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EL LIBRO DE LA SEMANA

La perplejidad del niño de la nieve

LA VIDA de Vergílio Ferreira estuvo marcada por los contrastes. También en eso se caminó cerca de los límites. Entre su nacimiento (1916) en Melo, un pueblecito de la provincia de Gouveia, y su muerte (1996) en Lisboa, vivió la oscuridad del seminario de Fundão y la luminosidad de las calles blancas de Évora, donde aún es posible charlar con algunos de sus antiguos alumnos. Criado por sus tías maternas, como narra el ambiente de Nítido nulo (que tradujo Basilio Losada para Seix Barral en 1972), con una niñez dominada por el universo simbólico de la nieve de la sierra de la Estrella, desde los 10 hasta los 16 años permaneció enclaustrado en el seminario de la ciudad de Fundão, en el clima de reclusión que refleja Manhã submersa. Tras dejar este centro y realizar sus estudios secundarios en Guarda, estudia filología clásica en Coimbra, en unos años en los que su interés se decanta por la literatura. Su primera novela es de 1939, pero fue con Mudança (1949) cuando se inicia su narrativa adulta, que culmina con Aparición (traducida por José Luis Gavilanes en Cátedra, 1984), un canto a la ciudad de Évora, en la que residió entre 1945 y 1958, y en la que las viejas aulas de la universidad (entonces liceo) todavía recuerdan su paso. Lisboa fue la última ciudad de su vida, allí vivió desde 1959 hasta su jubilación y su muerte, asentando una de las obras más importantes de la narrativa europea de la segunda mitad del siglo XX, con una veintena de novelas, una decena de ensayos y otra de diarios. Ferreira fue enterrado en su pueblo de origen, como él mismo pidió, "mirando a la sierra" donde se había criado. Entre el blanco de la nieve y de las calles de Évora y el ambiente opresor de sus años de infancia en el seminario pasó su vida, plasmada en una extensa obra dominada por un existencialismo de corte humanista en el que se manifiesta a cada paso la preocupación por la problemática del yo y la angustia de explorar los límites de la condición humana. Una obra en la que el envejecimiento del autor es también objeto directo de sus argumentos, como metáfora tal vez del envejecimiento de una sociedad de la que, casi siempre, fue un espectador perplejo, un hombre lleno de preguntas sin respuesta.

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