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Columna
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Agrios

La economía citrícola atraviesa por una de sus situaciones más languidecientes de su historia. Cien años de existencia, aupada por la revolución de los transportes y por la aplicación de los primeros motores nos permiten reflexionar sobre una actividad económica que tuvo sus sueños de esplendor, antes y después de la guerra civil de 1936-39. Este conflicto fratricida no sentó nada bien al cultivo ni al comercio de la naranja. Los cítricos, en principio, se desenvuelven mejor en tiempos de paz y, por ese motivo, sufrieron los efectos de las dos guerras mundiales, junto con la guerra y la posguerra españolas. Demasiados paréntesis para un sector inerme.

Los problemas actuales no son nuevos. Ya en los 70 se comenzó a hablar de crisis citrícola después de varias heladas -1954, 1956 y 1962- con efectos devastadores y el azote de una enfermedad vírica que arrasó las plantaciones, conocida como la "tristeza del naranjo". Hubo que reponer los naranjales con plantas de pie tolerante y aquello supuso un descalabro monumental para una economía en la que los agricultores carecían de reservas financieras y en la mayor parte, de planteamientos empresariales.

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Aun así, a partir de los planes de estabilización de la economía española -hacia 1957- y con la expectativa de que se acelerara el ingreso de España en el Mercado Común Europeo, los cítricos impulsaron algunos proyectos que iban más allá de las paredes de sus almacenes de comercialización. Se promovió la creación del Banco de la Exportación en Valencia -cuyo primer presidente fue José Antonio Noguera de Roig- y algunas sociedades de inversión (Cocisa). El sector citrícola se ocupó de tener sus propias redes de información y las hizo extensivas a la mayor parte de los agentes del sector: agricultores, comerciantes e industrias complementarias. Primero, fue un boletín ciclostilado que se titulaba Oranges y más adelante, con el respaldo de la agencia de noticias Reuters, la agencia española Efe creó su servicio hortofrutícola. El sector fundó el semanario Valencia-Fruits, que intentó que se publicara como diario económico bajo la cabecera Al día. Este proyecto iniciado y financiado por empresarios como Luis Suñer, Vicente Iborra, Joaquín Maldonado, Manuel Usó, o Pedro Monsonís, se prolongó durante varios meses en 1962. Este panorama informativo y promocional se completó con el Anuario Hortofrutícola Español.

En 1972 se creó el Comité de Gestión de la Exportación de Cítricos, para coordinar a todo el sector, con la tutela de la Administración Española y con fondos que provenían de las remesas de la desgravación fiscal a la exportación. El Comité de Gestión tuvo su red de oficinas en Londres, París, Perpiñán, Francfort y Bruselas. Actuó con eficacia probada haciendo labores de lobby. El Comité se creó en la época que Pedro Solbes fue delegado regional de Comercio en la Comunidad Valenciana.

La puesta a punto de la economía española, que comenzó a alinearse con el resto de los países comunitarios, redujo los márgenes comerciales, por una parte, e incentivó la competitividad de estos países productores y especialmente los situados en las riberas del Mediterráneo. A partir de la consolidación de la exportación de naranjas y limones en los años treinta, la economía citrícola lideró los sectores librecambistas frente a las posiciones proteccionistas de la industria en general y muy concretamente del textil catalán y de la Vall d'Albaida y Alcoy.

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A lo largo de todo el proceso de integración española en la Comunidad Europea, el sector citrícola fue la moneda de cambio y el chivo expiatorio que se ofreció como contrapartida a la caída de las barreras arancelarias para la industria, en las negociaciones para el ingreso que se dilataron a lo largo de más de una década. En aquellos años previos a la integración de España en la Comunidad Europea (1985) sólo las devaluaciones de la moneda española daban un cierto respiro a una actividad económica que nadie se ocupó de poner al día y prepararla para competir en el futuro.

Los males endémicos de la citricultura son su minifundismo, su atomización, la complejidad varietal, los altos costos del cultivo, la dimensión reducida y menguante de las plantaciones, su descapitalización, la creciente superproducción y la carencia, en muchos casos, de una mentalidad empresarial, tanto en el cultivo como en la comercialización citrícola.

En las últimas décadas, en vez de atajar los problemas y afrontar la delicada situación con valentía, lo único que se ha hecho es prolongar la decadencia sin buscar soluciones a medio y largo plazo. Se equivoca quien piense que las consecuencias de la crisis citrícola no van a afectar al resto de la economía y sobre todo en la Comunitat Valenciana donde se encuentra concentrado el 75% del sector. Y la política, como estamos viendo a diario en los últimos tiempos, no va a ser ajena a este declive, frente al que el mundo cooperativo parece tener la mayor sensibilidad. Excepción que confirma la regla.

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