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Tribuna
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Con los mejores

Alguien me lo dijo hace un par de días: "Cesc está muy enfermo". Pensaba llamarle. Ahora me llaman de EL PAÍS: se ha muerto. Mi mujer me pregunta qué edad tenía, y no tengo ni idea. Algo mayor que yo. ¿Sesenta? No, mujer, mayor: cerca de setenta... Vaya, le faltaba uno para ochenta.

Normal. Yo tengo cincuenta y tres, y desde que recuerdo (y recuerdo muy atrás) estaba Cesc, los ninots de Cesc, con su boina y su camiseta imperio; o su casco de uso obligatorio en esta obra, cuando sus paletos se convirtieron en obreretes y sus azoteas se erizaron de antenas de televisión. El Cesc de los años del desarrollo: con toda la decencia y la inteligencia para estar emprenyat; con toda la humanidad para contemplar ese progreso de gaseosa y un poco de Magno es mucho, y alegrarse de que la vida fuera mejor, que Pedrito Corchea comiera caliente todos los días aunque se le adormentara un poco la conciencia.

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Muere el dibujante y pintor Cesc

Y qué magnífico dibujante. Qué maravilloso dibujante. Con la misma facilidad, la misma naturalidad con que ha surgido en mi memoria el recuerdo de su mundo parecía éste salir de su pluma en el momento de crearlo. Y el recuerdo de aquellos años será siempre el de sus dibujos, con sus embotellamientos de seiscientos, sus grises bajitos; sus marujas tan serias, sus señores tan ídem -con aquellas caras de a mí qué me cuenta-, sus funcionarios recalcitrantes... No es un cumplido: lo digo con el respeto y la admiración de quien conoce el oficio, y estoy seguro de que ninguno de mis mejores colegas lo discutirá. Qué gran dibujante.

En los últimos años hizo menos ninots, y más pintura. Yo no veo gran interés en trazar una línea muy clara entre los dos: su sentido del color era sin falta, y cualquiera de sus dibujos a pluma tenía todos los colores del mundo, pero Cesc siempre puso en la pintura una gran aplicación, y estaba siempre dispuesto a admirar la de los otros -recuerdo el día en que me elogió un cuadro, como si el maestro fuera yo...-. Creo que pensaba que lo que hacía no estaba mal, pero creo que su modestia le impidió ver lo grande que era.

Yo digo que cuando nos hayamos muerto los que llevamos sus dibujos en la cabeza, ellos seguirán ahí, con los mejores: con los Busch y Caran d'Ache, los Benjamin Rabier y Xaudaró, los de Chaval y Bosc, de Steinberg y Sempé...

Adiós, Cesc, y gracias.

Perico Pastor es ilustrador y pintor.

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