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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Irán arriesga

Lo que pudo haber sido un incidente solventado en horas, la captura por Irán de 15 marinos británicos, adquiere con el paso de los días dimensiones inquietantes. Es difícil adivinar qué provecho puede obtener Teherán del prolongado apresamiento y de la exhibición televisada de los militares en un degradado escenario enmarcado por la ampliación de las sanciones del Consejo de Seguridad y la presencia en el golfo Pérsico de un nuevo portaaviones estadounidense y su grupo de combate. El primer ministro Blair mantiene cuerdamente el conflicto dentro de estrictos cauces diplomáticos, pero advierte de otras posibilidades.

Nada es casual en el complejo y opaco régimen de los ayatolás. La captura de los marinos británicos por los Guardianes de la Revolución, un poder paralelo al militar, mucho más ideologizado y en alza con la presidencia de Ahmadineyad, él mismo antiguo guardián, es impensable sin la aprobación de las más altas instancias del régimen islámico. Tiene por tanto algo de clarinazo a los pragmáticos que pretenden una actitud internacional menos beligerante de Teherán. Un incidente similar ocurrió en 2004 y se solventó en 72 horas.

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La captura de los marinos, en medio de las celebraciones del año nuevo persa, se produjo dos días después de que el líder supremo Jamenei advirtiese solemnemente sobre la disposición de su país a utilizar cualquier medio en su defensa; y poco antes de que el Consejo de Seguridad adoptase por unanimidad una segunda resolución sancionadora contra Irán por su programa de enriquecimiento de uranio, de cuya aprobación Teherán estaba obviamente informado. Sería ingenuo no establecer alguna vinculación entre esos hechos y la captura de los 15 militares ingleses. Del contexto también forman parte los cinco iraníes -diplomáticos según Teherán, guardianes revolucionarios para Washington- capturados por las tropas estadounidenses en enero en un consulado iraní en Irak.

La Armada británica ha divulgado datos de satélite para probar que sus marineros no estaban en aguas iraníes. Aun en el caso de que Teherán pudiese demostrar lo contrario, incluso contando con el odio que lo inglés suscita entre los iraníes, sería descabellado asimilar lo ocurrido con un acto de agresión militar. Todo sugiere que con la peligrosa escalada en curso, Irán, progresivamente aislado hasta en su entorno, pretende mostrar al mundo su irreductible determinación, atornillando esta vez al más estrecho aliado de Washington. Y sin embargo, y por razones obvias, es Teherán quien más tiene que perder con la magnificación de este nuevo desafío. Aun considerando, como parece evidente, que en el régimen teocrático el poder está fraccionado y coexisten dos niveles de decisión política, la elección sistemática de la confrontación es lo último que necesita el país centroasiático.

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