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El 'mandarín' hispanófilo

Fulvio Conti fue panadero y trabajó en una petrolera de EE UU antes de dirigir Enel

Enric González

Fulvio Conti (Roma, 1948) pertenece a la estirpe de los mandarines de la gran empresa pública o semipública italiana. Son capaces de moverse con comodidad en avisperos como Ferrovie-Treinitalia, el inmensamente deficitario grupo estatal de ferrocarriles, o Montedison-Compart, uno de los meteoritos público-privados afectados por el estallido cósmico de Montedison tras el suicidio del magnate Raúl Gardini (1993). Saben encontrar apoyos políticos y utilizarlos.

El mandarín Conti sabe orientarse, pues, en los laberintos donde se mezclan la finanza, la industria y la política. Pero sabe también manejarse con las multinacionales estadounidenses. Los mandarines italianos no suelen ser exportables. Conti, en cambio, es un valor internacional. Y es políglota.

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No forma parte de las dinastías funcionariales y trabajó de panadero para pagarse la licenciatura en Económicas. Con sólo 21 años ingresó en la petrolera estadounidense Mobil y con 41 años, alcanzó el puesto de director financiero de Mobil Oil Europe, con sede en Londres, donde adquirió un excelente inglés (domina a la perfección el español y el francés).

En 1991 dejó el petróleo y se puso a vender comida, como administrador general de Sopas Campbell en Europa. A finales de ese mismo año regresó a Italia para hacerse cargo de la dirección financiera de Montedison-Compart, desde donde vivió el suicidio de Gardini y el estallido de la corrupción institucionalizada en el sistema político-empresarial italiano.

Habría vivido más cómodamente en Campbell, pero quería volver a Roma. Aseguran que añoraba el Lazio. Desde entonces, difícilmente se pierde un partido en el Estadio Olímpico.

En 1996 dejó Montedison y saltó a Ferrovie dello Stato como director general y director financiero. Ahí empezó a ganarse el título de mandarín y a cargar con la sospecha de ser uno de los altos administradores mejor vistos por el centro-izquierda. En 1998 asumió otro encargo delicado: la dirección general y financiera de Telecom Italia, recién privatizada a través de un sistema pilotado que aspiraba a entregar la sociedad a un núcleo duro de grandes industriales italianos. Pero el presunto núcleo, encabezado por la familia Agnelli, resultó poco resistente y al año siguiente Telecom fue objeto de una OPA por parte de Olivetti. Conti dejó la compañía y fue nombrado director financiero de Enel, un gigante presente en Bolsa pero controlado aún por el Estado.

En 2005 ascendió al puesto de consejero delegado, el máximo cargo ejecutivo, y aceleró un plan de expansión internacional que ya había trazado como director financiero. Fracasó en el intento de absorber la belga Electrabel por la vía indirecta de lanzar una OPA sobre su propietaria, Suez, ya que el Gobierno francés se le adelantó e integró Suez en Electricité de France (EdF).

En esa aventura aprendió, probablemente, que en el mercado eléctrico europeo no son posibles las grandes operaciones sin complicidades políticas. Efectuó grandes inversiones en países como Eslovaquia, Rumania y Polonia y empezó a pensar en España. Y en Endesa. Los rumores que relacionaban Endesa y Enel empezaron a difundirse ya en 2005.

Conti, casado, con un hijo y una nieta de un año, posee una casa en Sperlonga, la playa favorita de los romanos, juega al tenis y esquía. Sus colaboradores le definen como una persona amable y accesible, "con un sentido del humor muy inglés" y ajena a la arrogancia. Ama el jamón de Jabugo casi tanto como al Lazio, practica diariamente la lengua castellana (su asesor para las actividades internacionales es un español, Javier Anzola) y pasa con frecuencia fines de semana en Madrid para visitar museos y comer tapas.

Su gabinete de prensa no pierde ocasión de resaltar las credenciales "hispánicas" y subraya, por ejemplo, que cuando empezó a comprar acciones de Endesa estaba leyendo, en castellano, La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón.

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