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Indurain: "Una retirada triste"

Carlos Arribas

Con 10 años justos de intervalo dos grandes ciclistas cuyos caminos sólo se cruzaron en el Tour del 96 han dicho adiós prácticamente de la misma manera, convocando a la prensa a un hotel para leer varios folios de despedida. Hasta ahí las similitudes.

Miguel Indurain se fue del ciclismo voluntariamente, llevando la contraria a todo el mundo, tanto amor y no poder hacer nada contra la muerte, rodeado de millones de declaraciones de sentimiento. Jan Ullrich se va del ciclismo muy a su pesar, acosado, abandonado, despreciado por la sociedad y por el medio ciclista, mísero apestado que ha jugado con nuestros sentimientos, o así. Solo, sin equipo, sin licencia. Ni una sola declaración espontánea de campeones, ex campeones, gentes variadas del ciclismo, para decirle que se le echará de menos.

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Tanto ha cambiado el ciclismo, tan diferente ha sido Ullrich -a quien cuando ganó su primer Tour, tan joven, 23 añitos, se le auguraron media docena más de victorias- de Indurain, capaz de empezar a ganar Tours a los 27 años y no parar hasta los 31.

Tanto ha cambiado la percepción social del dopaje, tan diferente es Alemania de España.

Antes de ganar Ullrich el Tour del 97, el ciclismo no existía en los medios de comunicación alemana. Ullrich, uno de los últimos retoños de la antigua RDA, de la dura disciplina soviética en la forja de campeones, podía pasear anónimamente por cualquier ciudad. Después fue el acabose.

Ullrich se convirtió en uno de los deportistas mejor pagados de Alemania. Dos cadenas de televisión públicas comenzaron a enviar anualmente decenas de personas al Tour para cubrir sus andanzas en directo. Decenas de periodistas, de medios, dedicaron todas sus energías a seguirlo diariamente. Antes de que en España la grasa superflua de Ronaldo o Ronaldinho se convirtiera en asunto de portadas, los kilos de más que Ullrich acumulaba inevitablemente cada año llenaron páginas y horas de emisión televisiva invernal en Alemania. Al mismo nivel que las fiestas, la buena vida, la escasa predisposición al esfuerzo de los futbolistas, se hablaba en los mismos medios de las juergas de Ullrich, de sus problemas con el alcohol, de su positivo por éxtasis discotequero en una época en la que se recuperaba de una lesión de rodilla. Tan grandes fueron las expectativas puestas en Ullrich, un talento natural, un superdotado, como las decepciones que invariablemente cada verano llegaban desde el Tour.

Antes de deslizarse imparablemente por el tobogán de la Operación Puerto hasta la nada, Ullrich ya había empezado a quedarse solo. El belga Walter Godefroot, el director del Telekom, que le llevó durante sus primeros años, se hartó de él. También sus compañeros de generación Erik Zabel, Rolf Aldag. Ullrich se refugió entonces en el cariño paternal de Rudy Pevenage -Rudicio, en los papeles de Eufemiano Fuentes-, otro director belga, con quien unió su destino hasta el final, hasta que la investigación de la prensa, de los medios alemanes, con exquisita objetividad, con frialdad de cirujano, acabó confrontándolo con una verdad que siempre se ha negado a reconocer. No ha encontrado el perdón de nadie. Tampoco se ha rebajado a solicitarlo.

"Ullrich me ha parecido un corredor que lo ha hecho todo por la fuerza. Nunca ha aprendido a correr bien colocado, ni a ir a rueda de sus compañeros, ni a quitarse el aire...", lo define Indurain, solicitado por teléfono; "su forma de retirarse es un poco triste".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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