presidente iraní, Mohamed Jatamí.

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